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miércoles, 7 de abril de 2021

PRIMERAS COMUNIDADES CRISTIANAS

 


                                                        Francesc Ramis Darder

                                                       bibliayoriente.blogspot.com



¿Por qué eran tan atractivas las primeras comunidades cristianas?

Teología del testimonio cristiano

Para comprender el fenómeno de la expansión del cristianismo

El objetivo de esta reflexión es sondear una respuesta a una pregunta amplia y que se ha formulado en muchas ocasiones: ¿dónde radicaba el atractivo que las primeras comunidades cristianas ejercían sobre la sociedad de su tiempo? El cristianismo primigenio era muy plural, constituido por conversos del judaísmo y del paganismo, pertenecientes a culturas distintas y procedentes de países diversos. Así lo sugiere el libro de los Hechos de los Apóstoles cuando señala la identidad de quienes escuchaban a Pedro en Pentecostés (Hch 2,8-11).

ISBN: 
9788428836692
Fecha publicación: 
02/03/2021
Encuadernación:
Núm. páginas: 
184
Código interno: 
206411
17,00

domingo, 18 de octubre de 2020

¿QUÉ ES LA RESURRECCIÓN?

 


                                                              Francesc Ramis Darder

                                                              bibliayoriente.blogspot.com


Cuando Pablo escribió la Primera Carta a los Corintios (ca. 57), les remitió, con intención de acendrar vida cristiana, la confesión de fe que el mismo había recibido cuando abrazó el cristianismo (1Cor 15,1-11). Tanto la redacción como el contenido desvelan la antigüedad del texto; quizá se remonte a la ocasión en que Pablo lo recibió en la comunidad de Damasco cuando fue bautizado por Ananías (Hch 9,17-19).


     El contenido alcanza el hondón de la fe: “Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; fue sepultado; y ha resucitado al tercer día, según las Escrituras” (1Cor 15,3-4). Observemos la conjugación verbal; quizá el texto debería decir “murió […] fue sepultado […] resucitó”, pero literalmente sentencia: “murió […] “fue sepultado” […] “ha resucitado”. Desde la óptica literaria, las formas “murió” y “fue sepultado” refieren acontecimientos del pasado sin influencia en el presente; mientras la expresión “ha resucitado” expresa un suceso del pasado que sigue ejerciendo influencia en el tiempo presente.


    Cabe pensar que la catequesis cambiara la secuencia lógica manifestada por la sucesión verbal “murió, fue sepultado, resucitó” por la que figura en la confesión: “murió, fue sepultado, ha resucitado”. Así, mediante la forma “ha resucitado” los cristianos enfatizaban, desde el prisma de la fe, que la presencia viva del Resucitado actuaba en los avatares de su existencia cotidiana; pues, Cristo no es alguien anclado en la historia pasada, sino el Resucitado que acompañaba el caminar de cada cristiano. Desde esta óptica, la Iglesia recogía, además de la empatía, otro aspecto de la “autoridad (exousia)” y la “novedad (kaine)” con acendraba la identidad del “hombre nuevo”: la conciencia de gozar de la presencia viva del Resucitado (Ef 4,24).


martes, 10 de marzo de 2015

¿QUÉ SIGNIFICA LA LA LIBERTAD? RECUPEREMOS LA LIBERTAD

                                                                         Francesc Ramis Darder


George Steiner, pensador de ascendencia judía comprometido con las avatares de nuestra época, afirma sin ambages: “ ... el clima psicológico y social en que discurre nuestro tiempo es el más infectado por la superstición y el irracionalismo de todo tipo desde el declinar de la Edad Media y, quizás, incluso desde la crisis del helenismo”.

    Efectivamente nuestra sociedad está saturada de literatura astrológica, vive con pasión la aparición de los ovnis, intenta descubrir las auras magnéticas; y aparecen por doquier incontables quiromantes, echadores de Tarot, adivinos, y un largo etc.

