Francesc Ramis Darder
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Sargón de Akkad
(2335-2279 a.C.).
El futuro rey Sargón comenzó siendo un
funcionario importante, “copero mayor”, de la corte de Ur-Zababa, rey de Kish;
la ciudad de Kish constituía, en tiempos antiguos, el límite entre el centro,
de población acadia, y el sur, sumerio. Valiéndose de intrigas palaciegas, el
“copero mayor” destronó a Ur-Zababa y se proclamó “Rey de Kish”. Con intención
de subrayar la autoridad de la nueva realeza se hizo llamar “Sargón”, apelativo
que significa “el rey auténtico”, e hizo construir una nueva capital que llamó
“Akkad”, situada probablemente al sureste de Kish, ciudad que también remozó en
profundidad; desde entonces, también fue conocido como “Rey de Akkad”. Atento
al predominio acadio que existía en Sumer, decidió tomar posesión de las ciudades
sumerias. Derrotó a Lugalzagesi y sometió a los soberanos de otras ciudades; si
un monarca le juraba sumisión, le permitía administrar la urbe bajo supervisión
acadia, en caso contrario designaba un gobernador acadio. La antigua realeza sumeria,
arraigada en cada ciudad y caracterizada por el tomo administrativo y
sacerdotal del monarca, sucumbió ante la irrupción de la monarquía acadia, de
cariz conquistador, heroico y guerrero; pues las tropas sumerias, reclutadas
entre campesinos, cayeron bajo el ejército profesional de Sargón. No obstante,
los reyes sumerios leales a Sargón mantuvieron la corona, pero sometidos a la
autoridad del soberano acadio; así el abolengo de Sumer quedó subsumido por el
poder de Akkad para conformar el “País de Sumer y Akkad” regido por Sargón
desde la nueva capital, Akkad. Mientras los antiguos gobernantes sumerios
asentaban su poder sobre la administración de las actividades agropecuarias y
el culto en los templos, la monarquía acadia forjaba su solvencia sobre
productos de prestigio, principalmente oro y plata, rapiñado a otros pueblos o
exigidos por tributo para costear un ejército fuerte y mantener la gestión
hidráulica sobre la región. Por eso, aunque el rey acadio erigiera templos y
emprendiera obras hidráulicas, como hacían los monarcas sumerios, las
inscripciones reseñan, sobre todo, las batallas en que “el rey auténtico”
abatía cualquier rival.
Como toda monarquía antigua, Sargón entendió
que su realeza gozaba del beneplácito divino. Desde esta percepción y ahondando
en el proceso de “aculturación mutua”, procuró que su corona estuviera
ratificada por las deidades sumerias; por eso se proclamó “Ungido de An”, dios
sumerio del firmamento, y “Siervo de Enlil”, divinidad sumeria del aire,
metáfora de la vida. También se procuró exigió el reconocimiento de los
sacerdotes de Nippur, sede del Ekur, morada de Enlil, requisito necesario para
empuñar el cetro de Sumer. Nombró a su hija, Enheduanna, gran sacerdotisa del
dios lunar, Nanna-Sin, en la ciudad de Ur. La sacerdotisa escribió himnos en
sumerio para encomiar la reconstrucción de santuarios urbanos; vinculó su vida
al destino de la ciudad, pues, como señala la leyenda, cuando Ur fue atacada,
quedó muda, pero al retirarse el enemigo, recuperó el habla.
Cuando Sargón asumió el trono, entendió que
Akkad y las regiones sometidas constituían el centro del mundo, y encuadró al
resto de la humanidad en la categoría de “extraños” que, ajenos a su autoridad
y aún por civilizar, podían ser conquistados; por esa razón, Sargón no se conformó
con ser “Rey de Sumer y Akkad”. Adoptando la ideología del “dominio universal”,
persiguió el control del mundo entero que, desde su perspectiva, abrazaba
Mesopotamia y las regiones con las que comerciaba. Así se proclamó “Rey de las
Cuatro Regiones del Mundo”; es decir, “desde el Mar Superior (Mar Mediterráneo)
hasta el Mar Inferior (Golfo Pérsico), y desde la Montaña de los Cedros (Montes
Amano), hasta la Montaña de la Plata (Cordillera del Taurus).
Conviene precisar que Sargón no llegó a
conquistar todas estas tierras, pues las dificultades logísticas y
administrativas impedían tal proeza. Detentó el dominio de Sumer y Akkad, pero
respecto a las otras regiones ejerció un dominio más bien simbólico, expresado mediante
la erección de “estelas” que subrayaban su autoridad, o con el rito de “lavar
las armas en el mar”, señal de que sus emisarios o comerciantes habían
alcanzado la costa; otras veces recibía el homenaje de ciudades importantes
como Assur, Nínive y Mari, mientras que en otras zonas, como la región de Susa
en Elam, al este, o Subartu, al norte, estableció una exigua presencia militar
o envió gobernadores; a través de las Montañas de la Plata parece que puso el
pie en Anatolia. La capital, Akkad, recibía y distribuía las riquezas que,
procedentes de tributos, rapiña, e intercambios comerciales, llegaban de distintas
regiones; en vida de Sargón las riquezas procedían incluso de Dilmun y Barhein,
los actuales Barehin y Omán, o de Meluja, situada en el valle del Indo.
Sin duda, Sargón había enhebrado el primer
imperio de la historia mesopotámica; de ahí que después de su muerte, su vida
entrara en la leyenda. Siglos más tarde, cuando un emperador ciñó la corona de
Asiria, se hizo llamar Sargón, en este caso Sargón II, para emular la gloria de
Sargón de Akkad. Cuando Sargón II asumió la corona, los escribas asirios
compusieron la “Leyenda de Sargón de Akkad” para envolver la vida de Sargón I
en el nimbo del designio divino; de ese modo el emperador asirio, Sargón II,
también entraba en la historia como el “rey auténtico” cuyo cetro imitaría el
aura de su antecesor homónimo.
A pesar de su grandeza, la debilidad del
imperio de Sargón de Akkad radicaba en la falta de unidad administrativa y
jurídica; pues las diversas regiones, (Akkad, Sumer, y los territorios que
pudiera conquistar), solo estaban unificadas por el poderío militar del rey.
Por eso, al final de su reinado estallaron rebeliones en Sumer, y aconteció un
ataque desde el norte, la región de Subartu. Cuando murió Sargón, le sucedió su
hijo Rimush (2278-2270 a.C.); el nuevo rey sofocó las revueltas. Cuando murió
en una conjura palaciega, su hermano Manishtusu empuñó el cetro (2269-2255
a.C.). Constituyó la región de Sumer como provincia imperial, gobernada por
funcionarios acadios desde la ciudad sumeria de Lagash, capital de territorio; tal
sumisión engendró el malestar entre los sumerios. En la región de Akkad,
distribuyó tierras entre los cortesanos adictos, provocando el descontento
entre los antiguos propietarios legítimos. Batalló contra Elam; y su escuadra surcó
el Golfo Pérsico hasta alcanzar la Montaña de la Piedra Negra, en el actual
Omán, y la Montaña de la Plata en la región sur de Elam. Una conjura de los
nobles, quizá dolidos por el desigual reparto de tierras, acabó con la vida de
Manishtusu.
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