lunes, 21 de noviembre de 2016

¿QUÉ ES LA PLEGARIA?


                                                 Francesc Ramis Darder
                                                 bibliayoriente.blogspot.com



Como acabamos de escuchar en el Evangelio, Jesús explicó una parábola para “enseñar que hay que orar siempre, sin perder nunca la esperanza”. La oración no es un adorno, ni un complemento de la vida cristiana. La oración teje nuestra amistad con Jesús, y nos impulsa a practicar la misericordia con el prójimo en una sociedad tan falta de ternura.

    La oración presenta muchos aspectos, pero uno de los más relevantes es el de la acción de gracias. Muy a menudo pensamos que lo más importante en la vida cristiana es lo que nosotros podemos hacer por Dios, pero cuando escuchamos la Biblia y contemplamos nuestra vida, descubrimos que lo más importante no es lo que nosotros podemos hacer por Dios, descubrimos que lo más importante es lo que Dios, con frecuencia escondido tras el rostro de los hermanos, ha hecho por nosotros. Cuando nos hacemos conscientes de lo que Dios ha hecho por nosotros, la oración se convierte en acción de gracias al Señor.

    Como le pasó a Josué, que hemos escuchado en la primera lectura, descubrimos que nuestros triunfos son obra del Señor que actúa en nuestro mundo a través de nuestras manos. Cuando la oración llega a ser acción de gracias, descubrimos que la adversidad, como recalca con tanta intensidad el libro de Job, puede ser la ocasión que Dios nos da para madurar como personas. Cuando la oración se convierte en acción de gracias, entendemos, como decía el profeta Eliseo, que en la vida sencilla late la presencia de Dios que nos guía. La oración agradecida nos recuerda que nuestra vida reposa en las buenas manos de Dios, y que ninguna adversidad, por dura que sea, nos podrá separar del amor del Señor.

    Aunque el agradecimiento sea el núcleo de la oración, el evangelio de hoy subraya que debemos insistir en la oración para pedir al Señor lo que necesitamos para la vida cristiana. Notemos este detalle, no insistimos en la oración para pedir a Dios lo que nos conviene para una vida mundana, como pueden ser el dinero y el poder, o el prestigio social. En la oración, pedimos lo que Dios nos puede y quiere dar; es decir, pedimos a Dios que nos dé la fuerza para vivir las bienaventuranzas del evangelio: solidaridad, humildad, misericordia, deseo de justicia, sinceridad, lucha por la paz.

    Surge aquí una pregunta; si Dios ya sabe qué necesitamos, por ejemplo, la misericordia para vivir la vida cristiana; ¿por qué no nos la da directamente?, ¿por qué quiere que se la pidamos con tanta insistencia, como hacía la viuda del evangelio ante el juez? La Sagrada Escritura nos ofrece la respuesta. Dios quiere que le pidamos, por ejemplo, la capacidad de ser misericordiosos, para que cuando la pedimos nos preparemos humanamente para recibir la gracia de Dios que nos permitirá vivir la misericordia con nuestro prójimo. La oración de petición prepara nuestras capacidades humanas para poder recibir con provecho los dones que Dios nos ofrece; cuando insistimos en la oración pidiendo a Dios que nos haga luchadores por la justicia, estamos disponiendo nuestras cualidades humanas para recibir el don de Dios que nos hará testigos del evangelio en el mundo.


    La oración constante y agradecida forja la fe verdadera, la fe que Jesús querría encontrar en la tierra. Como dice san Pablo a los gálatas, la fe verdadera no se reduce a la creencia en una mano poderosa; la fe verdadera es aquella que toma el aspecto de la caridad. En esta Eucaristía, pidamos al Señor que nos dé la fe que trasluce el amor para poder sembrar la esperanza en el corazón de la humanidad, tan necesitada de ternura y de misericordia.               

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