viernes, 9 de junio de 2017

¿QUIÉN ES EL BUEN LADRÓN? Lc 23,32-47


                                                                                         Francesc Ramis Darder
                                                                                         bibliayoriente.blogspot.com 



    Para experimentar en plenitud al Señor de la misericordia son necesarias dos actitudes: La humildad y la oración. Al analizar la perícopa del fariseo y el publicano (18, 9-14) comentamos la primera. Ahora describiendo la narración del "Buen Ladrón" (23, 32-47) intentaremos discernir el genuino sentido de la oración cristiana. Seguiremos el método que hasta ahora hemos utilizado y propondremos una lectura del texto en grupo.



1. Situación de la narración en el conjunto del Evangelio.


    Nuestra narración se sitúa en la tercera gran sección del evangelio: La Pasión y Resurrección de Jesús (19, 29 - 25, 53). Jesús comenzó su ministerio en Galilea. Después durante el largo viaje a Jerusalén comunicó a sus discípulos los secretos del Reino. Ahora, en la Ciudad Santa, Jesús llevará a término, en su propia persona, todas aquellas cosas que enseñó a los discípulos en el camino. Los relatos de la pasión del Señor, más que leídos deben ser meditados. La narración de la crucifixión y muerte de Cristo adquieren, en el tercer evangelio, algunas connotaciones especiales.


    Quizá lo más característico de Lucas sea que, a diferencia de los otros evangelios, no  insiste tanto en los detalles externos del sufrimiento; sino que se centra preferentemente en la explicación de la pasión interiorizada de Jesús. Lucas describe con maestría el drama interno de la pasión de Cristo.


    Algunos detalles externos  no aparecen en la narración de Lucas: No habla de la flagelación de Jesús; tampoco refiere el abrazo de Judas, se conforma con decirnos que el discípulo se acercó al Señor. Lucas describe con profundidad la lucha terrible que -durante la pasión-, se desarrolla entre Jesús y las fuerzas del mal. Jesús vence en esta batalla final porque "aguanta en la prueba ", y aguanta en la prueba porque se "sabe sostenido por Dios".    La referencia a la perseverancia aparece en otras ocasiones en el evangelio. Jesús anuncia a sus discípulos que también ellos serán perseguidos y les dice: " Todos os odiarán por causa mía, pero no perderéis ni un pelo de vuestra cabeza; con vuestro aguante conseguiréis la vida " (21, 19).


   Jesús no "aguanta" porque sí; aguanta porque hay un Dios que le sostiene en la prueba. La primera vez que Jesús toma la palabra en el evangelio de Lucas es para decirles a José y María: " ¿ No sabíais que yo tenía que estar en la casa de mi Padre ? " (2, 49). La última vez en la que Jesús -antes de su muerte- habla, es para decir: " Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu " (23, 46).


   Toda la vida  de Jesús se halla enmarcada entre estas dos ocasiones en las que se dirige a Dios como Padre. La vida de Jesús es la manifestación cierta de que Dios es un Padre de infinita ternura y misericordia. Su vida refleja la verdadera naturaleza de Dios: El Padre de la misericordia. Manifestar la verdadera genuinidad de Dios, no le ha sido a Jesús una tarea fácil. Ha padecido mucho durante el tiempo de su predicación y mucho más durante su pasión. Pero ha "aguantado" con perseverancia, porque cree en un Dios Padre lleno de misericordia que sostiene y guía su vida. Eso será lo que le otorgará la victoria  final: " Ha resucitado " será la gran noticia que comunicarán los dos hombres con vestidos refulgentes a las mujeres que acuden al sepulcro (24, 6).


    Con esa certeza en la paternidad de Dios, Jesús durante la pasión es el mártir que muestra una fuerza de alma y una bondad capaces de transformar incluso a sus verdugos y, a quienes lo condenan: Pilato lo proclama inocente en tres ocasiones (23, 4.14.22),  así como las mujeres y el pueblo (23, 27-28), el buen ladrón (23, 41), el centurión romano (23, 47) ...