     El punto débil de las llamadas ciencias esotéricas radica en que exigen a la persona que renuncie a su libertad para entregarla a la posición variable de los astros o la fijeza de las rayas de la palma de la mano. La Sagrada Escritura llama a todo eso idolatría y lo fustiga con dureza. También el AT confirma la frase de Chesterton: “Cuando los hombres dejan de creer en Dios, no es que no crean en nada, sino que creen en cualquier cosa”. 

    El profeta Isaías proclama que Dios actúa en el Cosmos (Is 40,12-31) y en la Historia humana (Is 41,1 - 42,13), para propiciar la Liberación de Israel su pueblo (Is 42,14 - 44,23). La Escritura recuerda que “para que seamos libres nos ha liberado Cristo” (Gal 5,1). Aprovechemos nuestra libertad para construir un mundo acorde con el sentir de las Bienaventuranzas, y no para propiciar una sociedad atenazada bajo el poder ficticio de los ídolos.



lunes, 19 de enero de 2015

CARTA A LOS ROMANOS: LA NUEVA VIDA EN CRISTO, Rom 12,9-21.

                                                                                  Francesc Ramis Darder 


     Adentrémonos en un episodio significativo de la Carta a los Romanos que explica, con la mayor claridad, el contenido de la sabiduría cristiana. Comenzaremos leyendo el texto y después nos introduciremos en el contenido espiritual y teológico.

A. Lectura de Rom 12,9-21.

    Que vuestro amor no sea una farsa; detestad lo malo y abrazaos a lo bueno. Amaos de verdad unos a otros como hermanos y rivalizad en la mutua estima. No seáis perezosos para el esfuerzo; manteneos fervientes y prontos para el servicio del Señor. Vivid alegres por la esperanza, sed pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración. Compartid las necesidades de los creyentes; practicad la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen; bendecid no maldigáis. Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran. Vivid en armonía unos con otros y no seáis altivos, antes bien poneos al nivel de los sencillos. Y no seáis autosuficientes.

    A nadie devolváis mal por mal; procurad hacer el bien ante todos los hombres. Haced todo lo posible, en cuanto de vosotros dependa, por vivir en paz con todos. No os toméis la justicia por vuestra mano, queridos míos, sino dejad que Dios castigue, pues dice la Escritura: “A mí me corresponde hacer justicia; yo daré su merecido a cada uno”. Eso es lo que dice el Señor. Por tanto, “si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Actuando así, harás que enrojezca de vergüenza.

    No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence el mal a fuerza de bien.


B. Comentario.

    La segunda parte de la carta a los Romanos (Rom 1,16-11,36) insiste en la necesidad de centrar la vida cristiana en la fe en Jesús Resucitado y no en despeñar la vida hacia la servidumbre a las normas de la ley. Ahora bien, Pablo no presenta la fe como un conjunto teórico ajeno al deambular de la existencia humana. En la tercera parte de la carta (Rom 15,14-16,27), insiste en la necesidad de expresar la fe mediante la vivencia del amor. El contenido de Rom 12,9-21 desvela las normas de conducta que hacen posible que la fe se concrete en la experiencia del amor cristiano.

    Los consejos de Rom 12,9-21 confieren la sabiduría de Dios a quien los practica de forma convencida (1Cor 1,23-24). Como expone la teología del  AT, el sabio desarrolla seis actitudes que posibilitan su crecimiento humano y su compromiso social: la conciencia de ser alguien limitado; el sentimiento de la responsabilidad; la capacidad de pensar, de rezar y amar; la conciencia de pertenecer a una comunidad concreta; el deseo de encauzar su vida en el proyecto de Dios; y la intuición y después la certeza de que el destino de final de la vida reposa en las buenas manos de Dios para toda la eternidad. Veamos sucintamente las referencias con que Rom 12,9-21 alude a la sabiduría latente en la Sagrada Escritura.

