Como expone el evangelio, Jesús, junto al lago de Galilea, proclamó las Bienaventuranzas;
el programa de vida que propone a todos los cristianos. La primera bienaventuranza,
eje de todo el discurso, dice: “Bienaventurados los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el Reino de los cielos”; otra traducción, algo más actualizada,
diría: “Bienaventurados los que comprometen su vida en favor de los pobres, porque
estos tienen a Dios por Rey”. En esta frase, Jesús nos dice: si quieres ser mi
discípulo, lo primero que tienes que hacer es preocuparte por las personas que
padecen el dolor y la pobreza, estos son tus primeros hermanos. Y añadiría
Jesús, en la medida que entregues la vida para redimir el sufrimiento humano,
descubrirás que Dios es el verdadero rey de tu vida, y experimentarás el Reino
de Dios, es decir, aprenderás a vivir amando, porque vivir amando es el Reino
de Dios.
Pero Jesús no se limitó a exponer
una idea general, enseñó a los discípulos la manera de ponerla en práctica. Lo
hizo anunciando las siete bienaventuranzas que aparecen después de la primera
que hemos leído. Cada una explica un consejo de Jesús para comprometer la vida
al servicio de los pobres. Primer consejo: sé humilde; la humildad no consiste
en recorrer la vida teniéndonos en nada, nadie es poca cosa, todos somos hijos
de Dios; la humildad implica el esfuerzo para desarrollar nuestras cualidades, y
el empuje para controlar nuestros defectos; solo así gozaremos de felicidad y haremos
el bien a los que nos rodean. Segundo consejo: “Bienaventurados los que lloran”;
quiere decir, entre otros aspectos, “tener como nuestra la lágrima del padecimiento
de nuestro hermano”; en lenguaje actual equivale a decir, sé solidario con el
prójimo. Tercer consejo: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de
justicia”; los antiguos hebreos indicaban con esta frase la identidad de los
profetas; así nos dice Jesús: sé un profeta. Un profeta no es el que adivina el
futuro; un profeta es el que, con lo que piensa, dice y hace, da testimonio del
evangelio; empleando el lenguaje actual, diría Jesús, sé un cristiano consecuente
con lo que crees. Cuarto consejo: actúa siempre con misericordia; pon en práctica
las obras de misericordia: da de comer a quien tiene hambre, de beber a quien tiene
sed, visita a los encarcelados, etc. Quinto consejo: “Bienaventurados los
limpios de corazón”; dicho en lenguaje moderno, procura ser una persona sincera,
de fiar, no engañes a nadie, actúa con transparencia. El sexto y el séptimo,
referentes a la paz y la justicia, van juntos; como dice el santo padre, quieren
dir: esfuérzate para construir aquella paz que brota cuando existe justicia
social para todo el mundo. He aquí los siete consejos de Jesús para edificar el
Reino de Dios: humildad, solidaridad, coherencia, misericordia, sinceridad y lucha
por la paz y la justicia.
Jesús añade una novena bienaventuranza
para que midamos la intensidad de nuestro compromiso: “Dichosos vosotros cuando,
por mi causa, os denigrarán y perseguirán”. Un cristiano no puede ser, como dicen
hoy, una persona políticamente correcta; sino que su forma de vivir tiene que
constituir una denuncia contra la injusticia y la superficialidad, tan instaladas
en nuestra sociedad; por eso el cristiano será perseguido. El proyecto de Jesús
solo va adelante con la misma fuerza que Él nos da. Por ello, las antiguas ediciones
de la Biblia imprimían las Bienaventuranzas en la página izquierda, y el Padrenuestro
en la derecha, así, cuando la Biblia se cerraba las páginas se besaban. Y es
verdad, a medida que vivimos las Bienaventuranzas, página de la izquierda, nos damos
cuenta de que Dios es el Padre bueno, el del Padrenuestro, que nos ama; y a medida
que rezamos el Padrenuestro, página de la derecha, adquirimos la fuerza del Señor
para vivir las Bienaventuranzas. En esta Eucaristía, pidamos al Señor que nos
transforme en testigos fieles de su misericordia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario