Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
Cuando murió Nabucodonosor II (562 a.C.),
comenzó el declive de Babilonia; su hijo y sucesor, Amel-Marduk (562-560 a.C.),
denominado por la Escritura Evil-Merodak, liberó de la prisión a Jeconías (2Re
25,27-30; Jr 52,31-34). Amel-Marduk fue destronado por Nergalsérer (560-556
a.C.), quien murió en combate al cabo de cuatro años (556 a.C.) dejando en el trono
a un hijo menor de edad, Labasi-Marduk, el cual fue destronado a su vez por
Nabónides (556-539 a.C.). Cuando Nabónides elevó al dios Sin al rango supremo
del panteón babilónico, se granjeó la animadversión del clero de Marduk; más
tarde, trasladó la corte al oasis de Teima con lo que alteró los ánimos de la
nobleza. El desorden social coincidió con el renacimiento persa, dirigido por
Ciro II (559-530 a.C.). Nabónides, temeroso de la pujanza de Ciro, formó con el
faraón Amasis y con Creso, rey de Lidia, una alianza contra Persia. Ciro
reaccionó y conquistó Sardes (547/6 a.C.) incorporando el territorio lidio a su
imperio.
La conquista de Babilonia se produjo con
gran facilidad. Nabónides había perdido la Alta Mesopotamia, al igual que la
provincia de Elam, cuyo gobernador, Gobrias, se había pasado a las tropas de
Ciro. El ejército de Nabónides fue derrotado en Opis, y Ciro entró triunfante
en Babilonia siendo aclamado como libertador (539 a.C.). Ni la capital, ni
ninguna otra ciudad circundante fueron destruidas. Ciro restauró el culto del
dios Marduk, desterrado antaño por Nabónides. Incluso proclamó que gobernaba
por decisión de Marduk. Instaló a su hijo Cambises como su representante
personal en la capital, Babilonia. Hacia el año 539 a.C. todo el oeste de Asia,
hasta la frontera con Egipto, estaba bajo el cetro de Ciro II. La política de
Ciro se caracterizó por la magnanimidad con que trató a los pueblos
conquistados.
¿Qué repercusión tuvo la convulsión
babilónico-persa en la vida de los deportados? Cuando los desterrados llegaron
al país de los Canales (597.587.582 a.C.), pudieron acogerse a la política que
acomodaba en grupos homogéneos a los exiliados procedentes de países sometidos.
Así pudieron asentarse como grupo étnico en las poblaciones situadas junto a la
ciudad de Nippur; Tel-Abib, Tel Harsa, Tel Melaj, Qerub Adón, Imer, Casifías y
Sud (Ez 3,15; Esd 2,59; Ne 7,61; Esd 8,17; Bar 1,4). Jeconías, encarcelado por
Nabucodonodor, quizá en el año 594 a.C., año de la rebelión de la nobleza
babilónica, fue puesto en libertad en el año 561 a.C. por Amel-Marduk (562-560
a.C.), cuando llevaba treinta y siete años en la cárcel del exilio (2Re
25,27-30; Jr 52,31-34). La liberación de Jeconías acontece cuando empiezan a
tambalearse los fundamentos del Imperio babilónico, zarandeado por el empuje
persa.
A pesar de sufrir la cárcel, Jeconías conservó el título de rey de Judá
(2Re 25,27). El progresivo deterioro babilónico desencadenó en sus dirigentes
la necesidad de contar con la ayuda de los reyes deportados para asegurarse la
fidelidad de los reinos sometidos; seguramente por eso Amel-Marduk liberó de la
cárcel a Jeconías (561 a.C.). Los babilonios concedieron a Jeconías una corte de
ocho hombres, le otorgaron una asignación pecuniaria, y le sentaron en el
“Consejo de los Grandes de Akkad”; la asamblea constituida por los gobernadores
babilónicos y por los reyes exiliados que auxiliaba a la autoridad imperial en
las tareas de gobierno. Si los babilonios no desposeyeron a Jeconías del título
de rey, con mayor razón debió de ser considerado como el monarca legítimo por
parte de los judaítas. A tenor del sistema legislativo, los babilonios
entendían que Jeconías era rey de Judá, pero, con toda certeza, le atribuirían
pocas prerrogativas de gobierno sobre los deportados; pues, escarmentados por
la revuelta de 594 a.C., habrían limitado la autoridad del rey.
Sin embargo, el resquebrajamiento de la
monarquía babilónica, propiciaba que la corte de Jeconías en el exilio
adquiriera cada vez mayor pujanza. Los nobles deportados aprovecharon la
coyuntura para desarrollar el sistema ideológico que ensalzara la autoridad del
soberano sobre el territorio de Judá; así, la coyuntura histórica que determina
la agonía babilónica y el encumbramiento persa, conlleva el renacimiento social
de los deportados. A pesar de las componendas babilónicas, la prestancia de
Ciro II iluminaba la cultura mesopotámica con una luz desconocida hasta
entonces. Medos y persas formaban parte de pueblos indoeuropeos, cuyo talante
cultural y religioso difería del carácter agresivo de la mayoría de las
potencias mesopotámicas. La cultura medo-persa, nacida en las mesetas iranias,
era de costumbres sobrias y poseía un sentido de la ética más desarrollado que
el acostumbrado en las regiones del Tigres y del Eúfrates.
La predicación de Spitama, el nombre con
que se conocía a Zoroastro, recogida más tarde en los Gâtâs y el Avesta,
enfatizó el triunfo definitivo del bien y se opuso a los sacrificios cruentos.
Influyó de forma decisiva en el carácter humanista que asumió la religiosidad
persa, hablaba del amor y de la alegría de vivir y anunciaba la esperanza que
trascendía la inmanencia de la vida cotidiana. Enfatizaba la obligación del rey
por implantar en sus estados el “orden justo”, conforme a los designios de Dios
(Rtam). El ideal zoroastriano fue el espíritu con que se invistió Ciro
para emprender sus conquistas. Aplicó en los territorios conquistados las
consecuencias de la doctrina de Zoroastro; de ahí, el trato humano que dispensó
a los babilonios tras conquistar el Imperio del Eúfrates, y la decisión de
permitir a las comunidades deportadas el regreso a sus países de origen. Sin
duda, la civilización persa, acrecida por los triunfos de Ciro, engendró en el
alma de los judaítas desterrados la esperanza en la pronta redención del
cautiverio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario