Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
“El principio de la Sabiduría es la confianza en el Señor”.
(Prov 1,7).
1. Introducción general al Libro de los Proverbios.
El título
del libro aparece al inicio: “Proverbios de Salomón” (Pr 1,1). Los
proverbios proceden de los refranes y en las sentencias populares surgidas de
la vida cotidiana. Los sabios tomaron las sentencias y refranes pulieron el
estilo y afinaron el significado. Los sabios confirieron a cada sentencia
concisión y claridad; pero, sobre todo, supieron darle la aplicación precisa
para cada circunstancia de la vida. Por tanto un proverbio es más que un simple
refrán: Es una sentencia popular pulida por los sabios para que pueda aplicarse
a las diversas situaciones de la existencia.
El comienzo
del libro afirma que su autor es Salomón (Pr 1,1), referencia que aparece de
nuevo en Pr 25,1 con un matiz aclaratorio: “Más proverbios de Salomón, que
copiaron los hombres de Ezequías, rey de Judá”. Algunos pasajes denotan
otros autores: “Las palabras de los sabios” (Pr 22,17), “sentencias de los sabios”
(Pr 24,23), “palabras de Agur” (Pr 30,1), “palabras de Lemuel”
(Pr 31,1). A lo largo del libro aparecen repeticiones (Pr 18,8 y 26,22; 19,24 y
26,15); y secciones diversas en cuanto al estilo literario: Pr 1-9 trata temas
concretos, mientras Pr 10-29 anota un proverbio tras otro sin demasiada
continuidad.
Los
proverbios muestran intenciones distintas: algunos instruyen (Pr 1,8-19), otros
son proverbios numéricos (Pr 6,16-19) o alfabéticos (Pr 31,10-31), y alguno
constituye un relato autobiográfico (Pr 24,30-34). Aparece también alguna
semejanza con la sabiduría egipcia, concretamente entre Pr 22,17-23,14 y la Instrucción
de Amenepomene.
A partir de
esos datos, los estudiosos extraen tres conclusiones:
a. El libro
de los Proverbios no ha nacido de la pluma de un solo autor, sino que es el
resultado del trabajo de muchos maestros. Los jóvenes israelitas que se
preparaban para desempeñar tareas importantes recibían una educación esmerada.
Los maestros les transmitían conocimientos prácticos para resolver situaciones
concretas. Durante generaciones los sabios fueron enseñando proverbios a sus
alumnos, hasta que entre los siglos IV y III aC los pusieron por escrito en el
libro de los Proverbios que nos ha llegado.
b. Los
autores del libro de los Proverbios deseaban que sus discípulos tuvieran una
formación amplia. Por eso no dudaron en incluir proverbios de otras culturas:
el fragmento Pr 22,17-23,14 procede de Egipto, mientras los palabras de Agur
(Pr 30,1-9) y Lemuel (Pr 31,1-9) se originan en Masá.
c. El rey
Salomón ha pasado a la historia como prototipo de sabio. Así lo muestra el
famoso juicio de Salomón (1Re 3,16-28) y la visita de la reina de Saba (1Re
10,1-13). Seguramente fomentó el cultivo de la sabiduría, pero Salomón no es el
autor del libro de los Proverbios. La manera de entender la vida que emerge de
los Proverbios pertenece a la mentalidad de los siglos IV-III aC., pero no
corresponde a la forma de pensar propia de la época salomónica, el siglo X aC.
Los sabios
atribuyeron el libro a Salomón (Pr 1,1; 25,1) para realzar la importancia de la
obra y fomentar su lectura. Esa forma de actuar es extraña para nuestra
mentalidad, sin embargo los antiguos no deseaban engañar al lector. Creían que
la obra era interesante y por eso la asignaban a Salomón, con lo cual
conseguían más difusión y un interés mayor por parte de los lectores.
2. ¿Qué tipo de Sabiduría aparece en el libro de los
Proverbios?
La lectura
atenta del libro dibuja cuatro aspectos de la Sabiduría. Veamos un pequeño
retazo de cada una.
* La
Sabiduría como armonía del Universo.
El libro
de los Proverbios se nutre parcialmente de la sabiduría egipcia. Los habitantes
del país del Nilo poseían una noción de la sabiduría amplia y rica.
