Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
El primer anuncio del
Evangelio atraía mucha gente a la comunidad cristiana, donde los nuevos
discípulos celebraban la presencia del Salvador en la Eucaristía y vivían la
comunión fraterna. No obstante, si los discípulos no ahondaban en el
conocimiento de Jesús y en la meditación de la Escritura, su conversión podría
reducirse a una cuestión sentimental o a una emoción pasajera. Por eso “todos
ellos (alusión a la comunidad cristiana) perseveraban en la enseñanza de los
apóstoles” (Hch 2,42), pues “los apóstoles daban testimonio con gran energía de
la resurrección de Jesús, el Señor, y todos gozaban de gran estima” (Hch 4,33).
Como es obvio, la enseñanza de los apóstoles no se limitaba al aspecto teórico,
pues “todos (eco de la comunidad cristiana) estaban impresionados, porque eran
muchos los prodigios y señales realizados por los apóstoles” (Hch 2,43); de ese
modo, los apóstoles instruían a la comunidad con la fuerza de la palabra de
Dios y el testimonio de su conducta.
Como hemos dicho, el primer anuncio cristiano
recibe el nombre de “kerigma”, mientras la reflexión posterior para profundizar
en el mensaje se denomina “catequesis”. Aunque la dimensión catequética aparece
tras la mención de la “perseverancia en la enseñanza de los apóstoles” (Hch
2,42), los Hechos explicitan diversas situaciones en que la comunidad
profundiza en la reflexión. En el clima de la plegaria, Pedro y Juan catequizan
a la asamblea mostrando que la vida de Jesús estaba desde siempre en manos de
Dios (Hch 4,23-31). Ananías, cristiano de Damasco, debió instruir a Pablo
después de su encuentro con el Señor (Hch 9,10-19). Pedro catequizó a la
comunidad de Jerusalén sobre la necesidad, atestiguada por la voluntad divina,
de bautizar a los paganos (Hch 11,1-18). El envío de discípulos eminentes para
anunciar el decreto de la Asamblea de Jerusalén fue una ocasión catequética
para las comunidades (Hch 15,22-30). El estilo catequético aparece de nuevo en
el discurso de despedida que Pablo dirige a los responsables de la comunidad de
Éfeso (Hch 20,17-38); y, sin duda, en las palabras que el apóstol dirigía a
quienes le visitaban cuando estaba preso en Roma (Hch 28,30-31).
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