jueves, 5 de enero de 2012

¿QUIÉN ES EL PROFETA NATÁN? NATÁN. EL RELATO DE LA CONVERSIÓN DE UN PROFETA

    Tras conquistar Jerusalén, David estableció su morada en un casa de cedro (2Sam 7,2). La madera de cedro es lujosa, David la importó del extranjero, concretamente de Tiro (2Sam 5,11). Entretanto el Arca del Señor, el lugar donde reposaba la presencia de Dios, estaba depositada en una tienda (2Sam 7,2). Mientras el rey vive en un palacio, Dios debe conformarse con habitar en una tienda.

    David, quizá sintiendo algún escrúpulo, expuso la situación a Natán. Los reyes disponían de un grupo de consejeros que recibían el nombre de “profetas de la corte”, y los santuarios contaban con otro grupo de asesores denominados “profetas cultuales”. Los profetas de la corte tendían a decir al rey lo el monarca deseaba oír, en vez de anunciarle lo que el pueblo necesitaba. Y los profetas cultuales actuaban de manera idéntica con los dirigentes de los santuarios.

    No cabe duda de que David deseó glorificar al Señor llevando el Arca a Jerusalén. Pero además de eso consiguió un importante objetivo político: la centralización del culto. En Jerusalén no sólo residía el rey que gobernaba sobre Israel y Judá; en Jerusalén también estaba la corte y la posesión más sagrada de los israelitas: el Arca de la Alianza. La presencia del rey, el palacio real, y el Arca de la Alianza concentraron todo el poder en manos de David.

      David desea edificar un templo donde albergar el Arca. Natán como profeta de la corte se dirige al rey sin titubear: "Haz lo que te propones, porque el Señor está contigo" (2Sam 7,3). La frase de Natán describe la naturaleza de un profeta de la corte. David no había preguntado nada a Natán, el rey se había limitado a constatar una situación: “Yo vivo en una casa de cedro, mientras el arca del Señor está en una tienda” (2Sam 7,2). Pero Natán creyendo “adivinar” el deseo del rey se adelanta a responderle en los términos que el monarca deseaba oír: “Haz lo que te propones”. Añadiendo, además, otra frase laudatoria para el monarca: “porque el Señor está contigo”. 

    Sin embargo durante la noche, el Señor conmina a Natán a variar la respuesta. El Señor ordena a Natán que obligue al rey a desistir de su intención de erigirle un templo (2Sam 7,5-17). ¿Cuál ha sido el error de Natán?

    Natán se ha precipitado en su respuesta. Ha comunicado al rey lo que el monarca deseaba oír. Pero no ha podido revelarle la voluntad divina porque no había escuchado la voz del Señor. Natán no ha consultado a Dios para responder al rey; cuando, precisamente, la obligación del profeta estriba en manifestar la voluntad divina. Para escuchar la voluntad de Dios es necesario saber estar en silencio con uno mismo, y atento al latido del mundo. Sólo cuando guardamos silencio interior podemos escuchar la voz de Dios que compromete nuestra vida en la transformación de la sociedad.

    Durante la noche el Señor cambia el corazón del profeta. Natán dejará de ser un profeta de la corte para convertirse en profeta del Señor. ¿Cuál es la diferencia? El profeta de la corte comunica al rey lo que éste desea escuchar, mientras el profeta del Señor trasmite al monarca y al pueblo la voluntad de Dios. Un profeta del Señor no se dedica a “adivinar” el futuro ni lisonjea al rey. El profeta del Señor se caracteriza porque a través de lo que piensa, dice y hace, manifiesta ante todos la voluntad de Dios.

    El Señor se dirige a Natán durante la noche. Los antiguos percibían en el sueño nocturno una ocasión privilegiada para la revelación de Dios (Sal 127,2). Natán, durante la noche, establece un diálogo personal con el Señor. La relación personal con Dios no deja al hombre indiferente, le cambia de raíz. Natán, tras hablar con Dios, dejará de ser un profeta de la corte para convertirse en profeta del Señor. En adelante no comunicará al rey lo que el monarca desea oír, sino que le anunciará sin miedo la voluntad divina.

    Natán advierte a David que el Señor no desea la edificación de una casa de cedro, un templo (cf. 2Sam 7,5-7). El rey intentó, metafóricamente, encerrar al Dios liberador en una jaula de cedro para utilizarlo en beneficio de sus intereses políticos. El Señor es el Dios liberador, y no se deja encerrar en ninguna jaula de oro para salvaguardar los intereses políticos de ningún rey. Por eso el Señor conmina a Natán que prohíba a David la construcción de un templo. El Dios liberador no se deja encerrar.

     Más adelante, en una situación delicada, Natán, como profeta de Dios, tiene el coraje de echar en cara a David el peor crimen del rey (2Sam 12,1-12). El profeta se ha convertido en amigo personal de Dios. Por eso no contemporizará con la situación de la corte, sino que confrontará el comportamiento del rey con los designios divinos. Un profeta no se acomoda a las circunstancias, las ilumina y las transforma con la luz del Señor que anida en el hondón de su alma.

                                                                                                     Francesc Ramis Darder.

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