    El apóstol afirma la necesidad de hacer el bien a todos “procurad hacer el bien ante todos los hombres” (Rom 12,17). Ahora bien, Pablo se muestra muy realista y percibe la limitación humana en la práctica de la bondad, sabe que no siempre podemos contentar a todos y por eso dice: “haced lo posible, en cuanto de vosotros dependa, por vivir en paz con todos” (Rom 12,18).

    La responsabilidad implica dos cosas. Por una parte, supone un estilo de vida semejante al de los profetas, es decir, la decisión de sembrar el amor por la vida y el afán por la práctica de la justicia en nuestro entorno; Pablo ahonda en ése aspecto: “Que vuestro amor no sea una farsa; detestad lo malo y abrazaos a o bueno” (Rom 12,9). Por otra parte, la responsabilidad implica la decisión de querer vivir como un sabio, saber observar en la naturaleza y en la sociedad el latido del proyecto de Dios, y como consecuencia de la observación, adquirir el compromiso de sembrar la semilla del Reino; por eso afirma el apóstol: “No seáis perezosos para el esfuerzo; manteneos fervientes en el espíritu y prontos para el servicio del Señor” (Rom 12,11).

    El ser humano es espiritual por excelencia (Rom 2,14-16). Vivir espiritualmente implica desarrollar la capacidad de pensar, rezar y amar. La capacidad de pensar se desarrolla desde dos perspectivas.

     Por un lado, supone la decisión de adquirir un notable sentido crítico, una notoria capacidad de discernir; ahora bien, sólo discierne las situaciones personales y sociales quien sabe tomar distancia y posee la humildad suficiente para pedir consejo a quien con solvencia pueda dárselo. Por eso Pablo comenta la necesidad de distanciarse del mundo y adquirir un pensamiento propio: “No te dejes vencer por el mal; antes vence bien, vence el mal a fuerza de bien” (Rom 12,21).

     Por otro lado, la capacidad de pensar requiere sosiego, paciencia y reflexión: “Sed pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración” (Rom 12,12).

    La vivencia del amor es el rasgo sobresaliente de Rom 12,9-21. El amor debe manifestarse en el seno de la comunidad cristiana: “Compartid las necesidades de los creyentes, practicad la hospitalidad” (Rom 12,13). Sin embargo, el texto recalca el aspecto más difícil del amor y por eso el más comprometido, el amor a los enemigos: “Por tanto, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed dale de beber” (Rom 12,20). El apóstol recoge las sentencias que expone en su escrito del fértil campo que constituye el libro de los Proverbios (Prov 25,21).

    Pablo recuerda a la comunidad la fuerza esencial que confiere la plegaria. El apóstol insiste en la oración: “Sed perseverantes en la oración [...] bendecid a los que os persiguen” (Rom 12,12.14).

    Las normas prácticas sobre la vivencia del amor no se limitan al interés privado de cada cristiano, sino que deben vivirse en el seno de la comunidad y en el entorno social. El episodio contenido en Rom 12,9-21 refiere la vivencia del amor en el seno comunitario; y el episodio siguiente, Rom 13,1-14, extrapola la práctica del amor al ámbito social donde la comunidad cristiana debe dar testimonio de Cristo.

    El apóstol sabe que la vida cristiana debe encauzarse en el proyecto de Dios; por eso dice: “no os toméis la justicia por vuestra mano, sino dejad que Dios castigue, pues dice la Escritura: a mí me corresponde hacer justicia; yo daré su merecido a cada uno. Esto es lo que dice el Señor” (Rom 12,19). [En lugar del término “castigue” podríamos valernos de la palabra “actúe”; en el sentido de “dejar que Dios actúe para poner cada cosa en su sitio”]. Nuestra misión no estriba en tomarnos la justicia por nuestra mano, sino en el compromiso de estar atentos a nuestra propia conducta (Rom 14,12), y comprometernos en la transformación cristiana del mundo (Rom 13,8-14).

