Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
Lucas es el evangelista de la misericordia
de Dios. La misericordia se convierte en
curación en el milagro de los diez leprosos (17, 11-19); y deviene perdón en la
perícopa de Zaqueo (19, 1-10).¿ Dónde podemos encontrarnos, en nuestra propia
vida, con el Señor de la misericordia ? Con toda certeza Dios nos habla en
cualquier acontecimiento de nuestra existencia por simple y pequeño que sea.
Pero Jesús sale al encuentro de nuestra vida en dos momentos privilegiados. Se
nos manifiesta en el rostro de los pobres y, en la mirada adolorida de todo ser
humano; así nos lo da a entender la Parábola del Buen Samaritano (10, 25-37).
Se presenta en nuestra vida cada vez que celebramos la Eucaristía; así nos lo
describe la narración de los discípulos de Emaús (24, 13-35).
Comenzamos ahora la cuarta parte de nuestra
lectura. Vamos a intentar responder a una pregunta: ¿ Qué actitudes debemos
tener para ser capaces de experimentar la misericordia de Dios que sale a nuestro encuentro ?. Jesús
aparece continuamente en nuestra vida, pero para percibirlo como el Señor de la
misericordia son necesarias dos actitudes: La humildad y la oración.
Para explicar el sentido y significación de
lo oración hemos elegido el fragmento del "Buen ladrón" (23, 39-43).
Para comentar la actitud de la humildad leeremos la narración del "Fariseo
y el Publicano" (18, 9-14). Comenzaremos por este último episodio y
procederemos de la misma manera que en las otras narraciones.
1. Situación de la narración en
el conjunto del Evangelio.
Como hemos comentamos en la introducción
el evangelio se divide en tres grandes
bloques. La parábola del fariseo y el publicano (18, 9-14) está ubicada en la
tercera parte del evangelio, en el viaje de Jesús hacia Jerusalén. Durante esta
larga travesía; Jesús dedica su tiempo -principalmente- a dar enseñanza a sus
discípulos. Les habla de todos los elementos que deben integrar la vida
cristiana: La oración, la misericordia, la fe, la humildad, etc. Mediante su
Palabra, el Señor intenta modelar la figura del verdadero discípulo.
En esta parábola Jesús pretende inculcar a
sus seguidores una enseñanza básica: La humildad es la actitud humana que hace
posible experimentar la misericordia de Dios. El publicano es el prototipo de
persona humilde que sabe abrir su corazón a Dios y como consecuencia recibe del
Señor la misericordia convertida en perdón. El fariseo es el modelo del
orgulloso, de aquel que es incapaz de abrir su corazón a Dios y por lo tanto
impide que la misericordia cale en su
vida.
Antes de seguir adelante convendría
precisar, sucintamente, el significado del término "humildad". Muy a
menudo tenemos de la humildad una concepción errónea. Pensamos que ser humilde
consiste en tenerse a uno mismo por "poca cosa", o considerarse
siempre como alguien inferior a los demás. La humildad no es eso, es algo
completamente distinto.
La palabra "humildad" procede de
la raíz latina "humus, humilis" que significa "tierra".
Literalmente es humilde quien "tiene los pies en la tierra" o quien
"tiene los pies en el suelo"; es decir, aquel que es realista ante la
vida. Es humilde aquel que tiene la sana capacidad de verse a sí mismo tal como
es, que intenta contemplar a los demás tal como son, y que pretende ver la
realidad tal como se presenta.
La humildad, al implicar una actitud
realista ante nosotros mismos y ante la vida, es aquello que nos hace capaces
de transformar la realidad en la que estamos inmersos. El orgullo -lo contrario
a la humildad-, no es otra cosa que la de tener una actitud irreal ante la vida
que nos ha tocado vivir. Orgulloso es aquel que se niega a verse a sí mismo y a
las cosas como realmente son. Una actitud irreal ante la vida, impide siempre
la transformación de la vida misma y de las condiciones de existencia.
La narración que estamos estudiando está
inserta en el viaje de Jesús a Jerusalén, pero también se presenta rodeada de
toda una serie de episodios que nos permiten dibujar mejor los matices de la
humildad.
Un texto largo (17, 20-37) nos habla de la
pronta llegada del Reino de Dios. Aparecen, a continuación, toda una serie de
episodios presentando algunos personajes
que han rechazado, o aceptado, este Reino de Dios. Notemos que los personajes
pobres, pecadores y pequeños; aceptan y reciben el mensaje del Reino. La mujer
viuda (18, 1-8) modelo de mujer pobre y desvalida, recibe respuesta a su
requerimiento. El publicano (18, 9-14) ejemplo palpable de pecador, recibe el
perdón de Dios. Los niños (18, 15-17) paradigma de personas débiles e
indefensas, son los preferidos para entrar en el Reino. Todos esos personajes
son prototipos de humildad, de capacidad de tener el corazón abierto ante la
presencia de Dios.
En cambio aparecen en estos breves
episodios algunos personajes con el corazón impermeable a la misericordia de
Dios. El fariseo (18, 9-14), ejemplo elocuente de persona pagada de sí misma y
que no necesita al Dios de la misericordia para nada; el joven rico (18,
18-30), la persona con demasiado dinero en el bolsillo para perder el tiempo
pensando en la utopía del Reino.
Estos episodios nos permiten apuntar mejor
el sentido de la humildad presentado en nuestra narración. Por una parte la
humildad es la actitud interior de ser realista ante la situación de una mismo
y de los demás. Estos diversos personajes que rodean nuestro texto, nos hacen
ver que la humildad no se limita a una actitud interior, tiene también un
rostro visible externamente. Las personalidades humildes de esos pequeños
episodios (la viuda, el publicano, los niños) representan a los pobres y a los
débiles. Las personas orgullosas (el fariseo, el joven rico) representan a las
personas ricas y pagadas de si mismas.
" No podéis servir a Dios y al dinero " (16, 13) dice Jesús en
el evangelio. La humildad no es sólo una actitud interior de sano realismo; es además,
una actitud exterior que se manifiesta en la clara opción por los pobres y
necesitados.
Jesús, en un descanso del viaje a
Jerusalén, instruye a sus discípulos acerca
de la humildad dándoles una doble enseñanza: La humildad es una actitud
interior de realismo, pero que se manifiesta claramente en una vida de
austeridad y servicio a los pobres.
2. Lectura del texto. (Lc 18,
9-14).
A algunos que, pensando estar a bien con
Dios, se sentían seguros de sí y despreciaban
los demás, les dirigió esta parábola:
- Dos hombres subieron al Templo a orar.
Uno era fariseo y el otro publicano.
El fariseo se plantó y se puso a orar en
voz baja de esta manera: " Dios mío, te doy gracias de no ser como los
demás: ladrón, injusto o adúltero; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos
veces por semana y pago el diezmo de todo lo que gano ".
El publicano, en cambio, se quedó a
distancia y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; no hacía más que
darse golpes en el pecho diciendo: " ¡ Dios mío !, ten misericordia de
este pecador ".
Os digo que éste bajó a su casa a bien con
Dios y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se
humille, será ensalzado.
3. Elementos del Texto.
a. El Templo.
La ciudad de Jerusalén estaba presidida por
la magnificencia de su Templo, construido en la parte alta de la ciudad. La
edificación de tan inmenso edificio pasó por diversas etapas, cada una de ellas
muy significativa para la historia del pueblo judío.
El rey David proyectó construir un Templo
en honor del Señor, pero fue el mismo Dios quien, por boca del profeta Natán le
hizo desistir de tal propósito (2 Sm 7). Fue su hijo, Salomón, quien llevó a
término la edificación de la imponente casa de Dios, a la que trasladó el arca
de la Alianza (2 Sm 6-8).
La ciudad de Jerusalén y el Templo fueron
arrasados por Nabucodonosor en (587 a.C.). El pueblo, derrotado, fue conducido
al duro destierro de Babilonia. Entre las ruinas del Templo devastado se
celebran algunos actos cultuales y días
de ayuno, como insinúan los libros de Jeremías y Zacarías (Jr 41, 5; Zac 7,
1-7; 8, 19).
En el año (538 a.C.) Ciro, el Grande;
conquistó la ciudad de Babilonia y permitió a los judíos deportados regresar a
su patria. Allí, se afanaron en la reconstrucción del Templo que, finalmente,
fue consagrado en (515 a.C.) celebrándose de nuevo la fiesta de la Pascua.
Mucho más tarde Palestina sufrió la
opresión de los monarcas helenistas, contra los que se sublevaron los judíos
capitaneados por los hermanos Macabeos (167 a.C.). Los reyes invasores habían
profanado el Templo del Señor y éste tuvo que ser consagrado otra vez por los
judíos en (164 a.C.).
El Templo fue reformado en profundidad
durante el reinado de Herodes el Grande (37-4 a.C.). Este Templo tan
profusamente remozado por Herodes, fue el que contempló Jesús durante su vida
pública en Palestina. La magnificencia de este nuevo Templo fue efímera. Su
reconstrucción finalizó en el (64 d.C) y en el año (70 d.C.) el general romano
Tito conquistó Jerusalén y arrasó el Templo hasta sus cimientos.
El Templo de Jerusalén representaba, de una
manera objetiva y tangible, la presencia de Dios en medio de su pueblo. La
estructura de tan imponente edificio era
bastante compleja. La parte más importante era el "Sancta
Santorum", lo que diríamos la parte "más santa" del Templo. En
tiempos antiguos este recinto había albergado el Arca de la Alianza, pero al
ser arrasado el Templo por Nabucodonosor (587 a.C.), el Arca fue también
destruida. En tiempos de Jesús el "Sancta Sanctorum" estaba vacío.
Una vez al año penetraba en su interior el sumo sacerdote y, con voz
temblorosa, pronunciaba el nombre de Dios.
Las demás dependencias del Templo estaban
dispuestas en torno al "Sancta Sanctorum". Delante de él se situaba
el altar de los sacrificios y el altar del perfume. En esos dos altares los
judíos ofrecían sacrificios y ofrendas al Señor para implorar su perdón o pedir
su misericordia. El área alrededor del Templo estaba dividida en varios atrios:
de los sacerdotes, de los hombres y de las mujeres. Todo estaba precedido por
el atrio de los gentiles, que estaba rodeado de un pórtico. Finalmente, se
disponían alrededor del edificio todo un conjunto de comercios en los que podía
adquirirse cualquiera de los elementos precisos para el culto.
El Templo estaba dirigido por el "Sumo
Sacerdote" asistido por los miembros de la familia sacerdotal. Los
sacerdotes, agrupados en diversos turnos, eran los encargados de celebrar el culto.
Los levitas ayudaban en las prácticas cultuales, y se preocupaban de mantener
en orden las diversas funciones del Templo: Música, cantos, limpieza, orden
público, etc. Un grupo religioso judío,
los saduceos, estaba vinculado de manera preferente con la institución del
Templo. Sus miembros pertenecían a las familias más nobles y acaudaladas de
Jerusalén. Generalmente, el Sumo Sacerdote pertenecía a alguna familia saducea.
El fuerte poder económico de los saduceos hacía que, tuvieran escaso interés en
modificar las difíciles condiciones sociales y económicas de Palestina. Era un
grupo tendente a mantener inalterable el orden social establecido. Y como
disfrutaban de una vida tan próspera y acomodada en esta tierra, ponían en duda
la existencia de una vida futura.
De todo lo que podríamos decir acerca del
Templo lo más crucial es su significación para la religión israelita. El Templo
representaba el centro del judaísmo, el punto de mira hacia el que dirigía la
vista cualquier creyente de la religión de Moisés.
La centralidad del Templo radicaba en que
representaba, de un modo visible, la presencia misma de Dios en medio de su
pueblo. Por eso era el lugar en que, más genuinamente, se celebraba la liturgia
del Señor. Cada día se ofrecían holocaustos y sacrificios a Yahvé, se realizaba
la oración cotidiana y se quemaba incienso. Tres veces al año acudían los
judíos en peregrinación a la Casa del Señor. El acto cultual más significativo
era la fiesta de la Pascua; en ella los judíos recordaban la memorable ocasión
en que Dios les liberó de la esclavitud de Egipto con mano poderosa y brazo
extendido. También era el Templo lugar de instrucción y catequesis para los
fieles judíos.
Cuando el fariseo y el publicano van a orar
al Templo, no van a encontrarse con Dios en un lugar cualquiera. Presentan al
Señor su plegaria en el mismo ámbito de la presencia divina, en el lugar más
sagrado del judaísmo. Su plegaria ante el Señor tiene la connotación de que
quiere ser una oración realizada muy cerca de la presencia misma de Dios.
Atendiendo a la estructura del edificio, los dos hombres se hallarían
-probablemente- en el "Atrio de los Hombres". Lugar al que únicamente
tenían acceso los varones israelitas mayores de edad.
b. El Fariseo.
En el ambiente de la Palestina judía del
siglo I había una corriente de pensamiento religioso muy importante: la
Apocalíptica. Implicaba una determinada visión creyente de la realidad, que
estaba en la base del pensamiento de todos los grupos religiosos de la época. ¿
Qué es el pensamiento apocalíptico ?, intentemos explicarlo brevemente.
Las condiciones de vida en Israel durante
el siglo I eran bastante difíciles: La dominación romana, la presión de los
impuestos, las enfermedades incurables, la miseria, etc. Esta situación
generaba un ánimo de desesperación entre las gentes, que no veían salida a su
complejo estado de vida. Aquellos hombres quizás se hicieran esta reflexión:
" Hemos intentado cambiar la realidad, pero no lo hemos conseguido. Nuestra
capacidad humana para transformar la situación es insuficiente ". Y, tal
vez, llegarían a esta conclusión: " Sólo una intervención de Dios es capaz
de variar el orden actual de las cosas ".
Llegados a esta conclusión se harían esa
pregunta: Si sólamente Dios puede cambiar la realidad, entonces ¿ por qué no
actúa de una vez y cambia las cosas ?. Y se darían a sí mismos esta respuesta:
" Dios no actúa porque nosotros no se lo pedimos con suficiente
intensidad. Comencemos a realizar toda una serie de actividades cultuales y
ascéticas para atraer la atención de Dios y convencerle, para que envíe un
salvador ( el Mesías) e instaure su reino ( el Reino de Dios) ".
La Apocalíptica es aquella corriente religiosa que contempla la realidad
humana como algo completamente corrompido. Sólamente una directa intervención
de Dios puede transformar a la humanidad. Los adeptos al pensamiento
apocalíptico pensaban que debían convencer a Dios -mediante una vida de dura
ascética-, para que se dignara intervenir enviando un salvador e instaurando su
reino. Ellos mismos se creían personas especiales, los únicos capaces de
influir en el ánimo de Dios y convencerle para una actuación inmediata y
definitiva.
Los fariseos constituían un grupo religioso importante en la época de
Cristo, su espiritualidad se movía en el marco de la corriente apocalíptica.
Ellos observaban la corrupción galopante de la sociedad. No veían ninguna
salida a no ser una intervención directa de Dios en la historia humana. Los
fariseos intentaban convencer a Dios para que mandara un redentor. Lo hacían
con un método particular: el cumplimiento estricto y escrupuloso de las normas
legales.
La Ley básica de Israel se halla expresada
en los "Mandamientos" (Ex 20, 2-27; Dt 5, 6-21) y en los demás
códigos legislativos del AT: Código de la Alianza (Ex 21 - 23); Código
duteronómico (Dt 12-26); Ley de Santidad (Lv 17-26). Pero no quedaba otra
alternativa que la de ir adaptando los preceptos legales a las nuevas
situaciones de la vida. Por eso le Ley de Israel, relativamente breve, se fue
ampliando y ampliando hasta abarcar todos los ámbitos de la vida. El cuerpo de
leyes, en tiempos de Cristo había alcanzado proporciones enormes.
Conocer con detalle un cuerpo legal tan
amplio, no era tarea fácil. Los fariseos eran auténticos expertos en el
conocimiento de estas normas, y aprendían a aplicarlas hábilmente a cada
situación. Entre toda esta maraña de leyes diversas, los fariseos eran especialmente escrupulosos en
el cumplimiento de tres:
* La observancia meticulosa del sábado: Ese
día no se podía realizar trabajo alguno y; por ejemplo, estaba prohibido
encender fuego y caminar más allá de la distancia de un tiro de piedra.
* La ley de pureza en los alimentos y en
las relaciones con las personas y cosas: No debían tener ningún contacto con
personas desconocidas, tampoco podían tocar sangre y, estaban obligados a
lavarse continuamente las manos -así como ollas y pucheros- para purificarse
del posible contacto con cosas impuras.
* El pago escrupuloso de los diezmos en
todos aquellos artículos que mandaba la Ley: Estaban obligados a entregar el
diezmo hasta en cosas muy nimias, como son -a modo de ejemplo- la hierbabuena y
otras especies aromáticas.
Además de estos tres preceptos
fundamentales, añadían otras buenas acciones realizadas espontáneamente, como
el ayuno del lunes y del jueves, y diversas obras de caridad. Las obras de bien
debían igualar delante de Dios a las posibles faltas cometidas. La obsesión por
el cumplimiento preciso de los pormenores de Ley, daba lugar a que los fariseos
se "separaran" del resto de la gente. Precisamente ese es el
significado de la palabra "fariseo": "separado". Los
fariseos no eran personas malas. Tenían una buena intención: Intentar conseguir
mediante las obras ascéticas la pronta intervención de Dios. Entonces ¿ cuáles
son los puntos débiles de la espiritualidad farisea ?. Básicamente, son tres:
* La vida espiritual de un fariseo tiende a
ser preferentemente externa: Guardar el sábado, pagar los diezmos, lavarse
continuamente las manos.
* Conseguir llevar a cabo todas las
acciones externas que se proponía un fariseo, era tarea ardua. No todo el mundo
disponía del tiempo suficiente para escudriñar los entresijos de la Ley, ni del
suficiente nivel de vida para realizar actividades ascéticas tan complejas. Los
fariseos se creían superiores a los demás y, despreciaban al resto de la
población a la que tenían por inculta e impía.
* La negación de la propia responsabilidad.
Los fariseos observaban la miseria de la vida cotidiana, pero hacían poca cosa
para remediarla. La pobreza y la opresión de un pueblo no son producto de la
casualidad, sino que son el resultado de la injusticia. Los fariseos no se
esforzaban excesivamente por eliminarla, le pedían a Dios que interviniera y
que él pusiera remedio al dolor de los hombres. En definitiva, era una
espiritualidad que se evadía de la realidad del sufrimiento humano, y ponía la
solución, sólo, en la intervención divina. No se daban cuenta que Dios
interviene en la salvación del mundo mediante el ejercicio de la misericordia,
ejercida por las mismas personas que él ha creado.
c. El Publicano.
