Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
El retablo barroco es de madera dorada y policromada. El
nicho central representa la Cena del Señor, con la mesa y los comensales
dispuestos en plano inclinado para facilitar la percepción del espectador.
Antes de la reforma litúrgica impulsada por el Concilio Vaticano II, el
sacerdote celebraba la Misa de espaldas al pueblo, y la comunidad no veía el
momento culminante de la consagración del pan y del vino; por eso, la
representación de la Santa Cena permitía que los fieles pudieran asociar la
celebración de Misa, sobre el altar de la capilla, con la cena del Señor, representada
en el retablo y celebrada en el cenáculo. El retablo dispone sobre la mesa del
cenáculo el vino y el pan junto al cordero pascual. La disposición del vino y
el pan evocan las palabras de Jesús a los apóstoles durante la última cena:
“Tomad, comed: esto es mi cuerpo […] Bebed todos; porque esta es mi sangre de
la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados” (Mt
26,26-28).
La presencia
del cordero sugiere las palabras que Juan Bautista pronunció acerca de Jesús:
“Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29); de ese
modo, el retablo invita al cristiano a conducirse según el estilo de vida
propuesto por el Evangelio. Aún así, la figura del cordero refiere, sobre todo,
la personalidad íntima de Jesús. El libro de Isaías habla de un personaje
misterioso, el Siervo del Señor, que entregará su vida para devolver a la
humanidad, atenazada por la idolatría, al regazo de la alianza divina (Is
52,13-53,12). La profecía describe la entrega del Siervo con los trazos del
Cordero sacrificado: “Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices
nos curaron […] como cordero llevado al matadero, como oveja ante el
esquilador” (Is 53,5.7). Desde esta perspectiva, situado bajo el nicho de la
santa cena, aparece Jesús, vestido con la clámide, ante el Consejo de ancianos
reunido en casa de Caifás, y ante Pilato en el Pretorio. La escenificación de
la condena de Jesús por parte de los judíos, Caifás, y de los paganos, Pilato,
ratifica la identidad de Jesús como Siervo del Señor, el Cordero que entrega su
vida para redimir el pecado de la comunidad judía y de la asamblea gentil.
El AT preludia
la entrega redentora de Jesús; por eso, el altar de la capilla, sobre el que se
levanta al retablo, representa escenas de la vida de Abrahán que esbozan la
entrega del patriarca a la exigencia divina: Ofrenda de Melquisedec, rey de
Salén (Gn 14,18-19), Abrahán y los ángeles peregrinos (Gn 18,1-5), el
Sacrificio de Isaac (Gn 22). La representación está enmarcada por una orla de
tema eucarístico con San Pedro y San Bruno en las esquinas superiores.
Cuando los cristianos asistían a Misa, veían
el cordero sacrificado, metáfora de la entrega de Jesús, dispuesto sobre la
mesa del retablo; entonces entendían que la Eucaristía, memorial del sacrifico
de Cristo, actualizaba la celebración del cenáculo (Mt 26,28). La
representación de la Santa Cena expresa como la Eucaristía transforma la
identidad del cristiano, pues le impulsa a seguir el Evangelio y le recuerda
que la entrega de Cristo derrama sobre su vida el perdón divino.
Ahondando en la
temática, el segundo cuerpo del retablo plasma la “presentación del Niño Jesús
en el templo”. Recogiendo la tradición del AT (Lv 12,2-4), el NT aplica a Jesús
las cláusulas de la Ley: “Todo varón primogénito será consagrado al Señor” (Lc
23). Como es obvio, el retablo representa a María y José que llevan a Jesús al
templo de Sión; pero, bajo las figuras del retablo, palpita la hondura con que
la celebración de la Eucaristía rehace la identidad del cristiano. Durante la
Antigua Alianza, los hebreos acudían al templo de Jerusalén para consagrase al
Señor (Lv 12), pero en la Nueva Alianza, plenitud de la Antigua, los cristianos
acuden a la Iglesia, casa de la Eucaristía, presencia viva de Dios entre
nosotros, para consagrarse plenamente al Señor. A tenor del retablo, la
celebración de la Eucaristía constituye el momento privilegiado en que el
cristiano acude al templo para acrecer la consagración al Señor que recibió en
el Bautismo.
Las figuras de
las virtudes teologales, las tallas de los santos, y la representación de “las
tentaciones de San Antonio Abad” que tachonan el retablo aducen los frutos con
que la Eucaristía acrece la solidez del cristiano. Sobre el yunque de la
Eucaristía, el cristiano acrece la fe, la esperanza y la caridad; injerta su
vida en el tronco de la santidad (Lv 19,2) y aprende a vencer las insidias del
mal. El conjunto de ángeles músicos, turiferarios y ceroferarios certifican,
como acontece en la estética barroca, que la Eucaristía abre las puertas del
cielo, meta de la vida cristiana.