sábado, 28 de octubre de 2017

PARÁBOLA DE LOS VIÑADORES


                                                                 Francesc Ramis Darder
                                                                 bibliayoriente.blogspot.com


Cuando Jesús predicaba la Buena Nueva, fue acogido por el pueblo sencillo. El evangelio muestra el entusiasmo de los pobres, los enfermos y las multitudes que buscaban el consuelo del Señor. Pero a medida que Jesús hallaba acogida entre los sencillos, suscitaba la rabia de los poderosos, representados, en el evangelio que acabamos de escuchar, por los sumos sacerdotes del templo de Jerusalén y los notables de la corte. El odio de los poderosos contra Jesús llegó a ser tan intenso que solo buscaban la ocasión para matarle.

 Cuando Jesús dirige la palabra a los sumos sacerdotes y a los notables, ya sabe que desean su muerte. Aunque sabe que quieren matarle, no les responde con el odio, les cuenta la parábola de la viña para hacerles reflexionar y procurar introducirlos en el camino de la conversión. Así se cumple en Jesús lo que decía el profeta Ezequiel: “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.”

 Buscando la conversión de sus enemigos, Jesús narra la parábola de la viña. El relato deja entrever una gran simbología. Bajo la imagen del propietario de la viña, se oculta la metáfora de Dios Padre, que eligió a su pueblo, Israel, representado por la viña, como propiedad personal. Como el propietario protegió la viña con una torre y un cercado, Dios defendió a Israel, su viña, con la espiritualidad que surgía del templo de Sion, representado en la parábola por la imagen de la torre, y también lo defendió con la Ley, simbolizada por la cerca, pues el cumplimiento de la Ley protegía a Israel de la amenaza del pecado. Como el propietario dispuso que los viñadores cultivasen la viña, el Señor también eligió a Jueces y Reyes para que su pueblo, Israel, fuese cultivado y diese frutos de misericordia. Hasta aquí, los sumos sacerdotes y los notables entendieron, complacidos, que Jesús explicaba la historia de amor entre Dios y su pueblo. Dios eligió a Israel, su viña, lo protegió con el Templo y la Ley, y le envió autoridades, jueces y reyes, para conducirlo por el camino de los mandamientos.

 De repente, Jesús conduce la historia por un camino inesperado. Cuando el propietario mandó a “sus hombres” a la viña, los viñadores, símbolo de los dirigentes, los maltrataron e incluso los mataron. Como explica la Escritura, la mayoría de los reyes de Israel, en vez de conducir al pueblo por el camino de la justicia, lo precipitaron por las sendas de la maldad. Por ello el Señor, dolido por la mala conducta de los dirigentes, mandaba a Israel a “sus hombres” para que el pueblo diese frutos de misericordia. Bajo la imagen “de los hombres del Señor”, la Biblia revela la identidad de los profetas; por ejemplo, Dios envió a uno de “sus hombres”, el profeta Isaías, para que orientase al pueblo por el camino de la verdad; pero un rey, Ajaz, despreció el mensaje de Isaías, y otro, Manasés, como dice la tradición hebrea, lo hizo matar.

 Las autoridades debieron de enfurecerse cuando Jesús recordó que sus antepasados, los reyes de Israel, habían maltratado a los profetas. Y aún añadió, el propietario de la viña envió a su propio hijo a los viñadores; pero los viñadores, en vez de escucharle, lo mataron. Con estas palabras Jesús se refiere a sí mismo. Como afirma la Escritura, Jesús es el Hijo de Dios, que el Padre ha enviado para conducir a la humanidad por el camino de la verdad. Y como también sabía Jesús, las autoridades que le escuchaban, igual que hacían los viñadores, buscaban la ocasión de matarle, como lo hicieron, clavándole en la cruz. Jesús, el Hijo de Dios, había anunciado ya que sacerdotes y notables le condenarían a muerte. Pero ahora que está ante ellos, les advierte de su maldad y, empleando una frase muy dura, les conmina a la conversión: “El Reino de Dios se os quitará a vosotros y dado a un pueblo que producirá sus frutos.”

 Convertirse implica dejar que el Dios del amor entre en nuestra vida para hacernos testigos del Evangelio. En esta Eucaristía, pidamos al Señor que, a diferencia de los sumos sacerdotes y los notables, andemos por el camino de la conversión hasta transformarnos en testigos fieles del Evangelio de Cristo. 

viernes, 20 de octubre de 2017

¿CÓMO LEER LA BIBLIA?