    En el interior del drama de la pasión se halla el episodio de nuestro estudio. El texto nos presenta el extenso fragmento de la crucifixión y muerte de Jesús (23, 32-46), en el interior del cual y, dividida en dos partes aparece la historia del "buen ladrón" (23, 32-33; 39-43). Nos describe la última acción de Jesús en favor de los débiles; vierte su misericordia convertida en esperanza, en el corazón del "buen ladrón" a quien promete el Paraíso.


    En la sinagoga de Nazaret Jesús presenta su programa de actuación afirmando que en su tarea contará con la presencia del espíritu: " El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la buena noticia a los pobres. Me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor " (4, 18-19).


    Después de los acontecimientos de la sinagoga, aparece la narración del primer milagro. El Señor cura a un hombre poseído por el diablo (4, 31-37). Jesús vierte su misericordia, convertida en curación en el corazón de aquel endemoniado.  En el último acto de su vida -justo antes de su muerte-,  Jesús derrama su misericordia en el buen ladrón descubriéndole el sentido de su existencia.


    La vida de Jesús no  es otra cosa sino el despliegue y la manifestación de la misericordia de Dios entre los hombres: El primer acto es un milagro y el último la misericordia con el "buen ladrón". La ternura de Jesús se sostiene en la certeza de hallase envuelto en las manos buenas de Dios Padre: Sus primeras palabras -ante sus padres- son para referirse a Dios como Padre, en su último grito pone su espíritu en manos del Padre.


    La narración de la crucifixión y muerte del Señor lleva a plenitud la descripción de los dos grandes ejes del evangelio. Dios es un Padre de ternura y misericordia, y Jesús es el Señor a través de quien descubrimos la paternidad y la misericordia de Dios. Dentro de ese relato, se halla la breve narración del "buen ladrón". Nos enseña la manera con la que podemos relacionarnos con ese Dios. La forma auténtica de  relación con el Señor es la plegaria. Pero -notémoslo bien- una plegaria que no es una evasión; sino que brota de una triple experiencia: La confianza, la gratuidad y el sufrimiento. Esas son las tres características de la oración del "buen ladrón".



2. Lectura del texto (Lc 23, 32-47).


    Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él. Cuando llegaron al lugar llamado "La Calavera", los crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a su derecha y otro a su izquierda. Jesús decía:

    - Padre, perdónalos porque no saben lo que se hacen.

    Se repartieron sus ropas echando suertes.

    El pueblo lo presenciaba. Los jefes, por su parte, comentaban con sorna:

    - A otros ha salvado; que se salve a él si es el Mesías de Dios, el Elegido.

    También los soldados se acercaban para burlarse de él y le ofrecían vinagre diciendo:

    - Si eres tú el Rey de los judíos, ¡ sálvate !.

    Además tenía puesto encima un letrero: "Este es el rey de los judíos".

    Uno de los malhechores crucificados lo escarnecía diciendo:

    - ¿ No eres tú el Mesías ? ¡ Sálvate a ti y a    nosotros !.

    Pero el otro lo increpó:

    - ¿ Ni siquiera tú, sufriendo la misma pena, tienes temor de Dios ? Y la nuestra es justa, nos dan nuestro merecido; en cambio, éste no ha hecho nada malo.

    Y añadió:

    - Jesús, acuérdate de mí cuando vuelvas como rey.

    Jesús le respondió:

    - Te lo aseguró: Hoy estarás conmigo en el Paraíso.

    Era ya eso de mediodía cuando se oscureció el sol, y toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. La cortina del santuario se rasgó por medio. Jesús gritó muy fuerte:

    - Padre en tus manos encomiendo mí espíritu.

    Y dicho esto expiró.

    Viendo lo que sucedía, el centurión confesó:

    - Realmente, este hombre era justo.



3. Elementos del texto.


a. La Crucifixión.


