domingo, 10 de noviembre de 2013

JERUSALÉN: ORIGEN DE LA CIUDAD


                                                                           Francesc Ramis Darder


Sobre una meseta calcárea de los Montes de Judá y a 800 metros sobre el nivel del Mediterráneo se alza la ciudad de Jerusalén. El topónimo “Jerusalén” deriva del término hebreo “Yerusalaim” que, a su vez, procede de la palabra cananea “Urusalim” que significa “bajo la protección de Salem”, o más literalmente “fundación de Salem”.

     El vocablo “Salem” identifica al dios cananeo que personificaba el crepúsculo vespertino, y cuyo santuario estaba erigido en lo alto de la colina de Sión; es decir, sobre una de las colinas sobre las que se asienta actualmente la Ciudad Santa. Por tanto “Jerusalén” tiene un sentido religioso: recuerda que la ciudad se construyó bajo la advocación del dios Salem.

    La arqueología constata que el desarrollo de la Ciudad despunta hacia el año 4.000 aC gracias al agua de la fuente de Guijón, con la que se hacía posible regar los campos y abrevar los ganados. La referencia más antigua a Jerusalén (Urusalim) aparece en los archivos reales descubiertos en la ciudad de Ebla (en Siria actual) destruida por el 2250 aC. También es mencionada en algunos textos egipcios del siglo XIX aC; y, sobre todo, en la correspondencia entre el príncipe de Jerusalén, Abdí-Jipá, y la corte del faraón Amenofis IV (Akenaton) en el siglo XIV aC. Más tarde y en fecha incierta, figura en los registros asirios bajo el nombre de “Urusilimmu”.  Durante el período de los Jueces (XII aC) se denominó “Jebus” (Jue 19,10-11), pero al conquistarla David (2Sam 5,6-7) devino la capital del Israel y pasó a llamarse “Ciudad de David”.

    El Génesis menciona a Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo que bendijo a Abrán (Gen 15,18); y, esa ciudad, Salem, es identificada con Jerusalén, que en una lectura poética puede entenderse como “ciudad de paz”. Desde la óptica religiosa, Jerusalén recuerda que su fortaleza radica en que ha sido levantada bajo la protección de Dios, esa es la fuerza la Ciudad Santa y también la fuerza de nuestra vida: sabernos siempre sostenidos en las buenas manos del Dios que nos ama.

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