   
                                                                                      Francesc Ramis Darder
                                                                                     bibliayoriente.blogspot.com



 La unidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento determina la manera correcta de interpretar la Biblia. La Iglesia ofrece tres criterios para interpretar la Biblia con hondura. En primer lugar, debemos prestar una gran atención al contenido y a la unidad de toda la Escritura; es decir, para comprender plenamente el sentido de un versículo tenemos que enmarcarlo en el contenido del capítulo en que se encuentra, después hemos de situar el capítulo en el seno del libro al que pertenece, y finalmente ubicar el libro en el conjunto de toda la Escritura.

    En segundo término, debemos leer la Escritura en el seno de la Tradición viva de toda la Iglesia. Dicho de otro modo, interpretamos Biblia en comunión con toda la comunidad cristiana que, a lo largo de la historia, ha saboreado la profundidad de la Palabra; pues como decía Orígenes, uno de los antiguos Padres de la Iglesia: “La Sagrada Escritura está más en el corazón de la Iglesia que en la materialidad de los libros escritos”.


    En tercer lugar, cuando leemos la Escritura debemos adoptar el criterio de s. Pablo: “el que habla en nombre de Dios, hágalo según la fe” (Rom 12,6); este criterio se denomina “analogía de la fe”. Significa que debemos entender la Biblia en el conjunto del plan que Dios diseña para abrir las puertas de la eternidad a la humanidad entera. Expresado con otras palabras; no leemos la Escritura por entretenimiento ni para buscar cosas esotéricas, sino para fortalecer nuestra fe y dar testimonio del Señor hasta que la humanidad conozca la fuerza liberadora del Evangelio. En definitiva, leemos cada pasaje enmarcándolo en el conjunto de la Biblia, en comunión con la Iglesia y con intención de vivir el cristianismo con hondura.

viernes, 13 de octubre de 2017

ASIA BIBI


                                                                                               Francesc Ramis Darder
                                                                                               bibliayoriente.blogspot.com


Esta mujer pakistaní ha superado todos los récords ya... No te olvidamos, Asia Bibi
El 14 de junio de 2009, Asia Bibi fue encarcelada. Un año después fue condenada a muerte por blasfemia y, desde 2014, después de dos traslados,…
ES.ALETEIA.ORG

lunes, 9 de octubre de 2017

JEREMÍAS EN JERUSALÉN


                                                                                Francesc Ramis Darder
                                                                                bibliayoriente.blogspot.com



Cuando Nabucodonosor cercó Jerusalén, Jeconías salió a su encuentro con la familia real y su corte para rendirle pleitesía; pero Nabucodonosor los deportó a Babilonia, junto con los pudientes, cerrajeros, artesanos y guerreros, llevándose también el tesoro del templo y del palacio. Impuso como rey a Matanías, tío de Josías, a quien dio el nombre de Sedecías (597-587 a.C.). La situación de Judá era compleja: Sedecías, títere de Babilonia, estaba en manos de la nobleza (38,5.19); muchos judaítas, especialmente los deportados, reconocían la realeza de Jeconías y desdeñaban la autoridad de Sedecías (Ez 1,2); por si fuera poco, algunos nobles habían tomado posesión de las tierras de los desterrados y, con la intención de afianzar la propiedad, depositaban la legitimidad dinástica en Sedecías (Ez 11,14-15; 33,24).

    Tales desavenencias, pensaba Jeremías, atraerían la vara babilónica que golpearía la nación hasta extinguirla; por eso la tarea del profeta se orientó hacia los deportados y hacia quienes permanecían en Judá. El profeta remitió a los desterrados una carta lúcida: “Construid casas y habitadlas […] engendrad hijos […] buscad la prosperidad del país (Babilonia) […] porque su prosperidad será la vuestra” (29,4-7). A pesar de la advertencia, los deportados se dejaban seducir por la voz de Ajab, hijo de Colayas, y Sedecías, hijo Maasías, profetas de la corte, llevados a Babilonia. El mismo Semayas envió una misiva a Jerusalén para quejarse ante el sacerdote Sofonías de la conducta de Jeremías. El curso de la historia determinó la sublevación de los deportados. Cuando una conjura del ejército y la nobleza babilónica agitó la corte de Nabucodonosor (595-594 a.C.), parte de la nobleza judaíta exiliada participó en la conspiración. No obstante, la impostura fracasó: Nabucodonosor afianzó la corona, asó a los profetas rebeldes (Colayas, Sedecías), metió en la cárcel a Jeconías y apretó la correa a los desterrados. La comunidad deportada comenzó a percibir en las palabras de Jeremías la clave para conservar la vida: “Construid casas y habitadlas” (29,4-9).