    La vida cristiana no persigue el éxito efímero sino la victoria final. El hombre fiel está llamado a vivir en las manos de Dios, en ese sentido la carta está henchida de miradas hacia la trascendencia y remite constantemente a la vida en plenitud: “Porque si hemos sido injertados en Cristo a través de una muerte semejante a la suya, también compartiremos su resurrección [...] Dios ofrece como don la vida eterna por medio de Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 6, 5.23).

    Desde la óptica cristiana el Antiguo Testamento desemboca en el Nuevo Testamento. Pablo sintetiza en Rom 12,9-21 la sabiduría de la Antigua Ley, pero centrándola en Cristo. La sabiduría no se alcanza solamente contemplando el palpitar del mundo como imagen del latido de Dios, sino, sobre todo, contemplando a Jesús muerto y resucitado, el único que llena de sentido y colma de sabiduría la vida humana.

miércoles, 27 de agosto de 2014

CARTA A LOS ROMANOS. LA SABIDURÍA DE DIOS: LA NUEVA VIDA EN CRISTO

                      
                                                                                Francesc Ramis Darder

     Adentrémonos ahora en un episodio significativo de la Carta a los Romanos que explica, con la mayor claridad, el contenido de la sabiduría cristiana. Comenzaremos leyendo el texto y después nos introduciremos en el contenido espiritual y teológico.

A. Lectura de Rom 12,9-21.

    Que vuestro amor no sea una farsa; detestad lo malo y abrazaos a lo bueno. Amaos de verdad unos a otros como hermanos y rivalizad en la mutua estima. No seáis perezosos para el esfuerzo; manteneos fervientes y prontos para el servicio del Señor. Vivid alegres por la esperanza, sed pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración. Compartid las necesidades de los creyentes; practicad la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen; bendecid no maldigáis. Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran. Vivid en armonía unos con otros y no seáis altivos, antes bien poneos al nivel de los sencillos. Y no seáis autosuficientes.

    A nadie devolváis mal por mal; procurad hacer el bien ante todos los hombres. Haced todo lo posible, en cuanto de vosotros dependa, por vivir en paz con todos. No os toméis la justicia por vuestra mano, queridos míos, sino dejad que Dios castigue, pues dice la Escritura: “A mí me corresponde hacer justicia; yo daré su merecido a cada uno”. Eso es lo que dice el Señor. Por tanto, “si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Actuando así, harás que enrojezca de vergüenza.

    No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence el mal a fuerza de bien.


B. Comentario.

    La segunda parte de la carta a los Romanos (Rom 1,16-11,36) insiste en la necesidad de centrar la vida cristiana en la fe en Jesús Resucitado y no en despeñar la vida hacia la servidumbre a las normas de la ley. Ahora bien, Pablo no presenta la fe como un conjunto teórico ajeno al deambular de la existencia humana. En la tercera parte de la carta (Rom 15,14-16,27), insiste en la necesidad de expresar la fe mediante la vivencia del amor. El contenido de Rom 12,9-21 desvela las normas de conducta que hacen posible que la fe se concrete en la experiencia del amor cristiano.

    Los consejos de Rom 12,9-21 confieren la sabiduría de Dios a quien los practica de forma convencida (1Cor 1,23-24). Como expone la teología del  AT, el sabio desarrolla seis actitudes que posibilitan su crecimiento humano y su compromiso social: la conciencia de ser alguien limitado; el sentimiento de la responsabilidad; la capacidad de pensar, de rezar y amar; la conciencia de pertenecer a una comunidad concreta; el deseo de encauzar su vida en el proyecto de Dios; y la intuición y después la certeza de que el destino de final de la vida reposa en las buenas manos de Dios para toda la eternidad. Veamos sucintamente las referencias con que Rom 12,9-21 alude a la sabiduría latente en la Sagrada Escritura.

    El apóstol afirma la necesidad de hacer el bien a todos “procurad hacer el bien ante todos los hombres” (Rom 12,17). Ahora bien, Pablo se muestra muy realista y percibe la limitación humana en la práctica de la bondad, sabe que no siempre podemos contentar a todos y por eso dice: “haced lo posible, en cuanto de vosotros dependa, por vivir en paz con todos” (Rom 12,18).