Detengámonos en el aspecto que ellos denominaban Maat. ¿Qué es la Maat?
Utilizando
un lenguaje catequético, diríamos que los egipcios comprendían el universo como
si estuviera envuelto en un pañuelo. Este pañuelo no atenazaba el Mundo sino
que le daba una configuración estable y precisa. Pongamos un ejemplo.
Imaginemos que cogemos un puñado de arroz, lo dejamos caer en el centro de un
pañuelo y después lo levantamos cogiéndolo por sus cuatro extremos. Nuestra
mano sostendrá el pañuelo con los granos de arroz, y el pañuelo levantado con
el arroz dentro adquirirá una forma abombada. Los egipcios comprendían el
universo de una manera análoga, creían que el mundo estaba envuelto en un
pañuelo. Y a ese pañuelo que otorgaba al mundo una forma concreta le llamaban
Maat.
Ahora bien,
para los egipcios la Maat no era un simple pañuelo, sino una divinidad hija de
un dios importante, el dios Ra. La Maat, el pañuelo envolvente, otorgaba al
universo un orden, una estabilidad, en definitiva le confería armonía: el Sol
salía cada día por el mismo sitio y el Nilo seguía siempre el mismo curso.
Continuando con el vocabulario catequético, los egipcios creían que el dios
Atón sostenía con su mano las cuatro puntas del pañuelo; es decir, sostenía a
la diosa Maat que envolvía el Mundo dándole estabilidad y sentido. Los egipcios
procuraban mantener un estilo de vida que siguiera las pautas, extremadamente
ordenadas, que la diosa Maat confería al Universo.
Los
egipcios creían que llevando una vida armónica con los principios rectores del
Universo serían felices; y pensaban que el desorden de la vida les acarrearía
toda clase de calamidades.
Los
israelitas se inspiraron en la sabiduría egipcia. Pensaron que el universo
estaba envuelto por una especie de pañuelo que le otorgaba consistencia. Pero
establecieron una diferencia crucial. Los israelitas nunca pensaron que el
pañuelo fuera la diosa Maat, ni siquiera creyeron que fuera otro dios. Israel
percibió que el Universo se desenvuelve con un orden: tras la noche clarea el
día y tras el invierno florece la primavera. Y afirmaron que ese orden no es
ningún dios sino una criatura llamada Sabiduría (Pr 8,22). Creían que el Señor
creó al principio la Sabiduría para envolver simbólicamente el Mundo, como un
pañuelo, confiriéndole armonía (Pr 8,22).
El sabio
israelita se esforzaba para que su vida transcurriera en consonancia con la
Sabiduría que ordenaba el Universo. El necio impedía que su vida se
desarrollara siguiendo las pautas de la armonía universal. Por eso afirma de
ambos el proverbio: “Los labios del justo guían a muchos, los necios mueren
por falta de seso” (Pr 10,21).
* La Sabiduría práctica enriquece al hombre y a la
sociedad.
La
observación de la naturaleza y de la vida cotidiana llevó a los sabios a
preocuparse por adquirir la sabiduría útil que enseñaban a sus discípulos.
Advertían contra la arrogancia (Pr 9,7-12), invitaban a la disciplina (Pr
13,1), sugerían la amabilidad (Pr 15,1), incitaban al esfuerzo (Pr 14,23),
evitaban la discordia (Pr 17,1), prevenían sobre los excesos del vino (Pr
20,1), adiestraban a escuchar (Pr 22,17), reclamaban la necesidad de vivir el
presente (Pr 27,1).
Todos esos
esfuerzos pretendían conseguir un orden social humano. Una sociedad en la que
cada persona pudiera desarrollar sus cualidades humanas. El sabio respeta a sus
padre (Pr 1,8), atiende al prójimo (Pr 3,28), previene contra los falsarios (Pr
6,12), exige la justicia (Pr 10,2), defiende al inocente (Pr 18,5), y protege
al pobre (Pr 22,22).
En
definitiva, los Proverbios enseñan a todos a ser humana humanizando la
sociedad. Por eso los sabios no escatiman esfuerzos para adquirir sabiduría. No
dudan en gastar su fortuna a cambio de enseñanza (Pr 4,5), aceptan la
instrucción paterna (Pr 4,1) y se esfuerzan en aprender (Pr 4,13).
* La Sabiduría como vivencia del Temor de Dios.
Los sabios
percibieron que la Sabiduría no se agotaba en un cúmulo de conocimientos
prácticos y eficaces. Los sabios entendieron que la auténtica sabiduría nacía
del temor de Dios: “El principio de la Sabiduría es el temor del Señor”
(Pr 1,7).
El temor
del Señor no consiste en un sentimiento de pánico ante la divinidad. El temor
de Dios conlleva dos cosas. Por una parte implica confiar en el Señor en toda
circunstancia; y, por otra, tomarse a Dios en serio. Teme al Señor quien sabe
que Dios es a la vez generoso y exigente. Generoso porque perdona y acompaña
siempre, y exigente porque impulsa nuestra nuestra vida a crecer en humanidad y
solidaridad.
El sabio
no se limita a conseguir una vida armónica según el orden del mundo. El
verdadero sabio desea que su corazón palpite al mismo ritmo que el corazón de
Dios; y el corazón de Dios, metafóricamente, late al ritmo de la bondad y la
misericordia. No hay auténtica sabiduría sin apertura a la trascendencia. Nada
humano es ajeno al sabio, porque a Dios nada humano le es extraño.
Quien teme
al Señor alarga la vida (Pr 10,27) no sólo en el tiempo sino en profundidad y
plenitud. El temor de Dios da seguridad (Pr 14,26), otorga la Sabiduría (Pr
15,33), evita el mal (Pr 16,6) y llena la vida de sentido (Pr 19,23). Por eso
la Sabiduría no se adquiere sólo con la instrucción, sino que debemos pedirla
al Señor que la concede en abundancia: “El Señor concede la Sabiduría y de
su boca brotan saber y prudencia” (Pr 2,6). Contemplado desde la
perspectiva del temor de Dios, el libro de los Proverbios deviene un libro de
plegaria. La petición serena de que Dios colme con su Sabiduría los azares de
nuestra vida.
* La Sabiduría Personificada.
Los
israelitas entendieron la Sabiduría, metafóricamente, como el pañuelo que envolvía
el Mundo dándole sentido. Seguidamente percibieron que perseverar en el camino
de la Sabiduría les enriquecía en humanidad y solidaridad. Después
comprendieron qué sólo el temor del Señor podía regalarles la Sabiduría. Con el
transcurso del tiempo intuyeron que la Sabiduría podría ser algo más que una
enseñanza profunda, y llegaron a personificarla.
La
Sabiduría no era ya un concepto, sino una mujer, una dama a la que podríamos
llamar “Doña Sabiduría”. Tomaba de la mano a quien se dejaba seducir y le
conducía por la senda del temor del Señor. Le aleccionaba en humanidad y
solidaridad, le enseñaba a contemplar la armonía del Universo, y le confería el
saber práctico con que desenvolverse (Pr 8,22-31). De ese modo “Doña Sabiduría”
otorga la madurez y el sentido común (Pr 1,22), enseña la prudencia (Pr 8,5),
habla con sinceridad (Pr 8,8), concede experiencia (Pr 8,6). Como si fuera un
profeta, fustiga el comportamiento de quienes la rechazan (Pr 1,20-33), y
alegra a quienes la eligen (Pr 8,17-21; 9,4-6).
Al
personificar la Sabiduría, los maestros israelitas extremaron su prudencia.
Advirtieron cómo la gente tendía a divinizar la Sabiduría convirtiéndola en una
diosa semejante a la Maat egipcia. Los sabios entendieron que la existencia de
un solo Dios es incompatible con la presencia de una diosa; y enseñaron que la
Sabiduría no era una divinidad sino una criatura. Por eso “Doña Sabiduría” se
presenta así: “El Señor me creó al principio de sus tareas, antes de sus
obras más antiguas” (Pr 8,22). Para entender este verso agucemos la
imaginación con un ejemplo catequético.
Supongamos
que el Universo consiste en la página escrita de un cuaderno. Pues bien, antes
de crear el Universo, antes de redactar el texto, el Señor quiso trazar las
líneas de la página para que las frases escritas aparecieran rectas. Las líneas
de la página representan la Sabiduría, y el texto que el Señor redacta sobre
las líneas simboliza el Universo. El Señor crea primero las líneas, la
Sabiduría; y sobre ellas escribe el texto, el Cosmos. Por eso al contemplar la naturaleza con los
ojos de la fe percibimos la presencia de Dios que la trasciende; la armonía del
universo contemplado desde la fe delata las “líneas” trazadas por Dios.
Los
capítulos 1-9 presentan a “Doña Sabiduría” guiando a quien se deja fascinar por
ella. En contraposición a “Doña Sabiduría”, los mismos capítulos personifican
la necedad. Lo hacen mediante la figura de otra dama: “Doña Necedad” (Pr
9,13-17). “Doña Necedad” es atrevida y frívola (Pr 9,13), y llama a los que
pasan junto a ella (Pr 9,15) para precipitarlos en el abismo de los muertos (Pr
9,18).
Notemos la
sagacidad del libro de los Proverbios. No sólo nos alienta a dejarnos seducir
por “Doña Sabiduría”, sino que nos advierte de las garras de “Doña Necedad”.
Leeremos y comentaremos un texto que nos anime a dejarnos conducir por “Doña
Sabiduría” (Pr 3,1-12), y otro que nos advierta de los peligros de “Doña
Necedad” (Pr 9,13-18).
3. “Doña
Sabiduría” nos conduce por el camino de la Vida (Pr 3,1-12).
a. Lectura del texto: Pr 3,1-12.
Hijo
mío, no olvides mi enseñanza,
guarda mis preceptos en tu corazón;
pues te
traerán días sin cuento,
años de vida y paz.
No dejes
que te abandonen el amor y la fidelidad;
átalas a tu cuello, grábalas en tu corazón;
así
tendrás aceptación y éxito
ante Dios y ante los hombres.
Confía
en el Señor con todo tu corazón
y no te fíes de tu inteligencia.
Tenle en
cuenta en todos tus caminos,
y él enderezará tus sendas.
No te
las des de sabio,
teme al Señor y evita el mal;
será
salud para tu carne
y medicina para tus huesos.
Honra
al Señor con tu riqueza,
con las primicias de tus ganancias;
así
tus graneros se colmarán de grano
y tus lagares rebosarán de vino.
Hijo
mío, no rechaces la instrucción del Señor
ni te enfades por su reprensión;
pues
el Señor reprende a quien ama,
como un padre a su hijo predilecto.
b. Comentario: Pr 3,1-12.
“Doña
Sabiduría” desvela el sentido de la vida con delicadeza, por eso refiere a
nosotros diciendo “Hijo mío” (Pr 3,1.11) y afirma: “no olvides mi
enseñanza, guarda mis preceptos en tu corazón” (Pr 3,1). El Señor, por
mediación de Moisés, tomó de la mano al pueblo hebreo, le liberó de la
esclavitud de Egipto y le condujo hasta la Tierra Prometida. Cuando los
israelitas estaban a punto de penetrar en Palestina, Moisés les habló de modo
parecido al de Doña Sabiduría: “Guardad en vuestro corazón ... estas
palabras ... y estos preceptos ...” (Dt 11,18-21).
De la
misma manera que el Señor eligió a Moisés para conducir a Israel hacia la
tierra de promisión; escoge a la Sabiduría para orientar nuestra existencia
hacia la vida plena representada por los “días sin cuento” (Pr 3,2). La
profundidad de la vida no radica sólo en la duración sino en la intensidad con
que se vive; por eso el texto añade “años de vida y paz”.
Doña
Sabiduría insiste en que guardemos sus preceptos y sus enseñanzas (Pr 3,1). El
Señor, también, en el monte Sinaí, señaló preceptos y enseñanzas a su pueblo
(Ex 20,1-Nm 10,11) que resumimos en esta frase: “Sed santos, porque yo, el
Señor vuestro Dios, soy santo” (Lv 19,2). La santidad no consiste en el
espiritualismo cándido; sino en la grandeza de permitir a la Sabiduría guiarnos
hacia la plenitud humana y social. Los años de la vida son santos cuando
implican el crecimiento humano y solidario de los hombres, y son de paz si
propician la armonía para afrontar la existencia.
Los sabios
son maestros de vida y paz, de humanidad y solidaridad. Dicen: “Se voz del
que no sabe hablar, y abogado de los abandonados; abre tu boca para dar sentencias
justas, para defender al pobre y al desvalido” (Pr 31,9). Vivir en paz no
supone sólo la ausencia de conflictos; necesita la justicia social y requiere
la armonía en el interior de cada persona. La vida plena y la paz se conquistan
con las armas que ofrece “Doña Sabiduría”. ¿Cómo son esas armas?
Cuando
Moisés terminó sus exhortaciones, los israelitas iniciaron la conquista de
Palestina por la fuerza de las armas (Jos-Jue). Sin embargo, “Doña Sabiduría”
cuando propone conquistar la vida llenándola de sentido, requiere algo más que
armas de combate. La Sabiduría exige el amor y la fidelidad (Pr 3,3).
En el libro
de los Proverbios el término “amor” designa la bondad, la magnanimidad, la
disponibilidad humana para atender a los demás. El amor denota a la mujer de
valía (Pr 31,26), al hombre misericordioso (Pr 11,17), a la persona leal (Pr
14,22; 19,22), al que busca la justicia (Pr 21,21), y al rey que procura el
buen gobierno (Pr 20,28). Ama quien crea en su entorno las condiciones que
propician el desarrollo humano y social.
La
fidelidad indica la constancia en el amor. La fidelidad señala a quien no se
cansa de sembrar la justicia (Pr 11,18), al que permanece veraz (Pr
12,19;14,25), al hombre que se alegra con la verdad (Pr 8,7; 22,22; 23,23), y
al rey que juzga con justicia a los pobres (Pr 29,14). La fidelidad no se
contenta con la constancia, sino que exige la valentía para edificar una
sociedad humana y solidaria. Sólo es valiente quien es fiel al amor; y ama
quien crece y hace crecer a los demás humana y socialmente.
Quien se
deja seducir por “Doña Sabiduría” adquiere el amor y la fidelidad para
construir un mundo más humano. El hombre fascinado por la Sabiduría vive la
vida con intensidad (Pr 11,17). Aprende a sentir el gozo (Pr 14,22); acepta sus
límites o, con otro vocabulario, expía sus pecados (Pr 16,6), y se sabe
guardado por Dios (Pr 20,28).
El que se
hace sabio: “... tendrá aceptación y éxito ante Dios y ante los hombres”
(Pr 3,4). El término “éxito” en nuestra sociedad da lugar a equívocos, pues con
facilidad se asimila al prestigio efímero. Lo que el libro de los Proverbios
anuncia es que el sabio “... encontrará la gracia y el buen sentido ante
Dios y los hombres” (Pr 3,4). Encontrar el “buen sentido” indica poseer sentido
común; y encontrar la gracia significa lograr qué nuestro corazón lata al mismo
ritmo que el corazón de Dios. Ama quien contagia el deseo vivir en plenitud.
Ama quien humaniza.
“Doña
Sabiduría” no se cansa de desvelar el sentido de la vida. Sólo humaniza la
sociedad quien la ama, y únicamente ama de verdad quien se sabe amado. Por eso
la verdadera Sabiduría remite al amor de Dios: “Confía en el Señor ... tenle
en cuenta ... teme al Señor” (Pr 3,5-7).
Confiar en
Dios requiere creer que la vida reposa en sus buenas manos: “No digas:
‘Devolveré el mal’; confía en el Señor que él te salvará” (Pr 20,22). Tener
a Dios en cuanta implica confiar en su compañía: “Del hombre son los
proyectos, su consecución viene del Señor” (Pr 16,1). Temer al Señor
significa tomar a Dios en serio. Requiere dejar de considerarlo un ser
bonachón; y contemplarlo como el Dios generoso en el perdón y la misericordia,
pero exigente en la vivencia de la caridad y la ternura: “Si tu enemigo
tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber” (Pr 25,21). Y,
recordemos, una vez más qué a quien más favorece la vivencia de la Sabiduría es
a la persona que la practica: “... será salud para tu carne y medicina para
tus huesos” (Pr 3,8).