La Palestina que conoció Jesús estaba
sometida al dominio romano. El Imperio Romano respetó -generalmente- las
costumbres judías, pero exigía el pago
de unos impuestos muy elevados. Los altos impuestos cobrados por Roma sumían al
país en una situación de pobreza. Una parte de la población se hallaba sometida
a esclavitud con la finalidad de satisfacer las deudas. No es extraño que los
hombres empobrecidos, antes de caer en la esclavitud, intentaran vivir del
bandidaje.
Los publicanos eran los encargados de cobrar los impuestos.
Trabajaban en una oficina llamada "telonio" desde la que controlaban
la cobranza de las tasas. Además de cobrar los impuestos prescritos, los
publicanos -habitualmente- exigían a la gente más de lo debido con la finalidad
de enriquecerse a sí mismos. Contaban con el respaldo militar, con el que
podían extorsionar a las gentes. El deudor insolvente y su familia eran
vendidos como esclavos y así satisfacían la deuda.
El pueblo aborrecía a los publicanos por su
actitud -casi siempre- injusta. Eran considerados colaboracionistas del poder romano
y opresores del pueblo. Se les expulsaba de los ambientes judíos y de la
relación con el culto. No les estaba permitido participar en la liturgia
sinagogal, ni en las fiestas religiosas de la fe israelita.
Un publicano era pecador por un triple
motivo. Por una parte extorsionaba al pueblo cobrando impuestos excesivos, y
practicaba la injusticia sometiendo a la población insolvente a la esclavitud.
Por otra parte era un colaboracionista del poder romano, con lo que ayudaba a
la continua erosión y decaimiento de la fe judía. Finalmente los fariseos les
acusaban de algo muy grave: Gracias al cobro de impuestos realizado por los
publicanos se mantenía firme el poder romano en Palestina. La presencia de una
potencia extranjera en la tierra de Israel provocaba -según los fariseos-, que
a los ojos de Dios el país judío apareciera como un lugar impuro. Y por eso
Dios retrasaba el envío de un Mesías y la instauración de su Reino.
El pueblo sencillo odiaba los publicanos
por su injusticia. Los gobernantes y nacionalistas judíos les despreciaban por
su colaboracionismo con Roma. Las personas religiosas, los fariseos, les
consideraban pecadores porque su actitud impedía la llegada inminente del Reino
de Dios. Los publicanos se enriquecían con el dinero que usurpaban, pero
también experimentaban el odio de todos, y percibían la distancia que les
separaba de la bondad de Dios. A los publicanos no les quedaba otra alternativa
que relacionarse con personas de "su condición", gentes a las que los
dirigentes judíos consideraban -también- pecadores y despreciables. Observemos
que en el evangelio los "publicanos y los pecadores" son citados conjuntamente (5, 30; 7, 34; 15,
1).
c. Actitud del Fariseo.
Tanto el fariseo como el publicano se
dirigen al Templo a orar. En ese apartado no analizaremos directamente la
oración, sino que nos fijaremos en la actitud de humildad u orgullo de cada uno
de los personajes. La oración y su genuino significado, la comentaremos al
describir la narración del "Buen Ladrón" (23, 39-43).
El fariseo se pone de pie ante la presencia
de Dios y comienza a orar en voz baja. La actitud de su plegaria se caracteriza
por su autosuficiencia y se conduce en dos direcciones: Hacer notar las faltas
de los demás y destacar las obras de piedad externa que el mismo realiza.
* Autosuficiencia.
" Dios mío te doy gracias por no ser
como los demás ... ". Esta afirmación refleja un orgullo muy refinado,
podríamos parafrasearla diciendo: " Dios mío te doy gracias, porque yo mismo,
sin necesitarte a ti para nada, y únicamente con mi esfuerzo ascético personal,
he conseguido llegar a ser lo que soy ". Nos recuerda lo que decía, al
comienzo, nuestra perícopa: " A algunos que, pensando estar a bien con
Dios, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás ... "
(18, 9). Fariseo es aquella persona
que ha llegado a ser perfecta exteriormente, pero no se ha convertido
interiormente, que se ha pasado la vida
luchando por la perfección, sin buscar el deseo de la santidad.
