sábado, 16 de marzo de 2013

¿QUIÉN ES EL APÓSTOL PEDRO?

                                                                                         Francesc Ramis Darder


     El lago de Genesaret es una de las regiones bellas de Palestina. Situado en Galilea, se caracteriza por su abundante pesca. Sus riberas, en tiempo de Cristo, gozaban de una actividad económica y urbanística en expansión. El rey Herodes (36-4 aC.) edificó a orillas del lago la ciudad de Tiberias que, junto a Bersaida y Magdala, conferían al entorno un ambiente cosmopolita. La pesca era abundante frente a la ciudad de Cafarnaún que en la época de Jesús disponía de aduana, sinagoga, y guarnición militar.

      Jesús inició su ministerio predicando en la sinagoga de Nazaret de Galilea (Lc 4, 16-30). Después bajó a Cafarnaún donde enseñaba el sábado en la sinagoga y curaba a los enfermos (Lc 4, 31-37). La fama de Jesús se extendió por toda Galilea. La gente le buscaba y deseaba retenerlo.

    En una ocasión, Jesús se hallaba junto al lago, mientras la muchedumbre le rodeaba para escuchar la Palabra. Vio dos barcas amarradas junto al agua, los pescadores habían bajado y remendaban las redes. Jesús subió a la barca de Simón y le pidió que la apartara un poco de tierra, se sentó e instruía a la gente desde la barca (Lc 5, 1-3). Cuando acabó de hablar, Jesús se dirigió a Simón y le llamó para que fuera discípulo suyo. Veamos el proceso de la vocación de Simón con el que se convirtió en un fiel seguidor de Jesús.


A. Jesús llama personalmente a Simón (Lc 5, 1-11).

     Jesús y Simón se conocían. Jesús había estado en su casa para curar a su suegra (Lc 4, 38-39). Simón debía admirar los prodigios de Jesús y la ternura de sus palabras. Jesús y Simón se conocían, pero no contemplaban la realidad de la misma manera. Para Jesús, Simón puede convertirse en discípulo, “pescador de hombres” en favor del Reino de Dios (cf. Lc 5, 11). Desde la perspectiva de Simón, Jesús es un Maestro al que admira, pero con quien aún no sabe bien como comprometer del todo la vida (cf. Lc 5, 5).

     Jesús toma la iniciativa y llama a Simón. Siempre es el Señor quien se adelanta a llamarnos y amarnos. Dice a Simón: “Rema mar adentro y echad vuestras redes para pescar” (Lc 5, 4). La expresión “rema mar adentro” significa para un pescador volver otra vez al lago para buscar un lugar mejor para pescar, pero en labios de Jesús adquiere una connotación más profunda.

     La locución “adentro” aparece dos veces en el evangelio de Lucas (Lc 5, 3.4). La primera acontece, cuando “Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que la hiciese ir un poco más adentro respecto de la tierra, se sentó y desde la barca enseñaba a las multitudes” (Lc 5, 3). Jesús desde la barca mira a la muchedumbre y anuncia el Reino. La segunda vez dice a Simón “rema mar adentro” (Lc 5, 4). La primera vez Jesús ha ido “adentro” en la barca y ha hablado a la multitud. Ahora dice a Simón rema mar “adentro”; es decir, aprende a mirar a las personas con los mismos ojos que yo las miro.

     Cuando Jesús nos llama, dice “rema mar adentro” en tu vida y aprende a contemplar la realidad con los ojos de Dios. La vocación es la llamada personal de Jesús para que percibamos la vida en la perspectiva del Señor del Señor, trenzada sobre la ternura y la misericordia.


B. Simón no entiende las palabras de Jesús, pero confía.

     Simón no capta el trasfondo de la llamada. Para él, Jesús quizá aún fuera uno de tantos Maestros que pululan en tierra palestina. Pedro constata la inutilidad de volver a pescar: “Maestro, hemos estado toda la noche faenando sin pescar nada” (Lc 5, 5). Pedro observó cómo Jesús curaba a su suegra y constató otros prodigio en Galilea; por eso, y a pesar de que no tiene sentido volver a pescar, confía en Jesús, y le dice: “... pero puesto que tú lo dices, echaré las redes” (Lc 5, 5).


C. Pedro descubre la identidad íntima y personal de Jesús.

    Simón deposita la confianza en Jesús y cala de nuevo las redes. El resultado es sorprendente: “... capturaron una gran cantidad de peces. Como las redes se rompían, hicieron señas a sus compañeros de la otra barca para que vinieran a ayudarlos. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían” (Lc 5, 6-7).

     Durante la noche, Pedro y sus compañeros se esforzaron en vano. Al rayar el alba, Pedro confía en Jesús y echa las redes. El resultado es sorprendente. Pedro no se extasía ante la cantidad de peces, sino que a través de la cuantiosa pesca descubre la intimidad de Jesús, así dice el Evangelio: “Al verlo, Simón Pedro cayó a los pies de Jesús diciendo: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador” (Lc 5, 8). La traducción griega del texto hebreo del del Antiguo Testamento se refiere a Dios como “Señor”; de modo análogo, el NT contempla a Jesús como “el Señor” (Ac 11, 20). Percibir en la humanidad de Jesús la intimidad de Dios es palpar el hondón de Cristo (Ac 7, 59) y descubrir en Él al único que confiere pleno sentido a la existencia humana (Ac 15, 11).


D. Pedro nace como apóstol del Evangelio del Señor.

     Jesús dijo a Simón: “No temas, desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5, 10). Pedro y sus compañeros, Jaime y Juan, hijos de Zebedeo, dejaron las barcas en tierra y siguieron a Jesús. Pedro ha aprendido a ver la realidad con los ojos de Dios; se hace pobre, lo deja todo, y compromete la vida en el seguimiento de Jesús, el Salvador del Mundo.


REFLEXIÓN.

    Pablo, camino de Damasco, creyó que el Señor era la luz definitiva capaz de llenar de sentido su existencia. Predicando en Atenas percibió que el cristianismo no es una teoría, sino la experiencia del amor intenso que pasa por la cruz. Experimentó que cuando el amor se convierte en cruz es cuando refleja fielmente la imagen de Jesús.

    Pedro conocía y admiraba a Jesús pero no había aprendido aún a observar la realidad con los ojos de Dios. Jesús toma la iniciativa y habla al pescador. Pedro no comprende cómo es posible volver a pescar con éxito tras una noche vacía, pero confía en la palabra de Jesús. El resultado es desconcertante. Pedro no se sorprende de la gran cantidad de peces, sino que se admira de la íntima personalidad de Cristo. El encuentro personal con Jesús es el acontecimiento central de la vida del primero de los apóstoles: Jesús no es un simple Maestro, es el Señor por quien merece la pena dejarlo todo y seguirle para siempre.

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