Confiar en
el Señor, tenerle en cuenta y temerle es el arte que brota de la escucha
cordial del prójimo y de la atención al devenir de Mundo. Los hebreos se
reunían en familia y por clanes donde narraban historias. En esos encuentros
aprendían la prudencia en las relaciones sociales (Pr 3,27-35), el autodominio
(Pr 22,22-29), la conducta justa (Pr 4,10-19).
El sabio
no es un erudito aislado del Mundo. Los Proverbios previenen contra el engaño
del autoaislamiento: “... no te fíes de tu propia inteligencia ... no te las
des de sabio” (Pr 3,5.7) El maestro afina el sentido de la vida pero
también dialoga con los extraños, sabe que fuera de Israel crecen semillas de
verdad. El Libro aduce como palabra de Dios una recomendación de la sabiduría
egipcia (Pr 22,17-23,14), y dos poemas procedentes del país de Masá (Pr 30,1-9;
31,1-9).
La
reflexión personal, la capacidad de escucha, el ingenio para la relación
comunitaria y la disposición al dialogo, constituyen el cincel con que la
Sabiduría modela a quienes la buscan. “Feliz el hombre que me escucha ... y
quien me encuentra, encuentra la vida” (Pr 8,34). Encuentra la vida quien
se toma tiempo para pensar, aquel sabe escuchar, quien cuida los detalles de la
relación humana y quien cree que el dialogo es la herramienta que resuelve los
conflictos por la senda de la justicia. Pero Doña Sabiduría es exigente. No se
contenta con demandar actitudes, desea realidades concretas. Requiere que
honremos a Dios y nos dejemos instruir por Él.
Por una
parte dice: “Honra al Señor con tu riqueza” (Pr 3,9). La frase “honrar
al Señor” evoca los sacrificios ofrecidos en el Templo de Jerusalén (Lv 1-7).
En el trasfondo de cada sacrificio palpitaba el agradecimiento de Israel al
Señor que lo había liberado de la esclavitud de Egipto. Pero el Libro de los
Proverbios, además de la acción de gracias, impele, necesariamente, hacia la
vivencia de la solidaridad: “El que oprime al pobre ultraja a su Hacedor, lo
honra quien se apiada del indigente” (Pr 14,31). Honrar el Señor
significa alabarle en el culto pero, sobre todo, servirle en el pobre.
Por otra
parte afirma: “Hijo mío, no rechaces la instrucción del Señor ... pues el
Señor reprende a quien ama” (Pr 3,10-12). Debemos entender el término
“reprender” en el sentido de exigir y corregir con acierto: “reprende al
inteligente y aumentará su saber”, “anillo de oro ... es una sabia reprensión a
oído dócil” (Pr 19,25; 25,12). Dios ama; pero no mima hasta bloquear el
crecimiento humano y social de la persona; por eso, además de generoso, es exigente.
Es exigente porque nos regala la libertad. La libertad denota la capacidad de
elegir entre el bien y el mal; pero la libertad cristiana va más lejos: implica
elegir el “bien” para convertirlo en “mejor”.
Por eso el
Señor impele al sabio hacia la cultura del esfuerzo: “Ordena tus faenas de
fuera, aplícate a tus campos, y luego vete a edificar tu casa” (Pr 24,27).
Reclama la justicia (Pr 16,12). Rechaza la pereza: “el camino del perezoso
está flanqueado de espinos” (Pr 16,19). Advierte contra los chismes: “Todo
esfuerzo tiene su recompensa, pero la charlatanería lleva a la miseria” (Pr
14,23). El Señor ama porque exige y exige porque ama.
4. La ruta tortuosa de “Doña Necedad” (Pr 9,13-18).
a. Lectura del texto: Pr 9,13-18.
La
necedad es atrevida;
es
frívola y nada le importa.
Se
sienta a la puerta de su casa,
pone su asiento en lo más alto de la ciudad,
para
llamar a los que pasan,
a
los que van derechos por su camino:
“El que
sea inexperto, venga acá”.