    Morir en la cruz era un suplicio extremadamente duro.  Los romanos condenaban a ese tipo de muerte a los encausados por motivos políticos y, a todos aquellos a quienes deseaban dar un castigo ejemplar.  En el caso de Jesús hay una sentencia del sanedín que le condena a muerte (Mt 26, 66; Mc 14, 64; cf. Lc 22, 66-71). Pero el consejo judío decide trasladar el caso a la jurisdicción romana, acusándole de perturbador político y de rebelión contra el imperio (23, 1-2). Posiblemente los judíos pensaran que los simples cargos religiosos contra Jesús -el llamarse Hijo de Dios-, no tendrían peso suficiente ante el prefecto romano. De ese modo es Poncio Pilato quien entrega a Jesús para ser crucificado (23, 24-25).


    El tercer evangelio no nos describe la flagelación de Jesús, pero era habitual azotar cruelmente al reo antes de crucificado. La tortura causada por los azotes era muy cruel. El látigo estaba formado por tiras de cuero que sostenían en su extremo bolitas de plomo o pequeños huesecillos. Los golpes arrancaban materialmente la piel y la carne. Una vez flagelado, el reo tomaba sobre sus espaldas el travesaño horizontal de la cruz y se encaminaba hacia el Calvario (en arameo Gólgota). El que iba a ser crucificado -durante su camino hacia el Calvario-, llevaba colgada del cuello una tablilla donde se hacía constar la causa de la condena.


    El Gólgota era una roca de unos cinco metros de altura, que por la forma de su perfil recordaba vagamente la silueta de una cabeza. Era una zona situada fuera de la ciudad, donde existían los restos de antiguas canteras, y muy próxima a la muralla. En frente, a unos cuarenta metros de distancia, otra porción de roca se había aprovechado para hacer unas tumbas excavadas.


    Una vez llegado al Gólgota el reo era crucificado. Los clavos, habiéndole perforado  la parte posterior de las muñecas, se clavaban en el travesaño horizontal. Después era elevado y se clavaba en el poste vertical que aguantaba el peso del ajusticiado. Los pies -también clavados a la cruz- se sostenían apoyados sobre un trozo de madera, el cual permitía al condenado no asfixiarse y así se alargaba el suplicio de la tortura. En la cima del palo vertical se clavaba la tablilla en la que constaba el motivo de condena. En el caso de Jesús decía " Este es el rey de los judíos " (23, 38). Algunas veces para acelerar la muerte de los condenados se les quebraban las piernas con lo que fallecían por asfixia, o se les perpetraba una lanzada en el costado como golpe definitivo.


    Había dos costumbres de origen judío que habitualmente solían cumplimentarse con los ajusticiados. La primera consistía en proporcionar al reo una mezcla de vino y mirra destinada a adormecerle y, de esa forma, mitigar sus dolores. La segunda permitía colocar un paño alrededor de la cintura para cubrir sus partes. A la primera se refieren los evangelios (Mt 27, 34; Mc 15, 23). La segunda no se menciona pero cabe suponer que fuera también cumplimentada. Jesús -como el resto de condenados-, habría sido desnudado y sus ropas repartidas entre el piquete apostado al pie de la cruz. 


b. " Y dicho esto expiró ".


    Hemos presentado -en el apartado anterior-  las características externas de un proceso de crucifixión. Ahora vamos analizar el sentido de la pasión y muerte de Jesús. No podemos describir toda la pasión, nos ceñiremos al breve fragmento que estamos analizando (23, 32-47).


    * " Padre, perdónalos porque no saben lo que se hacen ".

    La acción de Jesús a lo largo del evangelio es una muestra constante de la misericordia de Dios. Su primer gesto consiste en la curación de un endemoniado (4, 31-37); su penúltimo gesto es el perdón otorgado a sus ejecutores. Recodemos que el perdón es una de las más genuinas manifestaciones de la misericordia de Dios, así nos lo enseñaba la narración de Zaqueo (19, 1-10).


    * Las referencias al Antiguo Testamento.

    Si tenemos la paciencia de observar con detenimiento, en nuestra Biblia, la narración de la pasión; observaremos que está plagada de referencias a la Antigua Alianza. Efectivamente, en Jesús llegan a su cumplimiento las promesas. Observemos algunas de estas alusiones a la Antigua Ley:


    - " Se repartieron sus ropas echando suertes ".

    Cuando un reo era ejecutado en la cruz, el piquete de guardia apostado junto al patíbulo, solía repartirse las ropas del ejecutado. Durante la crucifixión de Jesús sucedió lo mismo. Pero Lucas para describirnos este hecho cita textualmente el fragmento de un Salmo (22, 19). El Salmo 22 comienza con las conocidas palabras " Dios mío, Dios mío ¿ por qué me has abandonado ? " (palabras que Mateo y Marcos ponen en labios de Jesús en el momento de su muerte Mt 27, 46; Mc 15, 34).


    Este Salmo nos describe la situación de un justo que se siente abandonado y acorralado por todos. En su desesperación pide a Dios su ayuda y le promete que, hablará ante sus hermanos para comunicarles la grandeza de Dios. Lucas nota que este salmo alcanza su plenitud en la persona de Cristo. El es el prototipo de hombre justo que se encuentra acorralado por todos. Los guardias se reparten sus ropas (23, 34) como hicieron con el justo de nuestro salmo (Sal 22,19). Jesús será resucitado por Dios Padre y comunicará, mediante las apariciones a los discípulos, las maravillas de Dios (24); al igual que el hombre justo del salterio se proponía anunciar los prodigios divinos ante la gran asamblea (Sal 22, 24-31).


    - " Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu ".

    Son las últimas palabras de Jesús; en ellas se dirige confiadamente al Padre. Las primeras palabras del Señor, en el tercer evangelio, también nos hablaban de Dios Padre " ¿ No sabíais que yo tenía que estar en la casa de mi Padre " (2, 49). La vida de Jesús ha sido la historia de la certeza que su vida esta custodiada en la buenas manos de Dios Padre. Pero nuestro evangelista, una vez más, para explicarnos esa seguridad echa mano de un texto del AT (Sal 31, 6).


    El Salmo 31 nos describe la historia de un justo que se  siente perseguido y se acoge en el regazo de Dios " A ti, Señor, me acojo " (31, 1). Durante su oración, el hombre perseguido comenta los motivos de su angustia; pero continuamente afirma sentirse en manos de Dios " Pero yo confío en ti Señor " (31, 15), " en tu mano están mis azares " (31, 16).  El drama interno de Jesús crucificado se describe muy bien mediante este Salmo. En el padecimiento de Cristo se cumplen las expectativas del Salmo. Jesús es el modelo de justo condenado que deposita su vida en las buenas manos de Dios.


    * La misericordia con el "buen ladrón", y la conversión del centurión romano.

    El último acto de la vida de Jesús consiste en derramar la misericordia en el corazón del "buen ladrón" e incorporarlo a su Reino. La muerte de Jesús suscita la conversión del centurión. Viendo la muerte de Jesús aquel hombre exclama " Realmente, este hombre era justo ". La muerte de Jesús es la síntesis de lo que ha sido su vida: Un esfuerzo de sembrar misericordia para suscitar el seguimiento.


c. " Los crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a su derecha y otro a su izquierda ".


    La fe si no representa el todo en la vida  no significa nada en la existencia humana. Ante Jesús sólo cabe la aceptación plena o el rechazo. Cada uno de los ladrones crucificados a su lado representan una actitud contrapuesta. Describamos la actitud de cada uno de ellos.


    * " El ladrón que escarnece a Jesús ".

    Al pie de la cruz los soldados y los jefes del pueblo se burlaban de Jesús. La misma actitud muestra el ladrón que lo escarnece. Oigamos sus palabras: " ¿ No eres tú el Mesías ? Sálvate a ti y a nosotros ". Tanto este malhechor como los jefes del pueblo tenían una idea distorsionada de la figura del Mesías. Todos esperaban la llegada del Mesías, el Salvador de Israel. Todos creían que este liberador sería alguien deslumbrante que, con un poder espectacular, traería la salvación al pueblo judío.


    Nadie podía pensar que el hombre clavado en la cruz entre dos delincuentes fuera el Mesías ansiosamente anhelado por todos. Y Jesús es el Mesías. Aquel que nos salva, no desde el poder de las armas, sino desde el sufrimiento de la muerte. Aquel que nos libera, no desde la apariencia deslumbrante sino a partir del escándalo de la cruz.


