Después de la caída de
Asiria, la coalición medo-caldea se repartió la zona conquistada. Además del
dominio que detentaban sobre territorio
elamita, los medos tomaron posesión de la región de Harran, en Siria
nororiental y fronteriza con Anatolia, quizá con la intención extenderse hacia
la península anatolia. Los caldeos, a quienes desde ahora y apelando a la denominación
política llamaremos babilonios, asumieron el control del territorio asirio en
Mesopotamia; territorio asolado por la guerra, con las estructuras hidráulicas
deterioradas, y la población empobrecida y diseminada.
No obstante, los
babilonios no ocuparon la totalidad del territorio asirio, sino solo las
ciudades de importancia comercial que habían soslayado los desastres de la
guerra; un ejemplo de asentamiento babilónico lo constituye la ciudad de
Arba’ilu, en la zona septentrional, centro comercial y nudo de comunicaciones
que había quedado relativamente indemne durante la guerra. El desinterés
babilónico por alentar el desarrollo del antiguo territorio asirio constituye,
en cierta medida, la réplica de Babilonia contra la política unidireccional de
Asiria centrada, como expusimos, en depredar las naciones conquistadas para
disfrute propio. Así como Asiria no había invertido en la mejora de los reinos
conquistados, tampoco Babilonia invirtió demasiado en la regeneración de Asiria;
sin duda, Babilonia no quería alentar el resurgimiento de Asiria, enemigo
feroz, sino tan solo beneficiarse del despojo que restaba en el antiguo territorio
asirio después de la guerra.
Una vez establecida la subordinación de los
asirios, el objetivo político de Babilonia estribaba en tres cuestiones
primordiales. En primer lugar, los babilonios aspiraban a la recuperación del
antiguo abolengo espiritual, legislativo, económico y cultural, propio de los tiempos
de Hammurabi. En segundo término, la política babilónica suspiraba por convertir
el nuevo reino en el imperio capaz de conducir el destino histórico de Oriente.
Finalmente, y a modo de corolario del punto anterior, Babilonia deseaba retomar
el poder sobre las zonas periféricas que habían dependido del extinto imperio
asirio, sobre todo Elam y Siria-palestina, tan necesarias para el desarrollo
comercial y el dominio de Oriente. La recuperación de la prestancia de la
antigua Babilonia alcanzará su cenit, como veremos en el apartado siguiente,
durante el reinado de Nabucodonosor II (604-562 a.C.); pero ahora centraremos
el estudio en el dominio babilónico sobre las zonas periféricas y en la
conformación del imperio.
La periferia oriental, el territorio
elamita, quedó repartido entre babilonios y medos. Los babilonios heredaron la
extensa llanura, centrada en la ciudad de Susa, llamada posteriormente “Susiana”,
importante por sus vías comerciales hacia Oriente. Los medos tomaron posesión
de la región montañosa de Anshan, al norte de la Susiana; confiaron el control
de la región a las tribus persas, sometidas a vasallaje medo, y establecidas en
la zona. Conviene recordar que los persas, como los medos, pertenecen al tronco
indoeuropeo. Como dijimos en su momento, medos y persas, entre 1200 y 1000 a.C.,
atravesaron el Caúcaso para asentarse en la vecindad del lago Urmiah. Hacia el
900 a.C., ambos grupos, aprovechando la decadencia elamita, detentaban el
control de la región irania; el mismo Salmanasar III (858-824 a.C.) trabó
contacto con medos y persas, mientras su sucesor, Shamshi-Adad V (823-811
a.C.), tuvo que enfrentarse con ellos. Más adelante, a finales del siglo VIII
a.C. o inicios del VII a.C., los persas fueron descendiendo a lo largo de los
Zagros hasta instalarse en la región de Shirâz, en el suroeste del territorio
iranio. Así pues, aunque los persas fueran vasallos de los medos, iban
conformándose como un pueblo relevante, fronterizo con el territorio
babilónico.