Y
al hombre sin seso le dice:
“El
agua robada es dulce;
el
pan a escondidas, sabroso”.
Pero no
saben que allí viven los muertos
y
sus huéspedes en lo profundo del abismo.
b. Comentario: Pr 9,13-18.
El libro de
los Proverbios está escrito en hebreo; y define, literalmente, la necedad como “la
esposa de la estupidez” (Pr 9,13). De ese
modo personifica a la necedad a la que podemos llamar, en contraposición
a “Doña Sabiduría”, “Doña Necedad”. Es atrevida, frívola y pasa de todo (Pr
9,13). El necio se convierte en la tristeza de su madre (Pr 10,1) y la
desgracia de su padre (Pr 19,13), difunde calumnias (Pr 10,18), se divierte con
la infamia (Pr 10,23), se burla del pecado (Pr 14,19), prodiga sandeces (Pr
15,2), habla sin pensar (Pr 29,20), deviene insolente (Pr 1,22), es un pagado
de sí mismo (Pr 14,16) y despilfarra lo que tiene (Pr 21,20).
El sabio se
deja guiar por “Doña Sabiduría” mientras el necio se deja “cazar” por “Doña
Necedad”. Ambas se dirigen al mismo ser humano. Dice la Sabiduría: “El que
sea inexperto, venga acá” (Pr 9,4). Replica la Necedad: “El que sea
inexperto, venga acá” (Pr 9,16). Sin embargo las palabras de seductoras de
cada una son muy diversas.
“Doña
Sabiduría” insiste en la necesidad de guardar los preceptos, en la práctica del
amor y la fidelidad, en el temor de Dios y en la valentía de dejarse corregir
por el Señor (Pr 3,1-12). La Sabiduría es generosa y exigente: Venid a comer
mi pan, bebed el vino que he mezclado. Dejad la inexperiencia y viviréis,
seguid el camino de la inteligencia” (Pr 9,5-6). Quien deviene sabio “encuentra
la vida y alcanza el favor del Señor” (Pr 8,35).
Sin embargo
“Doña Necedad”, como la mujer de Pr 5,1-14; 7,6-23; “caza” con palabras
tortuosas a quien pasa por su lado. Dice: “El agua robada es dulce; el pan a
escondidas es sabroso” (Pr 9,17). El agua robada y el pan a escondidas
denotan las artimañas del necio: la intriga, la envidia, la media verdad, el
lenguaje torticero, la zancadilla discreta o la falsa piedad. La aventura por
los parajes de la necedad puede procurar un éxito efímero pero, a la larga, es “es
una flecha que atraviesa el hígado” (Pr 7,23). Y, cuando ya no hay nada que
hacer, el necio clama desesperado: “¿Por qué rechazaría la disciplina y mi
corazón despreciaría la corrección? (Pr 5,12).
El necio se
niega a vivir plenamente. Rechaza el cuidado de sí mismo con lo que nunca
deviene plenamente humano, y rehusa el compromiso por lo que se hace insolidario.
El hondón de la necedad es la deshumanización y la insolidaridad. Y cuando
falta solidaridad y calidad humana se esfuma el sentimiento de transcendencia.
Por eso el necio no sabe que vive con los muertos, y es ya en vida huésped del
abismo profundo (Pr 9,18).
5. ¿Cuáles son los límites de la Sabiduría que
aparece en Libro de los Proverbios?
Una de las
características del sabio es la humildad (Pr 15,33). Los sabios reconocían que
su saber era insuficiente para abarcar el universo: “Hay tres cosas que me
sobrepasan, y cuatro que no logro entender: El camino del águila en el cielo;
el camino de la serpiente sobre la roca,; el camino del barco en alta mar; el
camino del hombre por la doncella” (Pr 30,18-19). Del mismo modo percibían
situaciones que el intelecto humano no captada plenamente: “La altura del
cielo, la profundidad de la tierra y el corazón de los reyes son insondables”
(Pr 25,1).
Sin embargo
los “puntos débiles” de la Sabiduría del libro de los Proverbios no consistían
en la humildad de los sabios, ni en la complejidad del universo. Los puntos
débiles de la sabiduría de los Proverbios son dos. Por una parte la enseñanza
de los maestros es, a veces, como veremos, era excesivamente práctica. Por otra
parte está influenciada por una corriente de pensamiento llamada “teología de
la retribución”, que también comentaremos.
a. Cuando la sabiduría deviene “excesivamente”
práctica.