* Las faltas de los demás.
La autosuficiencia engendra el orgullo e
impide la humildad. La conversión no es, sólo, fruto del esfuerzo humano, sino
que nace del corazón abierto a la fuerza de Dios. El orgullo del fariseo le
hace incapaz de mirarse a sí mismo y descubrir su propio pecado. Humilde es
aquella persona realista, que mirándose a sí misma es capaz de discernir
aquello de lo que debe convertirse y aquello en lo cual ha de aceptarse. El
fariseo no penetra en su propio interior.
Contempla a los otros como competidores en el camino de la perfección; y
los desprecia porque: son ladrones, adúlteros e injustos. Bien pagado de si
mismo, desprecia al publicano: " ... ni tampoco como ese recaudador
".
* Destaca las obras externas de piedad.
En lo concerniente a su espiritualidad
personal expresa únicamente dos acciones externas que, por otra parte, no son
las más importantes en la vivencia religiosa: " ayuno dos veces por semana
y pago el diezmo de todo lo que gano ". Este hombre cumple bien, y con
escrupulosidad, los pormenores de la Ley. ¿ Dónde queda, en la vida de este
fariseo, el esfuerzo por la misericordia y el trabajo por la justicia ?.
El fariseo es incapaz de mirarse
interiormente y contemplarse a los ojos de Dios. Es incapaz de discernir en sí
mismo aquello de lo que debe convertirse y comprender aquello en lo que debe
aceptarse. Lucha por la perfección pero su corazón está cerrado a la
misericordia de Dios. El, con su sola fuerza piensa que ha logrado la
perfección y desprecia a los imperfectos.
d. Actitud del Publicano.
Las palabras y acciones del publicano son
más escuetas pero más elocuentes que las del fariseo.
* " ... se quedó a cierta distancia y
no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; no hacía más que darse golpes en
el pecho ... ".
Se muestra, en sus gestos, consciente de
su culpabilidad personal. Darse golpes de pecho denotaba el sentido de
responsabilidad ante el mal causado. No atreverse a levantar los ojos, indica
que aquel hombre se toma en serio a Dios. Sabe que Dios le mira y le observa.
Dios ha visto las injusticias que como recaudador, quizás, haya cometido entre
las gentes de su pueblo. El publicano no rehuye su responsabilidad personal
frente a la situación de dolor que el sistema impositivo ha generado en todo
Israel.
* " ... ¡ Dios mío ! ... ".
La traducción de los textos bíblicos nunca es fácil. Algunas
versiones nos ponen las palabras del publicano entre signos de admiración ( ¡
Dios mío ! ), mientras que no los utilizan al referirse al fariseo ( Dios mío
). Los signos ortográficos de admiración matizan mucho el sentido y la fuerza
de las palabras. Cuando el fariseo dice " Dios mío " su expresión parece rutinaria y sin
dar a Dios la importancia debida. Al decir el publicano " ¡ Dios mío !
", lo que hace es dar un fuerte grito. Un grito no es rutinario, implica
que la situación nos impone respeto. El publicano siente respeto y miedo ante
Dios, sabe que Dios no permanece indiferente ante el mal que causamos culpablemente
los hombres.
* " ... ten misericordia de este
pecador ".
El publicano observa el interior de su vida
y se descubre como pecador. Seguramente al abrir su corazón a su propia mirada
descubre un pecado muy profundo: el cobro de impuestos desorbitados, el uso de
la fuerza para extorsionar al débil. La situación de país conquistado soportada
por los judíos, toleraba la injusticia de los publicanos. Las leyes humanas
justificaban el proceder de los recaudadores, pero el publicano sabe que su proceder
-ante Dios- no tiene justificación alguna.
