viernes, 16 de junio de 2017

¿QUÉ DICE LA CARTA DE JEREMÍAS?



                                            

                                                                    Francesc Ramis Darder
                                                                    bibliayoriente.blogspot.com
                                                                    




Como hemos dicho, la Carta de Jeremías constituye un escrito satírico, redactado en forma de carta bajo el aura de la pseudonimia, para prevenir a los judíos de la falsedad idolátrica, y alentarlos a modo de contrapunto a la búsqueda del Señor, el único Dios. La estructura de la Carta es sencilla: Exhortación (CJr 1-6), Sátira contra la idolatría (CJr 7-71), Conclusión final (CJr 72).

2.1.Exhortación (CJr 1-6).

La exhortación señala que el escrito es una copia de la Carta que Jeremías remitió a los prisioneros que iban a ser desterrados a Babilonia; en la Carta, el profeta les informaba de lo que Dios le había encargado comunicarles. Atento al mandato, el profeta recuerda que el exilio no procede de la coyuntura histórica, es el castigo divino contra el pecado de la asamblea (ver: 2R 21,10-15; Jer 25,8-14). Desde la perspectiva histórica, el exilio duró unos cuarenta años (597-539 a.C.), pero la exhortación lo extiende a siete generaciones.[1] Tanto el número “siete” como el vocablo “generación” aluden a la plenitud de un proceso histórico. Así pues, bajo la mención de las “siete generaciones”, la exhortación certifica la intensidad del proceso con que Dios purificará en el exilio al pueblo pecador para que, como sentencia la profecía jeremiana, quienes vuelvan sean los “higos buenos” con que Dios reconstruirá la comunidad hebrea (ver: Jr 24).

    Ahora bien, prosigue la exhortación, la comunidad desterrada sufrirá la seducción de los ídolos babilónicos; por eso, la Carta ofrece a la asamblea el mejor consejo ante la seducción idolátrica: “Cuando veáis a la multitud […] adorando a esos dioses, decid en vuestro interior: Solo tú, Señor, mereces ser adorado” (CJr 5). Por si fuera poco, el Señor ofrece, por boca de la voz profética, la protección de su ángel (CJr 6). A lo largo del AT, los ángeles representan al Señor que se comunica con su pueblo, o constituyen la mediación elegida por Dios para relacionarse con Israel (ver: Gn 18,1-15; Jc 6,11). En el marco de la Carta, la mención del ángel sugiere la protección que el Señor dispensa a la asamblea; pero también puede constituir un símbolo de la comunidad fiel que, atenta a la ley y la palabra (ver: Is 2,2-5), ilumina el camino de la asamblea, seducida por el embeleco idolátrico, hacia el encuentro con el Señor, el único Dios.

2.2.Sátira contra la idolatría (7-71).

La Carta adopta el estilo de la sátira. Como hemos indicado, el objetivo del género satírico estriba en provocar la burla del lector ante la realidad descrita. Cuando la sátira provoca la burla, convence al lector de la estupidez de la idolatría para remitirle a la escucha del Señor, el único salvador. Afinando la perspectiva literaria, la sátira puede estructurarse en diez secciones, separadas entre sí por un estribillo. Aunque la presencia de “diez” apartados pueda ser casual, o nacida de la intención del intérprete, también adquiere, a imagen del número “siete”, el sentido simbólico de la “totalidad”. Cuando la sátira deshace la falsedad de la idolatría mediante diez apartados, sugiere la plena ridiculización de todos los aspectos del medio idolátrico: imágenes, fabricantes, responsables del culto y devotos.

    El primer apartado remite a la tarea de los escultores y al cuidado que los sacerdotes deben prestar a los ídolos para que puedan sostenerse (CJr 7-14). Si las criaturas humanas limitadas, escultores y sacerdotes, deben socorrer a los ídolos, ¿cómo pueden ser dioses?”. Asentada la falsedad de las imágenes, la sátira advierte a los judíos: “No les tengáis miedo” (CJr 14). A menudo, la Escritura pone en labios del Señor la locución “No temas” (ver: Is 7,4) para indicar la protección que Dios ofrece a su pueblo. Así, cuando la Carta previene contra la falsedad de los ídolos, impele indirectamente al lector, seducido por la suntuosidad de los fetiches, a depositar la confianza en el Señor, el único que salva (ver: Is 43,11).

    El segundo apartado describe al material con que se fabrican los dioses: barro y madera; se llenan de polvo, se ennegrecen con el humo, soportan el revoloteo de murciélagos y golondrinas (CJr 15-22). La conclusión es obvia: “Todo esto pone de manifiesto que no son dioses”; por eso recalca la Carta: “No les tengáis miedo” (CJr 22). El tercer apartado enfatiza la ausencia de vida que enturbia a los ídolos, ni siquiera el oro que les recubre no puede brillar si alguien no lo bruñe (CJr 22-28); por eso, concluye la sátira: “se ve claramente que no son dioses, no les tengáis miedo” (CJr 28). El cuarto apartado (29-39) sentencia la incapacidad de los ídolos para emprender cualquier tarea, a saber, entronizar un rey, salvar una persona, devolver la vista a un ciego (ver: Is 41,23); una pregunta retórica sentencia la falsedad de los ídolos: “¿Cómo puede alguien creer o decir que son dioses?” (CJr 39).

    El quinto apartado satiriza la estupidez de los caldeos que, viendo la incapacidad de los fetiches para devolver la palabra a un mudo, son incapaces de rechazarlos; incluso las mujeres que los invocan para males prácticas se resisten a reconocer la falsía de los idolillos (CJr 40-44). Valiéndose de una cuestión retórica, la sátira abochorna la mendacidad idolátrica: “¿Cómo puede alguien creer o decir que son dioses?” (CJr 44). El sexto vuelve a referir los materiales que conforman las imágenes: madera, oro, plata (CJr 45-51); y concluye con sorna: “¿Habrá alguien que no se dé cuenta de que no son dioses?” (CJr 51). El séptimo vuelve a insistir en la incapacidad de los ídolos para cualquier tarea (CJr 52-56; ver: 41,23); y concluye: “¿Cómo se puede admitir o creer que son dioses?” (CJr 56).

    El octavo apartado sentencia que son incapaces de asegurar una casa, pues una puerta es más segura; el oro que los recubre suscita la apetencia de los ladrones; los ídolos son incapaces de imitar la tarea de los astros y las nubes (CJr 57-64); entonces, concluye la sátira: “Sabiendo que no son dioses, no les tengáis miedo” (CJr 64). El noveno denuncia que no pueden bendecir ni maldecir, ni brillar como el sol, ni protegerse a sí mismos (CJr 66-68); y concluye: “Nada puede demostrar que sean dioses, así que no les tengáis miedo” (CJr 68). El décimo define a los ídolos como espantapájaros, cadáveres abandonados, devorados por la carcoma (CJr 69-71), por eso advierte al lector: “Comprenderéis que no pueden ser dioses” (CJr 71).

2.3.Conclusión final (72).

La conclusión adopta un aspecto homilético y sapiencial que no puede ser más claro: “Vale más una persona fiel a Dios que no tiene ídolos, pues nunca caerá en el ridículo” (CJr 72). Como recalca la Escritura, la fidelidad al Señor radica en la observancia de la Ley y la Palabra (ver: Is 2,2-5); a modo de contraluz, sugiere la Carta, quien se abraza a la idolatría no solo se retuerce en el pecado (ver: Is 3), sino cae en el ridículo más estúpido (ver: Is 41,21-29).



[1] . Jr 25,12; 29,10 y Dn 9,2 establecen la duración del exilio en setenta años.

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