Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
Como acabamos de escuchar en el Evangelio, Jesús explicó
una parábola para “enseñar que hay que orar siempre, sin perder nunca la esperanza”.
La oración no es un adorno, ni un complemento de la vida cristiana. La oración teje nuestra amistad con Jesús, y nos impulsa a practicar la
misericordia con el prójimo en una sociedad tan falta de ternura.
La oración
presenta muchos aspectos, pero uno de los más relevantes es el de la acción de
gracias. Muy a menudo pensamos que lo más importante en la vida cristiana es lo
que nosotros podemos hacer por Dios, pero cuando escuchamos la Biblia y
contemplamos nuestra vida, descubrimos que lo más importante no es lo que nosotros
podemos hacer por Dios, descubrimos que lo más importante es lo que Dios, con
frecuencia escondido tras el rostro de los hermanos, ha hecho por nosotros. Cuando
nos hacemos conscientes de lo que Dios ha hecho por nosotros, la oración se
convierte en acción de gracias al Señor.
Como le pasó a Josué, que hemos escuchado en
la primera lectura, descubrimos que nuestros triunfos son obra del Señor que
actúa en nuestro mundo a través de nuestras manos. Cuando la oración llega a
ser acción de gracias, descubrimos que la adversidad, como recalca con tanta
intensidad el libro de Job, puede ser la ocasión que Dios nos da para madurar
como personas. Cuando la oración se convierte en acción de gracias, entendemos,
como decía el profeta Eliseo, que en la vida sencilla late la presencia de Dios que nos guía. La oración
agradecida nos recuerda que nuestra vida reposa en las buenas manos de Dios, y
que ninguna adversidad, por dura que sea, nos podrá separar del amor del Señor.
Aunque el agradecimiento
sea el núcleo de la oración, el evangelio de hoy subraya que debemos insistir
en la oración para pedir al Señor lo que necesitamos para la vida cristiana.
Notemos este detalle, no insistimos en la oración para pedir a Dios lo que nos
conviene para una vida mundana, como pueden ser el dinero y el poder, o el
prestigio social. En la oración, pedimos lo que Dios nos puede y quiere dar; es
decir, pedimos a Dios que nos dé la fuerza para vivir las bienaventuranzas del evangelio:
solidaridad, humildad, misericordia, deseo de justicia, sinceridad, lucha por
la paz.
Surge aquí una
pregunta; si Dios ya sabe qué necesitamos, por ejemplo, la misericordia para
vivir la vida cristiana; ¿por qué no nos la da directamente?, ¿por qué quiere
que se la pidamos con tanta insistencia, como hacía la viuda del evangelio ante
el juez? La Sagrada Escritura nos ofrece la respuesta. Dios quiere que le pidamos,
por ejemplo, la capacidad de ser misericordiosos, para que cuando la pedimos nos preparemos humanamente para recibir la gracia de Dios que nos permitirá vivir
la misericordia con nuestro prójimo. La oración de petición prepara nuestras
capacidades humanas para poder recibir con provecho los dones que Dios nos ofrece;
cuando insistimos en la oración pidiendo a Dios que nos haga luchadores por la
justicia, estamos disponiendo nuestras cualidades humanas para recibir el don
de Dios que nos hará testigos del evangelio en el mundo.
La oración
constante y agradecida forja la fe verdadera, la fe que Jesús querría encontrar
en la tierra. Como dice san Pablo a los gálatas, la fe verdadera no se reduce a
la creencia en una mano poderosa; la fe verdadera es aquella que toma el aspecto
de la caridad. En esta Eucaristía, pidamos al Señor que nos dé la fe que trasluce
el amor para poder sembrar la esperanza en el corazón de la humanidad, tan
necesitada de ternura y de misericordia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario