Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
En analogía con el
Maestro, la comunidad cristiana primitiva se entendió a sí misma desde el
horizonte de la novedad. No en vano, el adjetivo “nuevo” califica la identidad
de la Iglesia naciente: la “nueva Jerusalén (kaine)” (Ap 3,12; 21,2) o la
comunidad de la “nueva alianza (kaine)” (Hb 8,8), los cristianos se
identificaron desde el prisma del “hombre
nuevo (kaine)” (Ef 4,24). La “enseñanza nueva (kaine) llena de autoridad
(exousia)” (Mc 1,27) convirtió a los seguidores de Jesús en “hombres nuevos
(kaine)” (Ef 4,24). Así pues, el
atractivo de las primeras comunidades radicaba en la certeza de poseer la
“novedad (kaine)” y la “autoridad (exousia)”, recibidas de Jesús, capaces de ofrecer
una “forma de vida” que colmara el “sentido de la existencia” de todo ser
humano. La Iglesia tiene la
capacidad de hacer de los conversos “hombres nuevos”; ¡ese era, sin duda, su
gran atractivo!
Ahora bien, ¿en qué
consistía la identidad del hombre nuevo? Con intención de responder, debemos sondear
el AT por cuanto concierne al concepto de “creación (br’)”. El AT refiere la
raíz “crear (br’)” exclusivamente a la actuación divina; el hombre “hace” y
“fabrica” (Is 44,9-20), pero solo Dios “crea (br’)” (Gn 1,1).
Adoptando un aspecto de la teología de la
creación, la profecía de Isaías
refiere el estado del pueblo que, sumido en la idolatría, estaba abocado a la
extinción. En plena indigencia, el Señor dice a su pueblo: “No temas”; luego
increpa a los ídolos, ocultos bajo la mención de los puntos cardinales: “Diré
al Norte […] y al Sur […] Haz venir a mis hijos desde lejos, y a mis hijas del
extremo de la tierra, a todos los que llevan mi nombre, a los que creé (br’) para mi gloria, a los que he
hecho (hyh) y formado (ytsr)” (Is 43,1-7). Conviene recalcar que el término
“formado (ytsr)” perfila también la manera en que una madre modela al hijo en
su seno (cf. Is 44,2); de ese modo, la profecía certifica que Dios no crea a
golpes a su pueblo, lo modela con la ternura de una madre. En definitiva, el
texto isaianao muestra como el Señor crea, hace, y forma a su pueblo, con amor
maternal.
Una
vez que el Señor ha creado, hecho y formado a su pueblo, continúa reseñando la
profecía, la asamblea deja de ser un enjambre sordo y ciego, eco de la opresión
idolátrica (Is 42,15-25), para convertirse en la comunidad que da testimonio de
la bondad divina ante las naciones; así dice el Señor respecto de la comunidad
que ha creado: “Vosotros sois mis testigos” (Is 43,8-15).
De ese modo, la profecía entiende el proceso de “creación (br’)” como la “relación
nueva” que Dios establece con su pueblo, gracias a la cual el pueblo percibe su
identidad desde la relación gratuita y amorosa que Dios ha establecido con la
comunidad. Volvamos al ejemplo anterior. La comunidad hebrea estaba sumida
en el abatimiento porque fundaba su identidad en la relación que mantenía con
los ídolos, aludidos tras la mención del Norte y del Sur; entonces, el Señor lo
arranca de la relación que mantiene con los fetiches para establecer con la
asamblea una relación nueva con la que el pueblo deja de ser un enjambre que
deambula en el sinsentido para convertirse en la comunidad que proclama la
gloria de Dios entre las naciones. En síntesis, Israel deja de ser un “pueblo
idólatra” para convertirse en un “pueblo nuevo” gracias a la relación,
entendida como “creación”, que Dios ha establecido con él.
Como señala el NT, ápice de la Antigua
Alianza, la Iglesia constituye el Israel de Dios (Gal 6,16), acrisolado en el
AT. Así pues, cuando alguien, judío o pagano, se adhería a la Iglesia,
depositaria de la autoridad (exousia) de Jesús (Mt 28,18-19), nacía como
“hombre nuevo (kaine)” (Ef 4,24). Así, tanto judíos como paganos, adheridos a
Jesús, alma de la Iglesia, pueden confesar: “Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús,
para que nos dediquemos a las buenas obras, que de antemano dispuso él que
practicásemos” (Ef 2,10); de modo más abreviado: “revestíos del hombre nuevo,
creado según Dios” (Ef 4,24b).
Desde este horizonte, la mención del hombre
nuevo no alude a un simple amejoramiento personal, implica una “creación nueva”
del ser humano (Gal 6,15). Recogiendo el significado del término creación, el
NT certifica: “el que está en Cristo es una creación nueva; pasó lo viejo, todo
es nuevo” (2Cor 5,17). En este mismo sentido, proclama el apóstol Pablo: “para
mí la vida es Cristo” (Flp 1,21). Sin duda, después de la conversión, el
sentido de la vida de Pablo ya no reposaba en la espera de un Mesías futuro ni
en la acérrima defensa del judaísmo, sino en “Aquel […] que le ha revelado a su
Hijo para que lo anuncie entre los gentiles” (Gal 1,15-16). Desde esta óptica,
Pablo es un “hombre nuevo”, pues su vida reposa en Cristo y se orienta hacia la
proclamación de Cristo. ¡Esa era la identidad del “hombre nuevo” modelado a
imagen de Jesús en el torno de la Iglesia!
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