jueves, 26 de enero de 2012

HABACUC: ¡CREO PARA PODER VIVIR!

    Los pequeños pueblos asentados en el Próximo Oriente Antiguo temblaban ante la crueldad que ejercía el Imperio asirio contra las naciones subyugadas. Con el paso del tiempo, el Imperio asirio fue destruido por los babilonios, quienes lo conquistaron y arrasaron su capital: Nínive (612 aC.). Destruido el Imperio asirio, los babilonios, dirigidos por Nabopalasar (625-605 aC.) erigieron el Imperio babilónico, cuyo monarca más insigne fue Nabucodonosor II (605-562 aC.).

    Los habitantes de Judá vivieron tranquilos cuando contemplaron la destrucción del Imperio asirio (Nah 2,4-14), pero su alborozo acabó pronto. El Próximo Oriente vio el estallido de un conflicto internacional. El faraón Nekao declaró la guerra al Imperio babilónico. En el seno de la contienda, el reino de Judá se decantó en favor de Babilonia. Josías, rey de Jerusalén, se enfrentó contra el faraón Nekao en la llanura de Meggido. Las tropas egipcias derrotaron a las fuerzas judías y mataron al rey (609 aC.). El faraón impuso como rey de Judá a Joaquín (609-598 aC.). El nuevo rey ofendió a Dios con su conducta y abusó del pueblo abrumándolo con impuestos. Finalmente Babilonia ganó la guerra emprendida contra Egipto; Nabucodonosor II conquistó Jerusalén (597 aC.) y entronizó a Jeconías como rey vasallo (2Re 23,28-24,7).

    El profeta Habacuc vivió durante la época convulsa que acabamos de reseñar. El imperio asirio fue destruido por los babilonios quienes a su vez debieron enfrentarse con los egipcios; el reino de Judá, esplendente durante la época de Josías, se enfangó en la opresión ejercida por Joaquín contra su pueblo y sufrió el envite de Nabucodonosor II.

    Habacuc no entiende el por qué de una historia humana tan conflictiva y, sobre todo, se pregunta ¿qué puede hacer un creyente en los períodos turbulentos de la historia? Habacuc es consciente de que su país, Judá, es demasiado pequeño para influir en el desarrollo de la política internacional. Y si una nación tan pequeña es incapaz de terciar en los acontecimientos históricos, cabe preguntarse: ¿qué puede hacer un individuo concreto, cuya identidad se pierde entre las masas anónimas? El libro de Habacuc describe el diálogo que el profeta entabla con Dios para hallar la respuesta al gran interrogante: ¿tiene sentido que el ser humano mantenga la fe cuando tiene la impresión de que la vivencia de la fe no influye para nada en el decurso de la historia?

    Habacuc no reflexiona solo, lo hace en el ámbito de plegaria, en el seno del diálogo sincero y abierto con Dios. Cuando la reflexión del profeta parece mostrarle que la vivencia de la fe carece de sentido, Habacuc percibe la voz de Dios que le dice: “el justo vivirá por la fe” (Hab 2,4). ¿Qué significa esta frase?

    El AT no entiende la fe como un conjunto de ideas o de sentimientos, sino como una forma de vida. La Antigua Alianza afirma que la realidad opuesta a la fe no es el ateísmo, sino el miedo. Tener fe significa creer que Dios sostiene nuestra vida, y que, por eso, nuestra existencia no está en manos del destino ni de la suerte, sino que reposa en la bondad de Dios (cf. Is 7).

    La intensidad de la fe depende del tesón con que se vive la justicia. El concepto de justicia es muy amplio en el seno de la Sagrada Escritura. Entre otras acepciones, la Biblia afirma que el ser humano es justo cuando encaja su proyecto de vida en el proyecto que Dios le ofrece. Un buen ejemplo de hombre justo lo constituye S. José (Mt 1,19). José sabía que el hijo que María había concebido no era suyo. La legislación judía ordenaba que cuando una mujer engendraba un hijo de un hombre que no fuera su marido, debía morir apedreada. José ama a María y no quiere que muera lapidada, por eso, adopta un buen proyecto: decide separarse de María en secreto. La intención de José es encomiable, pues su decisión evitará la muerte de María. Sin embargo, el ángel del Señor se aparece a José para decirle: “no tengas reparo en recibir  a María como esposa, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo” (Mt 1,20). José, sin discutir con el ángel ningún aspecto, recibió a María como esposa (Mt 1,24). José es un hombre justo porque es capaz de encajar su vida en el proyecto que Dios le ofrece.

    Habacuc, lentamente, percibe que la fe no es un cúmulo de sentimientos sino la seguridad que implica saberse sostenido en las buenas manos de Dios; y aprende que la fe implica saber encajar nuestra vida en el proyecto que Dios nos ofrece. Pero ¿qué se obtiene de la decisión de encajar la vida en el proyecto que ofrece el Señor? La Escritura muestra que el hombre justo se caracteriza por su armonía interior y por la paz que irradia a su alrededor; es decir la persona justa vive en plenitud, descubre el sentido de la vida.

    Habacuc deja de entender la fe como un conjunto de ideas y la comprende como un estilo de vida. Aprende que tener fe significa confiar en Dios, encajar la vida en el proyecto divino e irradiar en el entorno paz y armonía. Hababuc vivió en una época quizá demasiado turbulenta de la historia de Israel, y optó por la fe para encontrar sentido de la vida. La confianza en Dios le permitió descubrir el sentido de la existencia humana.  La fe le dio la fuerza para seguir viviendo.

                                                                                       Francesc Ramis Darder  

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