Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
Cuando Jesús predicaba la Buena Nueva, fue acogido
por el pueblo sencillo. El evangelio muestra el entusiasmo de los pobres, los enfermos
y las multitudes que buscaban el consuelo del Señor. Pero a medida que Jesús hallaba
acogida entre los sencillos, suscitaba la rabia de los poderosos, representados,
en el evangelio que acabamos de escuchar, por los sumos sacerdotes del templo de
Jerusalén y los notables de la corte. El odio de los poderosos contra Jesús llegó
a ser tan intenso que solo buscaban la ocasión para matarle.
Cuando Jesús dirige la palabra a los sumos sacerdotes y a los
notables, ya sabe que desean su muerte. Aunque sabe que quieren matarle, no les
responde con el odio, les cuenta la parábola de la viña para hacerles
reflexionar y procurar introducirlos en el camino de la conversión. Así se cumple
en Jesús lo que decía el profeta Ezequiel: “Dios no quiere la muerte del
pecador, sino que se convierta y viva.”
Buscando
la conversión de sus enemigos, Jesús narra la parábola de la viña. El relato deja
entrever una gran simbología. Bajo la imagen del propietario de la viña, se
oculta la metáfora de Dios Padre, que eligió a su pueblo, Israel, representado
por la viña, como propiedad personal. Como el propietario protegió la viña con
una torre y un cercado, Dios defendió a Israel, su viña, con la espiritualidad
que surgía del templo de Sion, representado en la parábola por la imagen de la
torre, y también lo defendió con la Ley, simbolizada por la cerca, pues el cumplimiento
de la Ley protegía a Israel de la amenaza del pecado. Como el propietario dispuso
que los viñadores cultivasen la viña, el Señor también eligió a Jueces y Reyes
para que su pueblo, Israel, fuese cultivado y diese frutos de misericordia. Hasta
aquí, los sumos sacerdotes y los notables entendieron, complacidos, que Jesús
explicaba la historia de amor entre Dios y su pueblo. Dios eligió a Israel, su
viña, lo protegió con el Templo y la Ley, y le envió autoridades, jueces y reyes,
para conducirlo por el camino de los mandamientos.
De repente, Jesús conduce la historia por un camino inesperado. Cuando
el propietario mandó a “sus hombres” a la viña, los viñadores, símbolo de los
dirigentes, los maltrataron e incluso los mataron. Como explica la Escritura, la
mayoría de los reyes de Israel, en vez de conducir al pueblo por el camino de
la justicia, lo precipitaron por las sendas de la maldad. Por ello el Señor,
dolido por la mala conducta de los dirigentes, mandaba a Israel a “sus hombres”
para que el pueblo diese frutos de misericordia. Bajo la imagen “de los hombres
del Señor”, la Biblia revela la identidad de los profetas; por ejemplo, Dios envió
a uno de “sus hombres”, el profeta Isaías, para que orientase al pueblo por el
camino de la verdad; pero un rey, Ajaz, despreció el mensaje de Isaías, y otro,
Manasés, como dice la tradición hebrea, lo hizo matar.
Las autoridades debieron de enfurecerse cuando Jesús recordó que sus
antepasados, los reyes de Israel, habían maltratado a los profetas. Y aún
añadió, el propietario de la viña envió a su propio hijo a los viñadores; pero los
viñadores, en vez de escucharle, lo mataron. Con estas palabras Jesús se refiere
a sí mismo. Como afirma la Escritura, Jesús es el Hijo de Dios, que el Padre ha
enviado para conducir a la humanidad por el camino de la verdad. Y como también
sabía Jesús, las autoridades que le escuchaban, igual que hacían los viñadores,
buscaban la ocasión de matarle, como lo hicieron, clavándole en la cruz. Jesús,
el Hijo de Dios, había anunciado ya que sacerdotes y notables le condenarían a
muerte. Pero ahora que está ante ellos, les advierte de su maldad y, empleando una
frase muy dura, les conmina a la conversión: “El Reino de Dios se os quitará a
vosotros y dado a un pueblo que producirá sus frutos.”