Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
A lo largo de varias
etapas, el libro de los Hechos expone como los discípulos forjan su identidad
entorno a la presencia del Resucitado, a la vez que, impulsados por el
Espíritu, proclaman el Evangelio “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y
hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8).
1.Introducción (Hch
1,1-11)
Valiéndose de un breve
prólogo, Lucas vincula el libro de los Hechos con el Evangelio (Hch 1,1-2). A
continuación sitúa, en el ámbito de un discurso de despedida, el advenimiento
del Espíritu y el mandato de Jesús a los apóstoles: “Recibiréis la fuerza del
Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén
[…] y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,3-8). Finalmente, el relato de la
Ascensión impulsa a los apóstoles, mediante una pregunta retórica: ¿Por qué
seguís mirando al cielo”? a emprender la tarea evangelizadora, al mismo tiempo
que colma su vida de esperanza: “Este Jesús que acaba de subir […] vendrá como
lo habéis visto marcharse” (Hch 9,11).
2.La Iglesia de Jerusalén
(Hch 1,12-5,42)
Conformaban la primigenia
Iglesia de Jerusalén “unos ciento veinte” hermanos; por entonces la comunidad,
alentada por el Espíritu y después de escuchar la propuesta de Pedro, eligió a
Matías para formar parte de los apóstoles en sustitución de Judas (Hch
1,12-26). El día de Pentecostés el Espíritu Santo se derramó sobre los
apóstoles (Hch 2,1-12); enseguida, Pedro pronunció un discurso para anunciar el
Evangelio a los vecinos de Jerusalén, y “se agregaron a la comunidad unas tres
mil personas” (Hch 2,14-41).
La
comunidad crecía y se fortalecía (Hch 2,42-47). En aquellos días, Pedro y Juan fueron
al Templo a orar; al pasar junto a la Puerta Hermosa vieron a un mendigo
tullido, y Pedro, en nombre de Jesús, lo curó (Hch 3,1-11). A continuación,
Pedro dirigió un discurso a los circunstantes para proclamar el mensaje de
Jesús; fruto del sermón, “el número de hombres que formaban la comunidad llegó
a cinco mil” (Hch 3,12-32). Alarmados por la curación y preocupados por el
discurso, las autoridades judías detuvieron a Pedro y Juan, pero tuvieron que
soltarlos (Hch 4,1-22). Una vez liberados, contaron el suceso a la comunidad de
Jerusalén que, animada por el Espíritu, no cesaba de anunciar la palabra de
Dios (Hch 4,23-31). Mientras la comunidad seguía fortaleciéndose (Hch 4,32-35),
José, levita natural de Chipre, conocido como Bernabé, puso a disposición de
los apóstoles el montante de la venta de un campo (Hch 4,36-37).
A pesar de la
bonanza, estallaban conflictos; Ananías y Safira traicionaron la confianza
comunitaria, y Pedro tuvo que corregir la disensión (Hch 5,1-11). Ahora bien,
tal era el prestigio de los apóstoles que muchas personas, procedentes de
aldeas cercanas de Jerusalén, traían a los enfermos para que, al cubrirlos la
sombra de Pedro cuando pasaba a su lado, se curaran (Hch 5,12-17); conviene
notar, que la misión cristiana trasciende Jerusalén y alcanza los pueblos
vecinos. Alterados por el triunfo de la predicación, los dignatarios judíos
persiguieron a los apóstoles, pero ellos “no cesaban de anunciar y enseñar que
Jesús es el Mesías” (Hch 5,17-42).
3.Expansión de la
Iglesia: desde Jerusalén hasta Antioquía (Hch 6,1-12,25)
El número de discípulos
era muy grande. Entonces los apóstoles, deseosos de “dedicarse a la oración y
al ministerio de la palabra” (Hch 6,4), eligieron siete diáconos para
dedicarlos al servicio de las mesas (Hch 6,1-7); uno de ellos, Nicanor, era
“prosélito de Antioquia”, es decir, un pagano que se hizo judío y después
cristiano, sería pues el primer cristiano cuyo origen remoto estaría el
paganismo. La valentía misionera de otro diácono, Esteban, propició su condena
por parte de la autoridad judía (Hch 6,8-15). Antes de morir lapidado, entonó
un discurso para anunciar la Buena Nueva ante los judíos (Hch 7,1-53); mientras
tanto, Saulo contemplaba la ejecución (Hch 7,54-8,1ª). Aquel día se desencadenó
una persecución contra la Iglesia de Jerusalén; y todos, excepto los apóstoles,
se dispersaron por Judea y Samaría; Saulo, por su parte, se ensañaba contra la
Iglesia (Hch 8,1b-3).
