Como hemos dicho, la Carta de Jeremías constituye un escrito satírico,
redactado en forma de carta bajo el aura de la pseudonimia, para prevenir a los
judíos de la falsedad idolátrica, y alentarlos a modo de contrapunto a la
búsqueda del Señor, el único Dios. La estructura de la Carta es sencilla:
Exhortación (CJr 1-6), Sátira contra la idolatría (CJr 7-71), Conclusión final
(CJr 72).
2.1.Exhortación (CJr 1-6).
La exhortación señala que el escrito es una copia de la Carta que Jeremías
remitió a los prisioneros que iban a ser desterrados a Babilonia; en la Carta,
el profeta les informaba de lo que Dios le había encargado comunicarles. Atento
al mandato, el profeta recuerda que el exilio no procede de la coyuntura
histórica, es el castigo divino contra el pecado de la asamblea (ver: 2R
21,10-15; Jer 25,8-14). Desde la perspectiva histórica, el exilio duró unos
cuarenta años (597-539 a.C.), pero la exhortación lo extiende a siete
generaciones.[1]
Tanto el número “siete” como el vocablo “generación” aluden a la plenitud de un
proceso histórico. Así pues, bajo la mención de las “siete generaciones”, la
exhortación certifica la intensidad del proceso con que Dios purificará en el
exilio al pueblo pecador para que, como sentencia la profecía jeremiana,
quienes vuelvan sean los “higos buenos” con que Dios reconstruirá la comunidad
hebrea (ver: Jr 24).
Ahora bien, prosigue la
exhortación, la comunidad desterrada sufrirá la seducción de los ídolos
babilónicos; por eso, la Carta ofrece a la asamblea el mejor consejo ante la
seducción idolátrica: “Cuando veáis a la multitud […] adorando a esos dioses,
decid en vuestro interior: Solo tú, Señor, mereces ser adorado” (CJr 5). Por si
fuera poco, el Señor ofrece, por boca de la voz profética, la protección de su
ángel (CJr 6). A lo largo del AT, los ángeles representan al Señor que se
comunica con su pueblo, o constituyen la mediación elegida por Dios para
relacionarse con Israel (ver: Gn 18,1-15; Jc 6,11). En el marco de la Carta, la
mención del ángel sugiere la protección que el Señor dispensa a la asamblea;
pero también puede constituir un símbolo de la comunidad fiel que, atenta a la
ley y la palabra (ver: Is 2,2-5), ilumina el camino de la asamblea, seducida
por el embeleco idolátrico, hacia el encuentro con el Señor, el único Dios.
2.2.Sátira contra la idolatría (7-71).
La Carta adopta el estilo de la sátira. Como hemos indicado, el objetivo
del género satírico estriba en provocar la burla del lector ante la realidad
descrita. Cuando la sátira provoca la burla, convence al lector de la estupidez
de la idolatría para remitirle a la escucha del Señor, el único salvador.
Afinando la perspectiva literaria, la sátira puede estructurarse en diez
secciones, separadas entre sí por un estribillo. Aunque la presencia de “diez”
apartados pueda ser casual, o nacida de la intención del intérprete, también
adquiere, a imagen del número “siete”, el sentido simbólico de la “totalidad”.
Cuando la sátira deshace la falsedad de la idolatría mediante diez apartados,
sugiere la plena ridiculización de todos los aspectos del medio idolátrico:
imágenes, fabricantes, responsables del culto y devotos.
El primer apartado remite a la
tarea de los escultores y al cuidado que los sacerdotes deben prestar a los
ídolos para que puedan sostenerse (CJr 7-14). Si las criaturas humanas
limitadas, escultores y sacerdotes, deben socorrer a los ídolos, ¿cómo pueden
ser dioses?”. Asentada la falsedad de las imágenes, la sátira advierte a los
judíos: “No les tengáis miedo” (CJr 14). A menudo, la Escritura pone en labios
del Señor la locución “No temas” (ver: Is 7,4) para indicar la protección que
Dios ofrece a su pueblo. Así, cuando la Carta previene contra la falsedad de
los ídolos, impele indirectamente al lector, seducido por la suntuosidad de los
fetiches, a depositar la confianza en el Señor, el único que salva (ver: Is
43,11).
El segundo apartado describe al
material con que se fabrican los dioses: barro y madera; se llenan de polvo, se
ennegrecen con el humo, soportan el revoloteo de murciélagos y golondrinas (CJr
15-22). La conclusión es obvia: “Todo esto pone de manifiesto que no son
dioses”; por eso recalca la Carta: “No les tengáis miedo” (CJr 22). El tercer
apartado enfatiza la ausencia de vida que enturbia a los ídolos, ni siquiera el
oro que les recubre no puede brillar si alguien no lo bruñe (CJr 22-28); por
eso, concluye la sátira: “se ve claramente que no son dioses, no les tengáis
miedo” (CJr 28). El cuarto apartado (29-39) sentencia la incapacidad de los
ídolos para emprender cualquier tarea, a saber, entronizar un rey, salvar una
persona, devolver la vista a un ciego (ver: Is 41,23); una pregunta retórica
sentencia la falsedad de los ídolos: “¿Cómo puede alguien creer o decir que son
dioses?” (CJr 39).
El quinto apartado satiriza la
estupidez de los caldeos que, viendo la incapacidad de los fetiches para
devolver la palabra a un mudo, son incapaces de rechazarlos; incluso las
mujeres que los invocan para males prácticas se resisten a reconocer la falsía
de los idolillos (CJr 40-44). Valiéndose de una cuestión retórica, la sátira
abochorna la mendacidad idolátrica: “¿Cómo puede alguien creer o decir que son
dioses?” (CJr 44). El sexto vuelve a referir los materiales que conforman las
imágenes: madera, oro, plata (CJr 45-51); y concluye con sorna: “¿Habrá alguien
que no se dé cuenta de que no son dioses?” (CJr 51). El séptimo vuelve a
insistir en la incapacidad de los ídolos para cualquier tarea (CJr 52-56; ver:
41,23); y concluye: “¿Cómo se puede admitir o creer que son dioses?” (CJr 56).
El octavo apartado sentencia que
son incapaces de asegurar una casa, pues una puerta es más segura; el oro que
los recubre suscita la apetencia de los ladrones; los ídolos son incapaces de
imitar la tarea de los astros y las nubes (CJr 57-64); entonces, concluye la
sátira: “Sabiendo que no son dioses, no les tengáis miedo” (CJr 64). El noveno
denuncia que no pueden bendecir ni maldecir, ni brillar como el sol, ni
protegerse a sí mismos (CJr 66-68); y concluye: “Nada puede demostrar que sean
dioses, así que no les tengáis miedo” (CJr 68). El décimo define a los ídolos
como espantapájaros, cadáveres abandonados, devorados por la carcoma (CJr
69-71), por eso advierte al lector: “Comprenderéis que no pueden ser dioses”
(CJr 71).
2.3.Conclusión final (72).
La conclusión adopta un aspecto homilético y sapiencial que no puede ser
más claro: “Vale más una persona fiel a Dios que no tiene ídolos, pues nunca
caerá en el ridículo” (CJr 72). Como recalca la Escritura, la fidelidad al
Señor radica en la observancia de la Ley y la Palabra (ver: Is 2,2-5); a modo
de contraluz, sugiere la Carta, quien se abraza a la idolatría no solo se
retuerce en el pecado (ver: Is 3), sino cae en el ridículo más estúpido (ver:
Is 41,21-29).
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