    Aprovechando la sublevación de la corte babilónica, los estados de Siria-palestina, apoyados por el faraón Psamético II (594-589 a.C.), intentaron sacudirse el yugo de Nabucodonosor. Los embajadores de Edom, Moab, Amón, Tiro y Sidón se reunieron en Jerusalén, al amparo de Sedecías, para tramar la asonada (594 a.C.). Los profetas de la corte, especialmente Jananías, alentaban la revuelta y auguraban el regreso de los deportados al cabo de dos años. La sagacidad de Jeremías desautorizó la vanidad de la corte y definió la única postura sensata: “Someteos al rey de Babilonia si queréis seguir con vida” (27,17). La historia confirmó el dictamen. Cuando Nabucodonosor recuperó el poder, la coalición se deshizo; y Sedecías renovó la pleitesía ante el emperador (29,3; 51,59).

     La pugna entre Egipto y Babilonia continuó. Tanto el faraón Psamético II como su hijo Jofra (589-570 a.C.) perseguían el control de Siria-palestina; a modo de contrapunto, Nabucodonosor fiscalizaba Siria-palestina para vigilar cualquier intentona egipcia. Al decir de Jeremías, el futuro de Judá dependía de la cohesión interna del país, asentada sobre la justicia, y del empeño por servir a Babilonia, opción triste pero necesaria para poder sobrevivir (22,15; 27,17). Psamético II y su hijo Jofra emprendieron la ofensiva contra Babilonia (598 a.C.); Judá, empujado por Tiro y Amón, se adhirió a la revuelta. Nabucodonosor invadió Judá y sitió Jerusalén (588 a.C). Con intención de confutar la revuelta, la corte ordenó la manumisión de los esclavos para que participaran en la defensa de la ciudad.

    Sin embargo, el avance egipcio determinó que los babilonios aflojaran el cerco de Sión; entonces los amos volvieron a subyugar a los esclavos. Jeremías denunció la injusticia y anunció la caída de la ciudad; pues el cautiverio de los siervos mermaba las fuerzas defensivas y propiciaba que colaboraran con el invasor (34,8-27). Aprovechando la tregua, Jeremías visitó Anatot para asistir a un reparto familiar (37,12; 32,1-44). Entonces Jirías, hijo de Jananías, profeta hostil, le acusó de pasarse a los caldeos (37,13); después lo entregó a los jefes que le enceraron en casa del escriba Jonatán (20,7-18).

    Sedecías hizo llevar a Jeremías a palacio para consultarle sobre la situación. El profeta denunció la mendacidad de los consejeros y sentenció que el monarca caería en manos del rey de Babilonia (37,19). Sedecías hizo custodiar al profeta en el patio de la guardia; desde allí, Jeremías arengaba al pueblo: “el que se entregue a los caldeos seguirá con vida” (38,2). La proclama encendía la ira de la nobleza (38,4). Los cortesanos arrojaron a Jeremías en la cisterna del patio de la guardia; pero Ebedmélec, el etíope, descubrió la traición y, a instancias de Sedecías, liberó al profeta de la muerte.


     Cuando el rey vuelve a consultarle, la respuesta es dura: “Si te rindes a los generales del rey de Babilonia, salvarás tu vida […] pero si no […] esta ciudad caerá en manos de los caldeos […] y tú no escaparás” (38,17). Sedecías desoyó el consejo. Cuando las tropas babilónicas asaltaron Sión, Sedecías y sus oficiales huyeron. Los caldeos les detuvieron cerca de Jericó y los llevaron a Riblá. El emperador degolló a los príncipes y a la aristocracia de Jerusalén, cegó al monarca y lo llevó a Babilonia, donde murió. Los caldeos incendiaron el templo, el palacio y las casas nobles. Abrieron brechas en las murallas de Jerusalén. Nabuzardán, jefe de la guardia, deportó a Babilonia a los supervivientes y a los que se habían pasado al ejército caldeo. Sólo dejó en Judá gente sencilla entre la que repartió viñas y campos.

lunes, 2 de octubre de 2017

MALLORCA CATHEDRAL ALMOINA PORTAL


                                                                                Francesc Ramis Darder
                                                                               bibliayoriente.blogspot.com


CATEDRAL DE MALLORCA PORTAL DE L'ALMOINA


                                                                         Francesc Ramis Darder
                                                                        bibliayoriente.blogspot.com