miércoles, 18 de noviembre de 2020

JUDÍOS EN BABILONIA

 

                                                                             Francesc Ramis Darder

                                                                             bibliayoriente.blogspot.com


 

 

    Cuando murió Nabucodonosor II (562 a.C.), comenzó el declive de Babilonia; su hijo y sucesor, Amel-Marduk (562-560 a.C.), denominado por la Escritura Evil-Merodak, liberó de la prisión a Jeconías (2Re 25,27-30; Jr 52,31-34). Amel-Marduk fue destronado por Nergalsérer (560-556 a.C.), quien murió en combate al cabo de cuatro años (556 a.C.) dejando en el trono a un hijo menor de edad, Labasi-Marduk, el cual fue destronado a su vez por Nabónides (556-539 a.C.). Cuando Nabónides elevó al dios Sin al rango supremo del panteón babilónico, se granjeó la animadversión del clero de Marduk; más tarde, trasladó la corte al oasis de Teima con lo que alteró los ánimos de la nobleza. El desorden social coincidió con el renacimiento persa, dirigido por Ciro II (559-530 a.C.). Nabónides, temeroso de la pujanza de Ciro, formó con el faraón Amasis y con Creso, rey de Lidia, una alianza contra Persia. Ciro reaccionó y conquistó Sardes (547/6 a.C.) incorporando el territorio lidio a su imperio.

 

    La conquista de Babilonia se produjo con gran facilidad. Nabónides había perdido la Alta Mesopotamia, al igual que la provincia de Elam, cuyo gobernador, Gobrias, se había pasado a las tropas de Ciro. El ejército de Nabónides fue derrotado en Opis, y Ciro entró triunfante en Babilonia siendo aclamado como libertador (539 a.C.). Ni la capital, ni ninguna otra ciudad circundante fueron destruidas. Ciro restauró el culto del dios Marduk, desterrado antaño por Nabónides. Incluso proclamó que gobernaba por decisión de Marduk. Instaló a su hijo Cambises como su representante personal en la capital, Babilonia. Hacia el año 539 a.C. todo el oeste de Asia, hasta la frontera con Egipto, estaba bajo el cetro de Ciro II. La política de Ciro se caracterizó por la magnanimidad con que trató a los pueblos conquistados.

        

     ¿Qué repercusión tuvo la convulsión babilónico-persa en la vida de los deportados? Cuando los desterrados llegaron al país de los Canales (597.587.582 a.C.), pudieron acogerse a la política que acomodaba en grupos homogéneos a los exiliados procedentes de países sometidos. Así pudieron asentarse como grupo étnico en las poblaciones situadas junto a la ciudad de Nippur; Tel-Abib, Tel Harsa, Tel Melaj, Qerub Adón, Imer, Casifías y Sud (Ez 3,15; Esd 2,59; Ne 7,61; Esd 8,17; Bar 1,4). Jeconías, encarcelado por Nabucodonodor, quizá en el año 594 a.C., año de la rebelión de la nobleza babilónica, fue puesto en libertad en el año 561 a.C. por Amel-Marduk (562-560 a.C.), cuando llevaba treinta y siete años en la cárcel del exilio (2Re 25,27-30; Jr 52,31-34). La liberación de Jeconías acontece cuando empiezan a tambalearse los fundamentos del Imperio babilónico, zarandeado por el empuje persa. 

 

   A pesar de sufrir la cárcel, Jeconías conservó el título de rey de Judá (2Re 25,27). El progresivo deterioro babilónico desencadenó en sus dirigentes la necesidad de contar con la ayuda de los reyes deportados para asegurarse la fidelidad de los reinos sometidos; seguramente por eso Amel-Marduk liberó de la cárcel a Jeconías (561 a.C.). Los babilonios concedieron a Jeconías una corte de ocho hombres, le otorgaron una asignación pecuniaria, y le sentaron en el “Consejo de los Grandes de Akkad”; la asamblea constituida por los gobernadores babilónicos y por los reyes exiliados que auxiliaba a la autoridad imperial en las tareas de gobierno. Si los babilonios no desposeyeron a Jeconías del título de rey, con mayor razón debió de ser considerado como el monarca legítimo por parte de los judaítas. A tenor del sistema legislativo, los babilonios entendían que Jeconías era rey de Judá, pero, con toda certeza, le atribuirían pocas prerrogativas de gobierno sobre los deportados; pues, escarmentados por la revuelta de 594 a.C., habrían limitado la autoridad del rey.

 

     Sin embargo, el resquebrajamiento de la monarquía babilónica, propiciaba que la corte de Jeconías en el exilio adquiriera cada vez mayor pujanza. Los nobles deportados aprovecharon la coyuntura para desarrollar el sistema ideológico que ensalzara la autoridad del soberano sobre el territorio de Judá; así, la coyuntura histórica que determina la agonía babilónica y el encumbramiento persa, conlleva el renacimiento social de los deportados. A pesar de las componendas babilónicas, la prestancia de Ciro II iluminaba la cultura mesopotámica con una luz desconocida hasta entonces. Medos y persas formaban parte de pueblos indoeuropeos, cuyo talante cultural y religioso difería del carácter agresivo de la mayoría de las potencias mesopotámicas. La cultura medo-persa, nacida en las mesetas iranias, era de costumbres sobrias y poseía un sentido de la ética más desarrollado que el acostumbrado en las regiones del Tigres y del Eúfrates.

 

    La predicación de Spitama, el nombre con que se conocía a Zoroastro, recogida más tarde en los Gâtâs y el Avesta, enfatizó el triunfo definitivo del bien y se opuso a los sacrificios cruentos. Influyó de forma decisiva en el carácter humanista que asumió la religiosidad persa, hablaba del amor y de la alegría de vivir y anunciaba la esperanza que trascendía la inmanencia de la vida cotidiana. Enfatizaba la obligación del rey por implantar en sus estados el “orden justo”, conforme a los designios de Dios (Rtam). El ideal zoroastriano fue el espíritu con que se invistió Ciro para emprender sus conquistas. Aplicó en los territorios conquistados las consecuencias de la doctrina de Zoroastro; de ahí, el trato humano que dispensó a los babilonios tras conquistar el Imperio del Eúfrates, y la decisión de permitir a las comunidades deportadas el regreso a sus países de origen. Sin duda, la civilización persa, acrecida por los triunfos de Ciro, engendró en el alma de los judaítas desterrados la esperanza en la pronta redención del cautiverio.


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