La periferia occidental, la región
sirio-palestina, había estado sometida al vasallaje asirio. Sin embargo, la
caída de Asiria no significó la independencia de la zona, sino la sumisión inmediata
y momentánea al dominio egipcio. Como
dijimos, la coalición medo-babilónica derrotó al ejército egipcio-asirio en
Harran; entonces, Asur-uballit II se batió en retirada (610 a.C.); como también
señalamos, cuando al año siguiente Ashur-uballit intentó conquistar Harran,
murió en el intento (609 a.C.). Ahora bien, mientras Ashur-uballit intentaba la
conquista de Harran, en Egipto fallecía Psamético I, y subía al trono Necao II
(609-594 a.C.). El nuevo faraón, seguramente fingiendo auxiliar a la moribunda
asiria, envió un ejército para socorrer a Asur-uballit. No obstante, la
intención del faraón radicaba en ocupar la zona sirio-palestina, casi
desvinculada del dominio asirio, y amenazada por la autoridad babilónica. Mientras
las tropas de Necao atravesaban y ocupaban Siria-palestina, el rey de Judá,
Josías (640-609 a.C.), les presentó batalla en Meggido, importante nudo de
comunicaciones. Josías pereció en la batalla (609 a.C.) y el faraón continuó su
camino hacia Siria; entonces, los nobles de Jerusalén entronizaron a Joacaz
como rey de Judá. En su avance hacia el norte, Necao conquistó la ciudad de
Carquemish; situada en el noroeste de Siria, constituía un enclave comercial
decisivo para el comercio entre Mesopotamia y el área siro-palestina, vital a
su vez para las relaciones con el Egeo. La injerencia egipcia desencadenó, como
es obvio, la respuesta babilónica, pues el dominio sobre Siria-Palestina determinaba,
en buena medida, la magnificencia de Babilonia. Como señalamos, el babilonio
Nabû-apla-asur había acabado con el asirio Ashur-uballit y se había enseñoreado
de Asiria (609 a.C.); pero, entrado en años, encargó la recuperación de
Carquemish y la zona siro-palestina a su hijo, Nabû-kudurri-usur, el futuro
Nabucodonosor II (607 a.C.). En su decidido avance, el príncipe reconquistó
Carquemish (605 a.C.), ocupó la región siro-palestina, y alcanzó la frontera
egipcia en Pelusium. Cuando los egipcios se retiraban ante el empuje
babilónico, Necao apresó al rey de Judá, Joacaz, y lo deportó a Egipto; en su
lugar impuso como rey a Joaquín (605-597 a.C.). Mientras Nabucodonosor acampaba
en Pelusium, recibió la noticia de la muerte de su padre; enseguida volvió a
Babilonia donde fue coronado rey (605 a.C.).
Nabucodonosor II (605-562 a.C.) emergía
como emperador indiscutido; dominaba Mesopotamia, el occidente elamita, la
región siro-palestina, y mantenía a raya las pretensiones egipcias. Aun así, pronto
estallaron conflictos en la región siro-palestina. Por una parte, la caída de
Asiria determinó el fin del tributo que arameos, fenicios, filisteos, y
judaítas abonaban en Nínive, y que ahora eran renuentes a pagar en Babilonia.
Por otra, el país del Nilo, dolido de su fracaso en Siria-palestina, instigaba
a los reinos de la región contra la soberanía babilónica. Ambas cuestiones,
propiciaron que Nabucodonosor emprendiera sucesivas campañas en
Siria-palestina. En 604 a.C., destruyó la villa de Ascalón, en territorio
filisteo, que había encabezado, con apoyo egipcio, una coalición contra el
dominio babilónico en la región; el mismo año, exigió a Damasco, en territorio
sirio, a Jerusalén, capital de Judá, y a Tiro y Sidón, ejes comerciales de
Fenicia, el impuesto debido. Con intención de frenar la injerencia egipcia,
combatió contra el País del Nilo; el resultado de la batalla, por demás
sangrienta, acabó en tablas (601 a.C.). A continuación, luchó contra los
arameos en Siria y saqueó los campamentos árabes en el desierto siro-arábigo
(599 a.C.). Aunque el objetivo de esta contienda parezca incierto, parece
deberse a la respuesta babilónica contra la campaña que Egipto desarrolló en
Siria para azuzar a arameos y árabes contra Babilonia (600 a.C.). Sin duda, el
apoyo egipcio instigó al rey de Judá, Joaquín, a rebelarse contra Babilonia
(598 a.C.). Nabucodonosor sitió Jerusalén. Durante el asedio murió Joaquín, y
subió al trono Jeconías. Nabucodonosor tomó la ciudad; deportó a Jeconías,
junto con un contingente de población, a Babilonia, e impuso como rey a
Sedecías (597-587 a.C.). Más tarde el faraón Apries (588-568 a.C.), sucesor de
Psamético II, deseoso de controlar Siria-palestina, conquistó Gaza, ciudad
filistea, y embistió contra Tiro y Sidón, emporios filisteos (588 a.C.). Por si
fuera poco, el faraón alentó la rebelión de Sedecías, rey de Judá, contra la
autoridad babilónica. Ante la asonada, Nabucodonosor acuarteló sus tropas en
Ribla, el noroeste de Siria, cerca de Homs, e inició la reconquista de
Siria-palestina. Conquistó Jerusalén y deportó a Sedecías, junto a otro
contingente judaíta, a Babilonia, e impuso como gobernador a un noble del país,
Godolías (587-582 a.C.). A los pocos años, estalló otra rebelión en territorio
judaíta (582 a.C.). Godolías fue asesinado; a modo de represalia, las tropas
babilónicas deportaron un tercer contingente judaíta a Babilonia. La
consecuencia de la rebelión judaíta no pudo ser más dura, pues el reino de Judá
desaparecía para formar parte del Imperio babilónico. El control babilónico de
Siria-palestina, prosiguió con la rendición de Tiro, tras trece años de asedio,
y culminó con la victoria babilónica sobre las tropas del faraón Amasis
(568-526 a.C.), sucesor de Apries, (ca. 586 a.C.). La sumisión de Tiro, la
conquista de Judá, y la victoria sobre Egipto aseguraban el dominio babilónico
en Siria-palestina.
La periferia septentrional constataba el
continuo avance de los medos hacia el noroeste; primero se hicieron con la zona
de Harran, en el noroeste de Siria (610 a.C.), después invadieron Urartu, en el
norte, y penetraron en Capadocia, en territorio anatolio (ca. 590 a.C.). La llegada
de los medos, capitaneados por Ciaxares (653-585 a.C.), a la región anatolia,
determinó la confrontación con Aliattes, rey de Lidia. Ambos ejércitos se
enfrentaron en la llamada “batalla del eclipse” (585 a.C.), de resultado
incierto. Entonces Nabucodonosor, soberano indiscutido de Oriente, actuó de
intermediario entre ambos pueblos; propició la paz, y estableció la frontera
entre medos y lidios en el río Halis. Ahora bien, Nabucodonosor quiso
resguardar la frontera septentrional de posibles invasiones; por eso tomó
posesión de Cilicia, en Anatolia, ocupada por los medos, y, quizá resabiado de
Ciaxares, fortificó las plazas fuertes que lindaban con el antiguo territorio
de Urartu, ahora en manos de los medos. A lo largo de la primera parte de su
reinado (604-585 a.C.), Nabucodonosor había encumbrado Babilonia al rango de
mayor potencia oriental. Dominaba Mesopotamia, tanto la zona babilónica como el
área asiria, controlaba la región siro-palestina, hacia occidente, y el
territorio elamita, hacia oriente, y mantenía la soberanía sobre el norte
gracias a la posesión de Cilicia, y la construcción de sólidas fortificaciones
en la frontera con los medos.
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