    La responsabilidad implica dos cosas. Por una parte, supone un estilo de vida semejante al de los profetas, es decir, la decisión de sembrar el amor por la vida y el afán por la práctica de la justicia en nuestro entorno; Pablo ahonda en ése aspecto: “Que vuestro amor no sea una farsa; detestad lo malo y abrazaos a o bueno” (Rom 12,9). Por otra parte, la responsabilidad implica la decisión de querer vivir como un sabio, saber observar en la naturaleza y en la sociedad el latido del proyecto de Dios, y como consecuencia de la observación, adquirir el compromiso de sembrar la semilla del Reino; por eso afirma el apóstol: “No seáis perezosos para el esfuerzo; manteneos fervientes en el espíritu y prontos para el servicio del Señor” (Rom 12,11).

    El ser humano es espiritual por excelencia (Rom 2,14-16). Vivir espiritualmente implica desarrollar la capacidad de pensar, rezar y amar. La capacidad de pensar se desarrolla desde dos perspectivas.

     Por un lado, supone la decisión de adquirir un notable sentido crítico, una notoria capacidad de discernir; ahora bien, sólo discierne las situaciones personales y sociales quien sabe tomar distancia y posee la humildad suficiente para pedir consejo a quien con solvencia pueda dárselo. Por eso Pablo comenta la necesidad de distanciarse del mundo y adquirir un pensamiento propio: “No te dejes vencer por el mal; antes vence bien, vence el mal a fuerza de bien” (Rom 12,21).

     Por otro lado, la capacidad de pensar requiere sosiego, paciencia y reflexión: “Sed pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración” (Rom 12,12).

    La vivencia del amor es el rasgo sobresaliente de Rom 12,9-21. El amor debe manifestarse en el seno de la comunidad cristiana: “Compartid las necesidades de los creyentes, practicad la hospitalidad” (Rom 12,13). Sin embargo, el texto recalca el aspecto más difícil del amor y por eso el más comprometido, el amor a los enemigos: “Por tanto, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed dale de beber” (Rom 12,20). El apóstol recoge las sentencias que expone en su escrito del fértil campo que constituye el libro de los Proverbios (Prov 25,21).

    Pablo recuerda a la comunidad la fuerza esencial que confiere la plegaria. El apóstol insiste en la oración: “Sed perseverantes en la oración [...] bendecid a los que os persiguen” (Rom 12,12.14).

    Las normas prácticas sobre la vivencia del amor no se limitan al interés privado de cada cristiano, sino que deben vivirse en el seno de la comunidad y en el entorno social. El episodio contenido en Rom 12,9-21 refiere la vivencia del amor en el seno comunitario; y el episodio siguiente, Rom 13,1-14, extrapola la práctica del amor al ámbito social donde la comunidad cristiana debe dar testimonio de Cristo.

    El apóstol sabe que la vida cristiana debe encauzarse en el proyecto de Dios; por eso dice: “no os toméis la justicia por vuestra mano, sino dejad que Dios castigue, pues dice la Escritura: a mí me corresponde hacer justicia; yo daré su merecido a cada uno. Esto es lo que dice el Señor” (Rom 12,19). [En lugar del término “castigue” podríamos valernos de la palabra “actúe”; en el sentido de “dejar que Dios actúe para poner cada cosa en su sitio”]. Nuestra misión no estriba en tomarnos la justicia por nuestra mano, sino en el compromiso de estar atentos a nuestra propia conducta (Rom 14,12), y comprometernos en la transformación cristiana del mundo (Rom 13,8-14).

    La vida cristiana no persigue el éxito efímero sino la victoria final. El hombre fiel está llamado a vivir en las manos de Dios, en ese sentido la carta está henchida de miradas hacia la trascendencia y remite constantemente a la vida en plenitud: “Porque si hemos sido injertados en Cristo a través de una muerte semejante a la suya, también compartiremos su resurrección [...] Dios ofrece como don la vida eterna por medio de Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 6, 5.23).

