Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
El empeño misionero empujó
al apóstol Pablo a sembrar la Buena Nueva de Jesús resucitado entre los
habitantes de la provincia de Acaya, en Grecia. Las comunidades fundadas por
Pablo florecieron, pues los cristianos, fortalecidos como discípulos de Jesús,
desarrollaron la tarea misionera entre sus conciudadanos.
A
finales del siglo I, surgió entre las comunidades cristianas de Acaya el
evangelista Lucas. Cristiano culto y comprometido, compuso en primer lugar el
“Evangelio de Lucas” y después, a modo de continuación, los “Hechos de los
Apóstoles”; escribió ambos libros en lengua griega. El Evangelio expone el
ministerio de Jesús de Nazaret, mientras los Hechos describen como la Iglesia
primigenia, hogar de los discípulos del Resucitado, empeñó su existencia,
impulsada por el Espíritu, en la misión evangelizadora.
A lo largo del Evangelio y los Hechos,
Lucas se refiere a Jesús muy a menudo con el título “Señor”. ¿Qué significa? A
partir del siglo III a.C., los judíos establecidos en la ciudad de Alejandría
en Egipto tradujeron el AT, redactado en hebreo y arameo, al idioma griego; los
estudiosos conocen la versión como “Traducción de los LXX” o “Septuaginta”. Con
frecuencia, el término hebreo “Yahvé” aparece traducido en la Septuaginta con
la palabra griega “kurios” que en castellano significa “Señor”. Cuando Lucas, conocedor
del AT griego, escribía el Evangelio y los Hechos también denominaba a Jesús de
Nazaret, con cierta frecuencia, con el término “Señor” (Lc 2,11; Hch 1,21); es
decir, percibía en la actuación y en las palabras de Jesús el latido de la
presencia salvadora de Dios entre nosotros.
El término “Señor” adquiría también otro
significado importante. La región de Acaya había sido relevante en tiempos
antiguos, había contemplado la presencia de los grandes filósofos (Platón o
Aristóteles) y los mejores artistas (Fidias o Praxíteles). Sin embargo, en
época de Lucas era una provincia perdida en el vasto imperio romano. Los
habitantes de Acaya, sumidos en la irrelevancia, consumían la vida sirviendo a
pequeños “señores” para conferir algún sentido a su vida. Unos se entregaban al
capricho de los pequeños “señores” que administraban
las minúsculas aldeas y las pobres ciudades de Acaya. Otros agotaban sus años
buscado las prebendas del emperador romano, a quien también llamaban “señor”. Muchos
consumían su existencia sirviendo a los “señores” que tantas veces agostan
nuestra vida, a saber, el ansía de poseer bienes sin medida, el afán de poder, o
el deseo de la falsa apariencia. Entre las páginas del Evangelio y los Hechos,
Lucas recuerda que el único “Señor” capaz de colmar el sentido de la existencia
humana es Jesús, el “Señor” con letra mayúscula, mientras los otros “señores”,
con letra minúscula, son ídolos que devoran la existencia de quien les adora.
Con la mayor sutileza, Lucas colorea la
actuación de Jesús y los apóstoles con los pinceles de la misericordia; no en
vano, Dante Alighieri sentenciaba que Lucas era el “evangelista de la
misericordia de Cristo”. A modo de ejemplo, entre las líneas del Evangelio
despunta el relato de “la resurrección de la hija de Jairo” (Lc 8,40-56); mientras
todos lloraban y se lamentaban, Jesús tomó a la niña de la mano para decirle
“Niña, levántate”, ella se recuperó y se levantó. La misericordia de Jesús
hacia la niña trasparece en la actitud de Pedro y Juan hacia el tullido,
apostado junto a la Puerta Hermosa para pedir limosna (Hch 3,1-10). Cuando
ambos apóstoles se encaminaban al Templo, Pedro dijo al lisiado: “No tengo
plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el nombre de Jesucristo de Nazaret,
levántate y camina”; entonces el mendigo, dando un salto, se puso en pie y
comenzó a caminar. Así pues, la actitud misericordiosa de los discípulos,
expuesta en los Hechos, refleja la misericordia de Jesús que detalla el
Evangelio.
Antes de su ascensión, Jesús dijo a sus
discípulos: “el Mesías debía morir y resucitar de entre los muertos al tercer
día, y comenzando por Jerusalén, en su nombre debía predicarse a todas las
naciones la conversión para el perdón de
los pecados” (Lc 24,46-47). De ese modo, Jesús encargaba a los discípulos la
predicación del evangelio por todo el mundo. Sin embargo, no les dejó solos en
la tarea; como señalan los Hechos, les aseguró: “Recibirán la fuerza del
Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén,
en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). El libro
de los Hechos, continuación de la propuesta del Evangelio, certifica como los
discípulos, impulsados por el Espíritu, acrisolaron su comunión con el
Resucitado, para proclamar por el mundo entero el gozo del Evangelio.
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