La
Sabiduría enseñada por los maestros era eminentemente práctica; lo cual es muy
bueno, pues cualifica al alumno para superar los avatares de la vida. Pero,
algunas veces, la instrucción de los sabios se excedía en la concepción
práctica de la vida.
Dice un
proverbio: “El soborno es un talismán para quien lo da, en cualquier
circunstancia tendrá éxito” (Pr 17,8). Éste proverbio parece afirmar qué el
fin justifica los medios, o que el soborno eficaz es la clave del triunfo.
Tanto si indica una cosa como la otra no tiene en cuenta el temor de Dios, ni
el deseo de crecer en humanidad y solidaridad.
Otro
proverbio: “Hijo mío, si has salido fiador de tu prójimo ... escapa como
gacela” (Pr 6,1-5). Convendremos en afirmar que la solidaridad y la
fidelidad quedan lejos de la enseñanza de este proverbio. Ambos proverbios y
algunos otros dan la impresión de una sabiduría que persigue el éxito humano,
sin reparar en los medios utilizados.
b. La Teología de la Retribución.
La
limitación más notable del libro de los Proverbios radica en la llamada
Teología de la Retribución. Volvamos al pensamiento egipcio para captar el
contenido de este pensamiento. Los egipcios creían que el Universo estaba
envuelto en una especie de pañuelo: la diosa Maat que confería orden y armonía
al Mundo. El objetivo de los egipcios consistía en llevar una vida acorde con
el orden que la diosa disponía para el Cosmos. Pensaban que al realizar una
obra buena, la diosa les premiaba con multitud de bienes; en cambio, al cometer
una fechoría les envía un castigo.
Los
israelitas recogieron el pensamiento del país del Nilo, pero realizaron un
cambio básico. Creían que el Universo estaba envuelto, simbólicamente, en un
pañuelo al que llamaron Sabiduría. La Sabiduría no era ninguna diosa, sino la
criatura que enfundaba el Mundo otorgándole armonía y sentido. Sin embargo los
israelitas conservaron un rescoldo del pensamiento egipcio. Seguían creyendo
que una acción buena conlleva un resultado feliz, mientras una obra mala
producía un fruto amargo: “ ... cada cual recibe según sus acciones” (Pr
12,14).
Pero la vida cotidiana contradice el
principio de la Teología de la Retribución. No es cierto que, humanamente
hablando, cada cual reciba lo que corresponde a sus acciones.
Dice un
proverbio: “El justo nunca tropezará, los malvados no habitarán la tierra”
(Pr 10,30). ¿Sucede eso realmente? En la vida de cada día vemos, a menudo, lo
contrario. Justos que tropiezan por las zancadillas de los malvados, y malvados
que dominan la tierra a costa de la explotación de los humildes. Otro ejemplo: “Los
rectos habitarán la tierra ... y los canallas serán arrancados de ella” (Pr
2,21-22). A menudo percibimos lo contrario: los hombres honestos son
ridiculizados, mientras los intrigantes alcanzan el éxito.
El libro de
los Proverbios, al estar coloreado por las ideas de la Teología de la
Retribución, no percibe la certeza de una vida personal junto a Dios después de
la muerte. La Teología de la Retribución se lo juega todo en la vida terrenal:
el justo “debe” recibir bienes y el malo “debe” recibir males. Pero el problema
está en que la vida ordinaria muestra que las cosas no son así; sino que el
justo, a menudo, soporta males mientras el mafioso disfruta de la vida.
La
Teología de la Retribución no concibe la vida personal del justo con Dios
después de la muerte. Para eso habrá que aguardar a la aparición del Libro de
la Sabiduría. El autor del Libro de la Sabiduría dirá sin ambages: “las
almas de los justos están en manos de Dios ... y su esperanza estaba llena de
inmortalidad” (Sab 3,1.5). Los libros Sapienciales conducirán a Israel por
la senda de la humanización y desde la humanización abrirán la puerta de la
trascendencia al ser humano.
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