    Desde la óptica cristiana el Antiguo Testamento desemboca en el Nuevo Testamento. Pablo sintetiza en Rom 12,9-21 la sabiduría de la Antigua Ley, pero centrándola en Cristo. La sabiduría no se alcanza solamente contemplando el palpitar del mundo como imagen del latido de Dios, sino, sobre todo, contemplando a Jesús muerto y resucitado, el único que llena de sentido y colma de sabiduría la vida humana.


viernes, 22 de agosto de 2014

¿QUË DICE LA CARTA A LOS ROMANOS?

                                                       
                                                                                Francesc Ramis Darder


¿Qué tipo de sabiduría transmite la Carta a los Romanos?

    La sabiduría de Pablo es la sabiduría de Dios: “nosotros predicamos a un Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos; más para los que han sido llamados, se trata de un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1Cor 1,23-24).

    La sabiduría de Dios aparece reflejada en los escritos del apóstol. La mayoría de estudiosos de la obra de Pablo divide las cartas en dos grupos. Por una parte, existen las “cartas protopaulinas” nacidas de la pluma del propio Pablo: la primera a los Tesalonicenses, las dos a los Corintios, las remitidas a los Gálatas y a los Romanos, la carta a los Filipenses, y la dirigida a Filemón.  Por otra parte, las llamadas “cartas deuteropaulinas” habrían sido escritas, según la opinión mayoritaria de los comentaristas, después de la muerte de Pablo por autores anónimos vinculados a las comunidades fundadas por el apóstol de los gentiles. Esas cartas son: segunda a los Tesalonicences, Colosenses, Efesios, primera y segunda de Timoteo, y la epístola a Tito.

    La carta a los Romanos es la más extensa; quizá el capítulo 16 formara parte de una segunda carta añadida posteriormente al contenido de la primera. Pablo realizó una colecta entre las iglesias nacidas en el mundo pagano para socorrer a la comunidad de Jerusalén. Un poco ante de partir hacia la Ciudad Santa, Pablo redactó la carta a los Romanos desde Corinto, urbe donde residía (años 54-57). En su carta, Pablo recapitula y sintetiza su pensamiento, pero también dialoga con la comunidad romana con la intención de reconducirla por la senda evangélica.

    El apóstol se dirige a los romanos con gran delicadeza: “los que estáis en Roma habéis sido elegidos amorosamente por Dios para constituir su pueblo” (Rom 1,7). La ciudad de Roma en torno a los años 54-57 albergaba cerca de un millón de habitantes de toda raza y condición. La población judía residente en Roma estaba constituida por personas de todas las categorías sociales; pero el colectivo más numeroso estaba integrado por esclavos, libertos y extranjeros residentes, con una capacidad económica y cultural baja.

    La proclamación del evangelio llegó pronto a Roma. Seguramente algunos judíos procedentes de Palestina iniciaron las primeras comunidades; y, al parecer, el cristianismo se esparció con rapidez entre los judíos. Dos detalles evidencian la importancia de la comunidad cristiana. Por una parte, la arqueología ha sacado a la luz la lápida funeraria de una matrona romana cristiana enterrada en el año 43. Por otra, conocemos el edicto del emperador Claudio por el que decidió expulsar a los judíos de Roma quizá alarmado por los conflictos surgidos entre los judíos y quienes por entonces ya se habían hecho cristianos (Hch 18,2). Desde el momento de la expulsión, las comunidades cristianas dejaron de estar dirigidas por los fieles procedentes del judaísmo y comenzaron a recibir la orientación de los cristianos procedentes del paganismo.

    Después del año 54, el decreto de Claudio dejó de aplicarse con rigor, muchos cristianos pudieron regresar a Roma incorporándose a las comunidades que antes se habían visto en la necesidad de abandonar. Al integrarse en sus comunidades de origen, advirtieron que estaban básicamente constituidas por cristianos convertidos del paganismo, aquellos que no tuvieron que abandonar Roma cuando se promulgó el edicto de Claudio.