    Este malhechor busca en la persona de Jesús una salvación particular: " Sálvate a ti mismo y a nosotros ". No le interesa demasiado la salvación de todo Israel; desea un Mesías hecho a su medida y para su propia salvación. ¿ Cuántas veces en nuestra vida no hemos buscado un Dios particular, hecho a la medida de nuestro deseo ?. Tampoco se preocupa por especificar las razones que le han llevado a la cruz. Es el otro malhechor,  quién se lo recuerda: " Y nuestra pena es justa ", le dirá su compañero de patíbulo.


    Este ladrón muere en la cruz a causa de sus fechorías. Pero es incapaz de darse cuenta de que lo que está padeciendo se debe a una condena por sus maldades. Recordemos que quien no se mira a sí mismo, quien no es realista ante la situación que le acontece no es humilde ante la vida. Ese hombre es el prototipo de persona orgullosa (como el publicano), incapaz de ver las faltas que hay en su vida y pedir perdón por ellas. La incapacidad de penetrar en su interior, le impide descubrir la identidad de Aquel que está crucificado a su lado. Aprecia en Jesús a un personaje que -como tantos otros- se ha identificado con el Mesías. Por eso participa -con actitud de sorna- en la burla de los soldados y jefes del pueblo.


    Notemos, pero, lo más importante. Aunque este malhechor sea completamente inconsciente de ello, Jesús está muriendo por él en la cruz a su lado. Cristo ha recorrido su vida predicando el Reino y anunciando que Dios es un Padre Bueno. Esa predicación de Jesús iba dirigida, especialmente, a los débiles, a los pobres, a los que sufren. Este ladrón sufre en la cruz, y tal vez, se lanzó al bandidaje porque era el único camino que le quedaba en la vida. El mensaje de Jesús estaba pensado, privilegiadamente, para él. No ha podido experimentarlo ni captarlo. Pero no por eso Jesús ha dejado de padecer en la cruz para inaugurar un Reino en el que el mal desaparezca y, en el que este ladrón pueda ser alguien feliz.


    * " El buen ladrón ".

    Como el mismo reconoce, padece la cruz a causa de sus propias culpas. Ante la situación que está padeciendo se hace una pregunta sensata: ¿ Cuál es mi responsabilidad ?. Esta pregunta denota la adopción de una actitud humilde, la actitud de ser realista ante los avatares de la vida. No da la culpa de su situación a una segunda persona, él mismo asume en sí mismo la propia responsabilidad de su miseria.


    Al ser capaz de verse a sí mismo tal como es, nace la posibilidad de comprender a los demás como realmente son. En el corazón del "buen ladrón" aparece la capacidad de ver a Jesús y a Dios como son verdaderamente. Afirma respecto de Jesús: " Este no ha hecho nada malo ". Cuando todos están burlándose de Cristo, sólo él -el prototipo de hombre humilde-, reconoce la auténtica persona de Jesús: " No ha hecho nada malo ".


    Si lo pensamos de una manera objetiva ¿ qué mal había hecho Jesús ? Pilato lo declara por tres veces inocente (23, 4.14.22). Solamente " el senado del pueblo, los sumos sacerdotes y los letrados " (23, 66) presentan ante Pilato acusaciones. Jesús no ha hecho nada malo. Su vida ha sido una denuncia constante contra todos aquellos que, desde su condición de poder, hacen el mal; y por eso -estos mismos- lo han condenado a muerte. El "buen ladrón" ha sido humilde, se ha mirado a sí mismo; eso le ha abierto los ojos para comprender la realidad del otro, la realidad de Jesús que muere a su lado.   


    Una vez que el ladrón ha percibido la verdadera realidad de Jesús, surge en el una segunda actitud: El temor de Dios " ¿ Ni siquiera tú, sufriendo la misma pena, tienes temor de Dios ? ". Detengámonos un momento a pensar ¿ Qué es el temor de Dios ?.


    Al comienzo del evangelio, el ángel de Dios se  dirige a Zacarías, a María y a los pastores, con una expresión muy semejante: " No  temas " (1, 13.30; 2, 10). La Virgen nos dirá en el "Magnificat": " ... y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen " (1, 50). Jesús, al dirigirse a Simón, le dice: " No temas. Desde ahora serás pescador de hombres " (5, 10).