Entre quienes se habían dispersado por la
persecución, el diácono Felipe llegó a Samaría para proclamar el Evangelio (Hch
8,4-8); así la misión trasciende la frontera de Judea para adentrase en
Samaría. La predicación logró la conversión de Simón, el mago (Hch 8,9-13). Cuando
los apóstoles de Jerusalén tuvieron noticia de la conversión de muchos
samaritanos, enviaron a Pedro y Juan para que les impusieran las manos y
recibieran el Espíritu Santo (Hch 9,14-17). Sin embargo, Simón, admirado de la
potestad apostólica, quiso adquirirla con dinero; pero los apóstoles, dolidos
de la afrenta, le conminaron al arrepentimiento (Hch 9,18-24). Antes de
regresar a Jerusalén, Pedro y Juan anunciaron el evangelio en muchas ciudades
samaritanas (Hch 8,25). Mientras tanto, Felipe bautizó a un ministro de la
reina de Etiopía, que volvía de Jerusalén (Hch 8,27-39); acto seguido, alcanzó
Asdod y fue predicando la Buena Nueva por todas las ciudades hasta llegar a
Cesarea (Hch 8,40).
Entre tanto, Saulo perseguía a los
cristianos, pero, camino de Damasco, se encontró con el Señor (Hch 9,1-7); una
vez en Damasco, el discípulo Ananías lo bautizó (Hch 9,10-18). Pasados unos
días, comenzó a predicar en las sinagogas hasta alcanzar Jerusalén, donde los
judíos decidieron matarlo, pero los hermanos, atentos a la conjura, lo bajaron
a Cesarea y lo enviaron a Tarso (Hch 9,19-29). Por entonces, la Iglesia gozaba
de paz en toda Judea, Galilea y Samaría, con fuerza se extendía impulsada por
el Espíritu Santo (Hch 9,31).
Pedro, por su parte, visitó Lidia donde
curó a Eneas; al ver el signo, los habitantes de Lidia y la región de Sarón se
convirtieron al Señor (Hch 9,32-35). Después se desplazó a Jafa para devolver
la vida a Tabita; los vecinos de Jafa contemplaron el prodigio y muchos
creyeron en el Señor (Hch 9,36-43). Ambos signos evocan los milagros de Jesús
(ver: Lc 5,18-26; 7,15); así pues, la tarea de Pedro manifiesta la fuerza
salvadora del Evangelio. Mientras Pedro estaba en Jafa, un centurión romano, pagano,
y temeroso de Dios, llamado Cornelio, recibió el aviso del ángel de Dios para
que llamara a Pedro a su casa (Hch 10,1-5). Cuando los enviados iban a buscar a
Pedro, el apóstol tuvo una visió en que Dios le decía: “Lo que Dios ha hecho
puro, no lo consideres tú impuro” (Hch 10,9-15). Cuando llegó a casa de
Cornelio, Pedro proclamó el primer anuncio cristiano; mientras hablaba, el
Espíritu se derramó sobre los paganos; y el apóstol, atónito ante el prodigio,
mandó que los bautizaran (Hch 10,17-48). Más adelante, Pedro comunicó el suceso
a los apóstoles y hermanos de Judea, que lo recibieron con gran alegría: “¡Así
que también Dios ha concedido a los paganos la conversión que lleva a la vida!”
(Hch 11,1-18). El acontecimiento es fundamental, pues supuso la primera
incorporación de los paganos a la comunidad cristiana.
Los que se habían dispersado a causa de la persecución, tras la muerte
de Esteban, llegaron a Fenicia, Chipre y Antioquia, pero no predicaban más que
a los judíos. Sin embargo, algunos chipriotas y cirenenses anunciaban el
evangelio también a los paganos de Antioquia; muchos paganos se convirtieron.
Entonces, la Iglesia de Jerusalén envió a Bernabé a comprobar la cuestión; el
enviado pudo constar la multitud de paganos que se habían adherido al Señor.
Después, fue a Tarso a buscar a Pablo, con quien instruyó a muchos en la fe;
“en Antioquia fue donde se empezó a llamar a los discípulos cristianos” (Hch
11,19-26). Por entonces, bajaron algunos profetas de Jerusalén a Antioquia; uno
de ellos, Agabo, pronosticó el advenimiento de una gran carestía; por eso los
discípulos determinaron enviar socorro a los hermanos de Judea por medio de
Bernabé y Saulo (Hch 11,27-30). Por entonces, Herodes, mandó ejecutar a
Santiago, hermano de Juan, y encarceló a Pedro, pero el Señor, por mediación de
un ángel, liberó al apóstol del cautiverio (Hch 12,1-11). Una vez liberado, fue
a casa de María, donde estaban reunidos en oración muchos discípulos de
Jerusalén; Pedro les narró el suceso y mandó que lo contaran a Santiago y a los
hermanos (Hch 12,12-17).
Cuando Herodes abandonó Jerusalén para residir en
Cesarea, el ángel del Señor acabó con la vida del monarca (Hch 12,18-22).
Mientras la palabra de Dios crecía y se multiplicaba, Bernabé y Saulo
regresaron a Antioquía después de haber entregado, en nombre de la comunidad
antioquena, el socorro a los hermanos de Jerusalén (Hch 12,24-25).
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