Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
Como señalan los investigadores, los rigores climáticos
de la última glaciación (ca. 10.000) fueron menos intensos en Mesopotamia que en
otras regiones del planeta. Además, las variedades vegetales que posteriormente
fueron el eje de la agricultura, la cebada y el trigo, brotaban espontáneamente
en tierras mesopotámicas. Algo análogo ocurría con los animales que después
fueron la base de la ganadería; allí abundaban en estado salvaje ovejas,
cabras, vacas, cerdos y camellos. Como hemos señalado, el cauce del Eúfrates y
el Tigris junto a sus respectivos afluentes confería al territorio una gran
feracidad; mientras las montañas y desiertos que rodeaban la región parecían
protegerla de adversarios exteriores. La bonanza climática, la abundancia de
especies, la fertilidad del terreno y la protección de las montañas y desiertos
parecían favorecer espontáneamente el nacimiento de la civilización humana en
la región; de ahí nacía, entre otros motivos, el aspecto paradisíaco que los
antiguos conferían a la tierra entre ríos. Sin embargo, la benignidad de la
zona presentaba, a modo de contraste, varias adversidades que el ser humano
debió controlar con esfuerzo para sembrar y acrecer la semilla de la
civilización.
El caudal del
Eúfrates y el Tigris fertilizaba las tierras adyacentes. Ahora bien, ambos ríos
surcaban un largo recorrido, a lo largo del cual iban depositando sobre el
terreno las sales minerales que trasportaban desde los Montes de Armenia. Las
sales disminuían la fertilidad del suelo; por eso, muy a menudo, el agricultor
debía drenar los suelos y el cauce de los ríos para posibilitar la fertilidad
del suelo. El terreno llano por donde fluían los dos grandes ríos en el último
tramo favorecía la frecuente alteración del cauce fluvial; acontecía, con
relativa frecuencia, que el desplazamiento de un cauce destruyera extensas
zonas de cultivo, y convirtiera en estéril el trabajo de una aldea durante
muchas generaciones. Por si fuera poco, los ríos tendían a desbordarse en
algunos tramos, anegaban en exceso el terreno y arruinaban las cosechas. La
frecuencia de las inundaciones provocadas por el desbordamiento de los ríos
alentó el nacimiento de leyendas sobre grandes diluvios, que recogió la
literatura mesopotámica y más tarde asimiló la Biblia. Con intención sacar
rédito al caudal fluvial, las culturas mesopotámicas desarrollaron una intensa
política hidráulica para aprovechar el valor ecológico de la región; así la
región se pobló de presas, acueductos, embalses y canales de agua. Sin duda, el
pretendido “paraíso natural” requirió del gran esfuerzo de sus habitantes para
convertirse en cuna de la civilización humana.
Como hemos mencionado,
el Eúfrates y el Tigris en tiempos antiguos desembocaban separados en el Golfo
Pérsico, actualmente lo hacen juntos; según algunos comentaristas, el cambio
obedece a motivos geológicos. Mesopotamia reposa sobre una placa tectónica que
se alza lentamente por la zona sur del territorio. El levantamiento provoca, en
la región del Golfo, el desplazamiento hacia el sureste de la línea de costa;
mientras origina terremotos en los Montes de Armenia y la cordillera de los
Zagros, al norte y al este. El alejamiento de la línea de costa, acrecentado
por el sedimento dejado por los ríos, provocaba que las ciudades portuarias,
levantadas junto al mar, tuvieran que abandonarse al ir quedando lejos del
litoral. Los seísmos que arrasaban zonas de Armenia y los Zagros destruían
aldeas, alteraban el curso de los ríos, y perturbaban las vías de comunicación.
Utilizando el lenguaje bíblico, el aparente “paraíso”, eco de la feracidad del
terreno, muchas veces se convertía en tierra de “espinas y abrojos”, símbolo de
los desastres naturales que diezmaban la región (Gn 3……..).
Las montañas y
desiertos que circundaban la zona entre ríos parecían guarnecerla; semejaban la
muralla que defendía la zona fértil del peligro extranjero. Sin embargo, las
áreas montañosas también constituían la mejor plataforma para que los enemigos
pudieran otear la región y saquear sus riquezas. Las invasiones que sufrió
Mesopotamia llegaron desde el Taurus después de atravesar Anatolia y Siria, en
el noroeste; también lo hicieron a través de los Montes de Armenia, en el
norte; y por el este cruzando los Zagros, desde la tierra de Elam, el nombre
antiguo de la actual meseta irania. Con intención de salvaguardar su
integridad, las sucesivas culturas mesopotámicas auspiciaron la política
militar para protegerse o intentar dominar al enemigo extranjero; por eso las
regiones norteñas testimonian la presencia de extensos muros para contener las
invasiones, mientras las ciudades importantes sobresalen por la solidez de sus
murallas y baluartes.
Aunque
existieran plantas silvestres y animales salvajes que propiciaron el nacimiento
de la agricultura y la ganadería, su domesticación constituyó una ardua tarea
para el ser humano. Los sucesivos cruces entre especies para obtener vegetales
rentables o animales eficientes, supuso una tarea de milenios, no exenta de
dificultades. Como hemos señalado, la carencia de minerales metálicos y piedra
para la construcción implicó la necesidad de abrir caminos hacia el exterior;
de ahí nacieron rutas caravaneras que bordeaban el desierto y cruzaban las
montañas, o los astilleros para construir navíos que zarparan del Golfo, o
pequeñas embarcaciones para navegar por los ríos en ambas direcciones.
La región
mesopotámica requirió un ímprobo esfuerzo humano para convertirse en un foco de
la civilización; pero fue precisamente la intensidad y necesidad de tal
esfuerzo el agente que engendró la civilización humana. Los sumerios, acadios,
asirios y babilonios constituyeron las sucesivas culturas que guiaron la
civilización Mesopotamia. Cada cultura fundamentó su liderazgo, con diversos
matices, sobre cuatro pilares: la política hidráulica que mantuvo el valor
ecológico de la zona, el empeño en la defensa militar del territorio, el
trazado de vías de comunicación para favorecer el indispensable comercio
exterior, y el establecimiento de caminos interiores para propiciar el
intercambio cultural entre quienes poblaban Mesopotamia.
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