viernes, 2 de marzo de 2018

HECHOS DE LOS APÓSTOLES



                                                         Francesc Ramis Darder
                                                         bibliayoriente.blogspot.com



El empeño misionero empujó al apóstol Pablo a sembrar la Buena Nueva de Jesús resucitado entre los habitantes de la provincia de Acaya, en Grecia. Las comunidades fundadas por Pablo florecieron, pues los cristianos, fortalecidos como discípulos de Jesús, desarrollaron la tarea misionera entre sus conciudadanos.

    A finales del siglo I, surgió entre las comunidades cristianas de Acaya el evangelista Lucas. Cristiano culto y comprometido, compuso en primer lugar el “Evangelio de Lucas” y después, a modo de continuación, los “Hechos de los Apóstoles”; escribió ambos libros en lengua griega. El Evangelio expone el ministerio de Jesús de Nazaret, mientras los Hechos describen como la Iglesia primigenia, hogar de los discípulos del Resucitado, empeñó su existencia, impulsada por el Espíritu, en la misión evangelizadora.
 
    A lo largo del Evangelio y los Hechos, Lucas se refiere a Jesús muy a menudo con el título “Señor”. ¿Qué significa? A partir del siglo III a.C., los judíos establecidos en la ciudad de Alejandría en Egipto tradujeron el AT, redactado en hebreo y arameo, al idioma griego; los estudiosos conocen la versión como “Traducción de los LXX” o “Septuaginta”. Con frecuencia, el término hebreo “Yahvé” aparece traducido en la Septuaginta con la palabra griega “kurios” que en castellano significa “Señor”. Cuando Lucas, conocedor del AT griego, escribía el Evangelio y los Hechos también denominaba a Jesús de Nazaret, con cierta frecuencia, con el término “Señor” (Lc 2,11; Hch 1,21); es decir, percibía en la actuación y en las palabras de Jesús el latido de la presencia salvadora de Dios entre nosotros.

    El término “Señor” adquiría también otro significado importante. La región de Acaya había sido relevante en tiempos antiguos, había contemplado la presencia de los grandes filósofos (Platón o Aristóteles) y los mejores artistas (Fidias o Praxíteles). Sin embargo, en época de Lucas era una provincia perdida en el vasto imperio romano. Los habitantes de Acaya, sumidos en la irrelevancia, consumían la vida sirviendo a pequeños “señores” para conferir algún sentido a su vida. Unos se entregaban al  capricho de los pequeños “señores” que administraban las minúsculas aldeas y las pobres ciudades de Acaya. Otros agotaban sus años buscado las prebendas del emperador romano, a quien también llamaban “señor”. Muchos consumían su existencia sirviendo a los “señores” que tantas veces agostan nuestra vida, a saber, el ansía de poseer bienes sin medida, el afán de poder, o el deseo de la falsa apariencia. Entre las páginas del Evangelio y los Hechos, Lucas recuerda que el único “Señor” capaz de colmar el sentido de la existencia humana es Jesús, el “Señor” con letra mayúscula, mientras los otros “señores”, con letra minúscula, son ídolos que devoran la existencia de quien les adora.

    Con la mayor sutileza, Lucas colorea la actuación de Jesús y los apóstoles con los pinceles de la misericordia; no en vano, Dante Alighieri sentenciaba que Lucas era el “evangelista de la misericordia de Cristo”. A modo de ejemplo, entre las líneas del Evangelio despunta el relato de “la resurrección de la hija de Jairo” (Lc 8,40-56); mientras todos lloraban y se lamentaban, Jesús tomó a la niña de la mano para decirle “Niña, levántate”, ella se recuperó y se levantó. La misericordia de Jesús hacia la niña trasparece en la actitud de Pedro y Juan hacia el tullido, apostado junto a la Puerta Hermosa para pedir limosna (Hch 3,1-10). Cuando ambos apóstoles se encaminaban al Templo, Pedro dijo al lisiado: “No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina”; entonces el mendigo, dando un salto, se puso en pie y comenzó a caminar. Así pues, la actitud misericordiosa de los discípulos, expuesta en los Hechos, refleja la misericordia de Jesús que detalla el Evangelio.

    Antes de su ascensión, Jesús dijo a sus discípulos: “el Mesías debía morir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión  para el perdón de los pecados” (Lc 24,46-47). De ese modo, Jesús encargaba a los discípulos la predicación del evangelio por todo el mundo. Sin embargo, no les dejó solos en la tarea; como señalan los Hechos, les aseguró: “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). El libro de los Hechos, continuación de la propuesta del Evangelio, certifica como los discípulos, impulsados por el Espíritu, acrisolaron su comunión con el Resucitado, para proclamar por el mundo entero el gozo del Evangelio.

No hay comentarios: