Francesc Ramis Darder
La Sagrada Escritura explica quién
es el hombre sabio. El que conoce las cualidades que Dios le ha dado para hacerlas
fructificar, pero que también ve sus limitaciones, para aprender a controlarlas.
He aquí al hombre sabio; el que sabe hacer fructificar sus virtudes y aprende a
dominar sus defectos.
En la parábola de los diez talentos, el Señor
nos recuerda la necesidad de poner en práctica las cualidades que nos ha dado. Cada
uno de los criados ha recibido una cantidad de dinero; uno cinco millones, otro
tres y otro uno. Aunque las cantidades sean diversas, cada una de ellas, incluso
la más pequeña, constituía un capital enorme en la época de Jesús. El dinero
que recibe cada criado es una metáfora de las cualidades que Dios les ha dado;
han recibido cualidades diversas, uno cinco, otro tres, y el último una; son
diversas, pero, como decíamos, suficientes para llenar la tarea de toda una
vida.
Los dos primeros se han esforzado y han multiplicado
el dinero, alegoría de las virtudes recibidas; como se han esforzado, el amo les
dice: “Entra a celebrarlo con tu Señor.” Pero el criado que recibió solo un millón
dijo a su amo: “Tuve miedo y escondí tu dinero”; por este motivo aquel millón,
signo de las virtudes que había recibido, no fructificó. Los dos primeros criados
emplearon la vida en desarrollar sus cualidades, representadas por los millones;
cabe pensar que ambos sintieron también la sombra del miedo cuando invirtieron
el dinero; como todo el mundo, sintieron miedo, pero supieron controlarlo; es decir,
actuaron como sabios, supieron desarrollar sus virtudes y controlar sus limitaciones.
En cambio, el criado que solo recibió un millón actuó como un necio; no solo
descuidó sus virtudes, representadas por el millón que recibió del amo, sino
que tampoco supo controlar sus limitaciones, representadas por el miedo.
Cuando hoy hablamos del miedo, lo entendemos
como el sentimiento humano de temor frente a lo desconocido, pero en la Biblia,
el miedo tiene un significado más profundo. El miedo es el síntoma de la falta
de fe; decía el profeta Isaías: “Quien tiene miedo no tiene fe, o quien tiene
fe no tiene miedo.” Los dos criados que hicieron fructificar las virtudes no
solo tenían valor, tenían fe, la virtud que nos recuerda que la vida reposa en
las manos de Dios; y llenos de fe, hicieron fructificar las cualidades que el
Señor les había regalado. El criado que tuvo miedo, no tuvo solo cobardía, sino
falta de fe; desconfió de que el Señor estuviese a su lado, y por ello no pudo
desarrollar las cualidades que de Él había recibido.
Desarrollar nuestras virtudes y aprender a
controlar nuestros defectos nos llevará a vivir en plenitud. Una vida plena, sabia
en el lenguaje bíblico, no es la que está cargada de actividades y de cosas. Un
sabio cristiano no es el que se propone hacer grandes cosas, sino el que pone mucho
amor en las cosas que hace. A los ojos de Dios, las actividades no son
importantes por sus dimensiones, sino por el amor que ponemos en ellas cuando
las llevamos a cabo. En esta Eucaristía pidamos al Señor que nos convierta en
sabios cristianos; personas que con fe y con amor sembremos la semilla del Evangelio
en los surcos de la humanidad entera.
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