A lo largo de su oración ha hecho lo único
realmente importante: abrir su corazón. Darse cuenta de aquellas cosas de su
vida necesitadas de conversión. Pide a Dios lo único capaz de cambiar radicalmente
su existencia, que no es otra cosa sino la misma misericordia de Dios. Al igual
que Zaqueo el publicano, nuestro personaje no
puede por sí solo romper el círculo vicioso en que se encuentra;
necesita abrir su corazón a Dios y que él intervenga.
e. Respuesta de Jesús.
El publicano volvió a su casa a bien con
Dios, y el fariseo no; con estas palabras responde Jesús al auditorio que al
comienzo le había increpado. Seguidamente Jesús, utilizando un proverbio, da
razón de su respuesta: " Porque todo el que se enaltece, será humillado; y
el que se humille será enaltecido ".
Nadie que no esté dispuesto a abrir el
corazón a Dios puede recibir su misericordia. La gracia de Dios no suple la
responsabilidad humana. Dios siempre está a nuestro lado dispuesto a verter su
misericordia en nuestra vida, pero de nosotros depende abrir confiadamente
nuestro corazón a su palabra. Eso significa " el que se humilla será
ensalzado ", el que abre su vida sinceramente ante Dios, recibe su perdón,
y el perdón posibilita la vivencia de una existencia convertida. La expresión
" el que se ensalza será humillado " denota a aquella persona que
vive cerrada, tanto en sí misma como respecto de Dios. En ese caso la
misericordia y el perdón de Dios no pueden alcanzar el hondón de su vida, no
experimenta el perdón de Dios y como consecuencia no puede convertirse, su vida
siempre es una vida disminuida.
4. Síntesis final.
El Señor de la misericordia sale al
encuentro de nuestra vida en dos momentos especialmente importantes: Cuando
celebramos la Eucaristía y cuando nos encontramos con el rostro sufriente de
los pobres. Para poder percibir a Jesús en esos dos momentos cruciales es
necesario contemplar la realidad con los ojos del corazón: la humildad y la
plegaria. Unicamente un corazón humilde y orante, descubre la presencia del
Señor entre los pobres y en el seno de la comunidad cristiana.
La parábola del fariseo y el publicano
pretende enseñarnos la naturaleza de la humildad cristiana. La humildad es la
virtud de ser realista ante la vida que nos ha tocado vivir. Humilde es aquel
que tiene los pies en el suelo. Humilde es aquel que mirándose a sí mismo se ve
tal cual es, que contempla a los demás tal como son, y que intenta observar el
mundo como realmente se presenta.
Ciertamente la humildad es la virtud interior de ser realista ante la
vida, pero no se limita a eso. La humildad de nuestra vida solamente crece y se
desarrolla, cuando estamos en contacto con los pobres y débiles de nuestro
mundo. Ellos nos hacen tener los pies en suelo y ser realistas ante la vida.
La verdadera humildad es lo único que
permite el crecimiento personal. Cuando la persona humilde contempla la
interioridad de su vida descubre siempre dos cosas: Aquellas cosas de las
cuales debe convertirse y aquellas cosas en las cuales debe aceptarse. En definitiva ser humilde es ser sabio. Es
ver aquello en que me he de aceptar y aquello en que debo convertirme. Cuando
nos hemos dado cuenta de eso, nuestro corazón está ya abierto a Dios y presto a
participar de su ternura María es el
modelo de humildad ante el Señor. Ella, mejor que nadie, nos ha mostrado la
realidad de un corazón abierto ante Dios. Un corazón humilde, pobre y sabio:
Las entrañas en las que el Todopoderoso ha engendrado su ternura.
Lo opuesto a la humildad es el orgullo. Ser
orgulloso es sinónimo de ser necio. Implica tomar una actitud irreal ente la
vida, y pasar toda la existencia sin llegar a conocerse ni a sí mismo ni a los
demás. Y esto, tristemente, cierra nuestro corazón a la llamada del Dios de la
misericordia.
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