    Los cristianos de origen judío habían dirigido las comunidades cristianas hasta la publicación del decreto de Claudio; pero ahora, tras regresar a Roma, se dieron cuenta de que las comunidades estaban regidas por cristianos procedentes del paganismo. Entonces estallaron los problemas. El entendimiento entre los cristianos provenientes de la religión judía y los del mundo pagano fue difícil. Los judeocristianos deseaban imponerse sobre los paganocristianos. Pablo, consciente de las dificultades, escribe a los cristianos romanos una extensa carta, con una doble intención. Por una parte, desea calmar las tensiones entre ambos grupos cristianos; y, por otra desea exponer a la comunidad romana una síntesis ordenada y serena de la fe cristiana.

     Sin embargo, aún podemos percibir una tercera motivación en la carta de Pablo: la gran pasión misionera del apóstol. Pablo, hasta finales del año 57, ha desarrollado su labor evangelizadora en la zona del Mediterráneo Oriental, cree que ha llegado el momento de ensanchar el horizonte misioneros hasta el punto de que desea arribar a España (Rom 15,24).

     La decisión de llegar a España implicaba la necesidad de hacer una escala en Roma. Cuando el apóstol llegara a Roma, los cristianos de la Urbe ya habrían tenido ocasión de leer la carta que les habría escrito; de ese modo Pablo podría comentar con los cristianos romanos los puntos esenciales de la doctrina y alentar y corregir el funcionamiento de la comunidad.

     Sin embargo, a pesar de su empeño misionero, sabe que el proyecto que le impulsa a visitar España debe esperar; pues antes de embarcarse hacia Occidente le urge llegar a Jerusalén y entregar la colecta recogida en favor de la Iglesia madre (Rom 15,25-32).

    La carta a los Romanos muestra la madurez teológica del apóstol y su habilidad literaria. Pablo, entregado al ideal religioso, carga el contenido de la carta con himnos (Rom 11,33-36), catequesis (Rom 12,9-21), series encadenadas de textos bíblicos (Rom 15,9-13), comentarios a la Sagrada Escritura (Rom 13,8-10), etc. Literariamente utiliza las técnicas hebreas y también la retórica clásica, especialmente la antítesis y la diatriba. El contenido teológico, entretejido con un estilo elegante, confiere a la carta una gran brillantez y una enorme hondura.

    La carta comienza con el saludo inicial, la acción de gracias y la expresión del deseo del apóstol de visitar la comunidad de Roma (Rom 1,1-15).

    A continuación, figura una larga sección de contenido teológico (Rom 1,16-11,36) que desarrolla el tema central de la carta: “no me avergüenzo del evangelio, que es la fuerza de Dios para que se salve todo el que cree, tanto si es judío como si no lo es. Porque en él (Jesús) se manifiesta la fuerza salvadora de Dios a través de una fe en continuo crecimiento, como dice la Escritura: ‘Quien alcance la salvación por la fe, ese vivirá’ (Rom 1,16-17).

    Con la intención de comprender el sentido de Rom 1,16-17 volvamos por un momento hacia atrás en el orden de la exposición. Al principio, la comunidad romana estaba constituida por cristianos procedentes del judaísmo; por tanto, cabe afirmar que la asamblea estaba apegada al cumplimiento de las normas legales del judaísmo. Tal vez, en algún momento, llegó a dar más importancia al cumplimiento de las normas externas que a la fidelidad al mismo evangelio. Las normas de la Ley judía, en cuanto a la práctica habitual, tendían a ser externas: lavar bien platos y ollas, purificarse las manos lavándolas reiteradamente, o pagar el diezmo de la menta y la hierbabuena con la mayor escrupulosidad.