    En el sentido  manifestado por estos textos, el "temor de Dios" no coincide con el sentimiento de pánico ante la presencia divina. El "temor de Dios" significa el ámbito en el que es posible percibir la misericordia de Dios. Una persona temerosa de Dios, es aquella que se sabe en el regazo de Dios, y desde la certeza de sentirse en Dios puede apercibirse de su ternura.


    El "buen ladrón" se halla padeciendo el cruel suplicio de la cruz. Allí, en medio del dolor, ha sido capaz de mirarse a sí mismo y con humildad reconocer los motivos de su crucifixión. La humildad le ha llevado a descubrir la naturaleza de Jesús: "Este no ha hecho nada malo". Del reconocimiento de Jesús nacerá el temor de Dios, la certeza de sentirse en el regazo de Dios. Y, finalmente, desde el temor de Dios brotará la auténtica plegaria: " Jesús acuérdate de mí cuando vuelvas como  rey ".


d. " Jesús, acuérdate de mí cuando vuelvas como rey ".


    En la cima del Calvario ocurre una única realidad: Jesús entrega su vida por todos los hombres. Tanto para los buenos como para los malos, tanto para aquellos que le escarnecen como para los que le admiran y aprecian. El anuncio del Reino y la victoria sobre la muerte es un anuncio para todos los hombres; tanto para los que conocieron a Jesús en Palestina como para nosotros que vivimos hoy. Jesús entrega su vida para la salvación de la humanidad, pero sólamente una persona ha sido consciente de este acontecimiento: El "buen ladrón".


    En este apartado nos detendremos en explicar la naturaleza de la oración. La humildad y la plegaria son los ojos del corazón. Las condiciones necesarias para experimentar la salvación que Dios nos otorga a través de su ternura. ¿ Qué es rezar ? Para explicarlo viajaremos hasta el Antiguo Testamento y distinguiremos dos tipos distintos de religiosidad: La religiosidad mítica y la bíblica.


    * La religiosidad mítica.

    El hombre antiguo habitaba un mundo especialmente hostil, las constantes guerras, las enfermedades y las catástrofes naturales, diezmaban la población. Ante la situación de impotencia, nacen en el corazón humano los sentimientos de la angustia y el miedo. El hombre, asustado, comienza a pedir ayuda a sus hermanos para poder subsistir ante las situaciones hostiles. Los otros hombres también sienten miedo y se ven incapaces de ayudar a su prójimo. Les viene justo aguantar su  propio miedo y sobrevivir en condiciones tan difíciles.


    El hombre cansado de pedir ayuda a los demás  y de no  encontrarla, decide levantar los ojos al cielo. Y allí descubre cosas grandes y majestuosos: El Sol, la Luna, los planetas, las nubes. Piensa que tal vez ellos podrían ayudarle a vivir sin miedo, y comienza a llamarles dioses. Luego inventa un culto, toda una serie de ritos dirigidos a convencer a estos seres, que él denomina dioses, para que le ayuden a sobrevivir entre el miedo de su vida.


    Las cosas no son tan simples ni tan sencillas, pero la religiosidad mítica responde -más o menos- a los parámetros que acabamos de describir: El hombre sufre, tiene miedo, no ve manera posible de subsistir con el miedo constante, se inventa la existencia de un Dios que le consuele; y luego, mediante toda una serie de gestos que denominamos culto, intenta convencer a ese Dios para que le ayude.


    * La religiosidad bíblica.

    El libro del Exodo nos presenta al pueblo de Israel sometido a una dura esclavitud en Egipto.  El Señor, con la intención de liberarlos, se aparece a Moisés y le dice: " He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra sus opresores, me he fijado en su sufrimiento. Y he bajado a liberarlos de los egipcios ... " (Ex 3, 7-8).  Yahvé envía a Moisés ante el faraón para liberar a Israel. Al final dice el Señor a Moisés para confortarle en su empresa: " Yo estoy contigo, y ésta es la señal de que yo te envío: < que cuando saques al pueblo de Egipto, daréis culto a Dios en esta montaña > " (Ex 3, 12).