    El edicto de Claudio forzó la huida de Roma de los judíos, junto a los judíos también se vieron en la necesidad de abandonar la ciudad muchos cristianos de origen judío; por esa razón, como decíamos antes, la comunidad cristiana de Roma pasó a estar formada mayoritariamente por cristianos procedentes del paganismo. Éstos, al desconocer la aplicación precisa de la legislación judía, daban menor importancia al cumplimiento de los preceptos externos y otorgaban toda la relevancia a la Buena Nueva del Señor. La comunidad fue centrando su vida en torno a la fe en Jesús y obviando la práctica externa de la Ley.

    Sin embargo, cuando los judíos expulsados por Claudio regresaron a Roma, también volvieron con ellos los cristianos convertidos desde el judaísmo. Encontraron una comunidad distinta a la que habían dejado, dominada, como también hemos tenido ocasión de exponer, por cristianos procedentes del paganismo; los paganocristianos descuidaban las minucias rituales de la legislación mosaica, pues la desconocían en gran medida. Los judeocrisitianos que habían regresado a Roma desearon restablecer las cosas en su estado anterior favoreciendo, con gran ímpetu, el cumplimiento de las normas legales.

     Antes de continuar la exposición, es necesario dejar clara una cuestión: tanto los judeocristianos como los paganocristianos tenían asentada su fe en Cristo Jesús, el único salvador. Sin embargo, los judeocristioanos, los dirigentes de la Iglesia romana hasta la publicación del Edicto de Claudio, conferían una enorme importancia a la observancia de las tradiciones mosaicas, mientras los paganocristianos, desconocedores de la Ley hebrea, no daban importancia a la observancia de las múltiples normas cultuales de la religiosidad judía.

    La disparidad de criterios entre judeocristianos y paganocristianos provocó una crisis en la comunidad, tan fuerte que casi provocó la ruptura de la Iglesia. Pablo tomó partido en favor de los pagano-cristianos, y con una buena dosis de realismo supo mitigar el furor de los judeocristianos contra los paganocristianos. El apóstol afirmó que lo decisivo no es el cumplimiento de las obras de la Ley, sino la fe en Jesús. Reitera el apóstol que sólo hallará el sentido de su vida cristiana quien deposite plenamente su confianza en Jesús, al margen del cumplimiento de las normas externas de la Ley judía; dice Pablo: “Pero ahora, con independencia de la ley, se ha manifestado la fuerza salvadora de Dios atestiguada por la ley y los profetas” (Rom 3,21).

    Pablo sostiene la primacía de la fe sobre la ley: “con independencia de la ley, se ha manifestado la fuerza salvadora de Dios” (Rom 3,21a). Sin embargo, el apóstol recuerda que la Antigua Alianza no ha sido inútil, pues la fuerza salvadora de Dios ha sido “atestiguada por la ley y los profetas” (Rom 3,21b).

    Una vez confirmada la fe en Jesús como eje de la vida cristiana, la Carta a los Romanos se adentra en una nueva sección de tipo exhortativo (Rom 12,1-15,13). Pablo aclarara que la fe no se reduce a un contenido teórico ni al rechazo de las normas del judaísmo. La fe en Jesús se manifiesta en la vivencia del amor. La fe adquiere el aspecto del amor. Pablo propone a la comunidad el inicio de una nueva vida, basada en la fe incondicional en Jesús y en la capacidad de contagiar el amor del evangelio: “los preceptos [...] se resumen en éste: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. El que ama no hace mal al prójimo; en resumen, el amor es la plenitud de la ley” (Rom 13,9).

    Pablo continúa la carta relatando sus proyectos misioneros y su interés por visitar las comunidades que había fundado (Rom 15,1-32). Concluye la epístola con un capítulo de saludos (Rom 16,1-24) y una oración de alabanza (Rom 16,25-27).

    La sabiduría de Dios que exigía Pablo a los Corintios (1Cor 1,23-24) se explicita en la carta a los Romanos. Vivir la sabiduría de Dios estriba en creer firmemente que el sentido de nuestra vida de sostiene en la buenas manos de Jesús de Nazaret y en la decisión convencida de sembrar en todo el mundo la fuerza trasformadora del amor cristiano.