    Delineemos los pasos del proceso de fe descrito en el Exodo. El pueblo sufre la esclavitud; antes de que Israel lo pida expresamente Dios mismo ha oído sus quejidos y le ha mandado un liberador. Moisés los liberará -con la fuerza de Dios- de la dura servitud. Dios dará al pueblo -sin que él aun pueda imaginárselo- la Tierra Prometida. Finalmente, la nación liberada subirá sobre la montaña a dar gracias a Dios por la liberación y la tierra recibida.



    ¡ Que diferencia entre la experiencia religiosa mítica y la bíblica !. En la primera el dolor humano lleva a la mente humana a inventarse la existencia de un Dios; y después los mismos hombres mediante el culto piden a este Dios que les libere del miedo de vivir. En la religiosidad bíblica el hombre también experimenta el dolor y el miedo. Pero en esas mismas condiciones, su experiencia religiosa es distinta. Es Dios quien se ha adelantado a ofrecerle la liberación: ¡ Dios nos ha amado primero !.


    El hombre bíblico se siente liberado por Dios. Su culto ya no es todo un conjunto de ritos complejos encaminados a convencer a Dios para que intervenga en la historia humana. Dios ya ha intervenido liberándole.  El culto del hombre liberado siempre es un culto de acción de gracias, por la acción salvadora que Dios ha realizado en su vida. La oración del hombre libre siempre es, en el fondo, acción de gracias. El hombre liberado se sabe siempre en las buenas manos de Dios. Tiene la cierta certeza de que cualquier cosa que pida a Dios, si le conviene para su liberación, Dios mismo ya se la ha concedido antes de pedírsela.



    Volvamos de nuevo a la escena del Calvario. Allí hay dos ladrones padeciendo la dureza de la cruz. Igual que los israelitas en Egipto lanzan sus gritos de dolor. Pero incluso antes de que ellos gritaran Dios ya les había respondido. Jesús muere en la cruz y -sin que ellos lo sepan- inaugura el Reino de Dios, la nueva tierra prometida.


    El "buen ladrón" pide a Jesús: " Acuérdate de mí cuando vuelvas como rey". Jesús le responde: " Hoy estarás conmigo en el Paraíso". Antes de que el ladrón lo pida Jesús ya ha construido el nuevo Reino. En el fondo de la plegaria del malhechor hay una raíz de acción de gracias. Jesús habiéndole amado primero ha inaugurado el Reino en el que el buen ladrón pide participar.


    Dibujemos, ahora, brevemente las características de la oración del "buen ladrón".


    * Sufrimiento.

    El sufrimiento y el dolor constituyen uno de los misterios más importantes de la vida. No porque carezcan de explicación, sino porque son momentos privilegiados en los que Dios nos habla. Durante el exilio en Babilonia (587-538 a.C.) el pueblo hebreo pasó por uno de los momentos más duros de su historia. Pero fue sólo allí donde se encontró con la auténtica naturaleza divina. Descubrió a Dios como creador y liberador, tal como nos narra el profeta Isaías (Is 40-55).


    El "buen ladrón" desde la experiencia de su sufrimiento obtiene la "herencia eterna". El joven rico también pide a Jesús la "herencia eterna" (18, 18-23), pero le da miedo pasar el trago de la cruz y por eso, se marcha cabizbajo.


    * Confianza y Gratuidad.

    El "buen ladrón" pone su vida en manos de Jesús "Acuérdate de mí cuando vengas como rey". Una petición muy breve que condensa de forma excelente la opción cristiana. Toda su vida queda en manos de Jesús con total gratuidad. Que distinta es la "solicitud" de los hermanos Zebedeos: " Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda " (Mc 10, 35-40). Una petición que desconoce la naturaleza de Jesús y es, por demás, interesada. 


e. La persona de Jesús.


    La divinidad de Dios se aprecia a través de la humanidad de Jesús. Sólo en la cruz vemos el auténtico rostro de Dios. Un Dios que ha llevado su amor hasta el extremo de entregar su vida por amor. La plegaria del "buen ladrón" se dirige al auténtico rostro de Dios. Veamos algunos aspectos del rostro de Dios manifestados en el Jesús doliente en la cruz. Observémoslo mediante lo que dicen de Jesús los espectadores de la pasión:


    * " Este no ha hecho nada malo ".

    Esta frase nos recuerda, por contraposición, otro fragmento del evangelio, la narración del joven rico (18, 18-23): " Uno de los principales le preguntó. < Maestro bueno, ¿ qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna ? >. Le dijo Jesús: < ¿ Por qué me llamas bueno ? Nadie es bueno sino Dios ".


    El "buen ladrón" ha descubierto al único que es bueno, al que no ha hecho nada malo: Jesús. Y desde el sufrimiento de la cruz y desde el dolor de haberlo perdido todo, le pide lo único importante: Estar con él el Paraíso. El joven rico también pedía la "herencia eterna" pero sin pasar por la cruz. Un cristiano tiene como objetivo la "herencia eterna" pero sabe  muy bien que esa opción pasa por tomar la cruz de cada día y seguir a Cristo hasta el final.


    * " Este es el rey de los judíos ".

    Hemos comentado ya varias veces el sentido mesiánico de la vida de Jesús. El es el Mesías prometido a Israel que liberó a su pueblo, no con el poder sino con el servicio que le llevó a la cruz. Jesús reina desde una cruz. En Jesús crucificado sufren todos los hombres que a lo largo de la historia han padecido. Esta realeza de Jesús desde la cruz inspirará al apostól Pablo a describirnos vivamente el proceso del Señor (Flp 2, 6-11).


    * " La cortina del santuario se rasgó ".

    En la dependencia más sagrada del Templo había una cortina que ejercía una función simbólica. Separaba el espacio del Templo del resto del mundo. De esa manera el universo estaba dividido en dos espacios distintos: El espacio sagrado y el espacio profano. Con la muerte de Jesús esta cortina se rasga de arriba abajo. Cristo ha liberado toda la realidad humana. Ya no hay un espacio sagrado y un espacio profano enfrentados entre sí. Con Jesús todo ha sido liberado, ha comenzado el Reino de Dios para todos.



4. Síntesis final.


    La narración del fariseo y el publicano (18, 9-14) juntamente con el relato del "buen ladrón" (23, 32-46), nos describen las dos actitudes necesarias para experimentar conscientemente al Dios de la misericordia: La humildad y la plegaria. Ambos escritos son complementarios: De la humildad brota la oración, y la plegaria lleva a una vida humilde en manos de Dios.


    La crucifixión y el episodio del "buen ladrón" constituyen el "cierre" de los actos de la vida pública de Jesús. El Señor abrió sus labios para invocar a Dios como Padre y los cierra depositando su vida en las manos del Padre. Jesús comenzó ejerciendo la misericordia con el endemoniado de Cafarnaum (4, 31-37) y concluye su vida dando sentido a la existencia del hombre crucificado a su lado.


    La narración del "buen ladrón" nos ha comunicado una triple enseñanza. Dios es quien nos ha amado primero, nos ha liberado antes de que se lo pidamos. Por eso toda oración cristiana tiene en su raíz la acción de gracias. La más genuina oración cristiana nace del sufrimiento y se caracteriza por la gratuidad y la confianza total en Dios. Y, finalmente, la plegaria cristiana nunca implica la evasión, sino que conduce a vivir con mayor intensidad el mensaje evangélico: El deseo de estar -con Jesús- en el paraíso.


    El evangelio de Lucas aparece dirigido a un personaje misterioso. El llamado "Teófilo" que figura en el prólogo (1, 1-4). La palabra "Teófilo" significa "amigo de Dios". La amistad con Dios se labra especialmente en el diálogo personal con el Señor; es decir, en la plegaria. Al acercarnos a la "Palabra" de Dios oigámosla en actitud de plegaria, percibiendo la voz de Dios que llega a nuestra vida para liberarnos. La escucha constante de la Palabra de Dios modelará delicadamente nuestra vida y nos convertirá en lo que realmente estamos llamados a ser: "amigos de Dios".

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