Francesc Ramis Darder
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Asentado en el trono y
acalladas las revueltas, Darío I (522-486 a.C.), como detalla la Inscripción de
Beishtun, aseguró la obediencia de Elam y las posesiones persas en Asia
central. Con intención de acrisolar la unidad administrativa del imperio,
estableció que los signos cuneiformes, inventados en la antigüedad por los
sumerios, fueran utilizados para escribir la lengua persa; además, como hemos
dicho, gracias a la instalación de copias de la Inscripción anunció su señorío
sobre el imperio entero. Hacia oriente y como señala Herodoto, Darío tomó
posesión de la zona noroccidental de la India (Historia, 3,94). En el área septentrional,
combatió contra los escitas, tribus periféricas, establecidas en torno al Mar
Negro, que rapiñaban las fronteras persas (Historia 4,83-142). Hacia occidente,
conquistó Samos y otras islas del Egeo hasta instalarse en Tracia (ca. 513
a.C.).
Sin embargo, el control de las regiones griegas fue difícil. Estalló la
sublevación de las colonias jonias en Asia Menor, azuzadas desde el continente
por las ciudades de Eretria y Atenas, que llegaron a poner en peligro la
importante urbe de Sardes, en Anatolia. Los persas reaccionaron atacando el
territorio de Eretria y Atenas, pero fueron derrotados por los griegos,
encabezados por Alcibíades, en Maratón (480 a.C.); aunque la victoria impidiera
la conquista de Grecia, no eliminó el tributo que los persas, desde Sardes,
requerían de los griegos. Sin duda, los disturbios que asolaron el imperio
entre la muerte de Cambises II y la proclamación de Darío salpicaron Egipto
(522-521 a.C.).
Con intención de afianzar el control, Darío destituyó al
sátrapa impuesto por Cambises y prosiguió la conquista hasta hacerse con la
zona occidental, fundó un santuario en Kharga, encumbró su persona mediante la
erección de su estatua en Heliópolis, y culminó las obras del canal, iniciado
antaño por Necao II, que unía el Mediterráneo y el Mar Rojo. La estatua erigida
por Darío le cincela con el trazo del monarca piadoso, buen estratega,
conquistador, soberano de Egipto, y señor de todos los reinos; así enlaza la
figura de Darío con el papel de los faraones a la vez que lo encumbra sobre
todos ellos (TUAT I, 609-611). Darío aprovechó la antigua relación comercial
entre Mesopotamia y la India para organizar la expedición marítima que exploró
la costa entre la desembocadura del Indo y el Golfo Pérsico; Escílax de
Caranda, erudito de la expedición, ha transmitido la información científica
recopilada durante el viaje.
La magnificencia de Darío quedó plasmada en el
palacio de Susa, en el esplendor de la nueva capital, Persépolis, y en la tumba
del soberano en Naqsh-i Rustam. El arte dibuja al rey con el pincel del
soberano de Persia y señor de muchos pueblos; subraya como la prestancia Darío
mantiene unidas a las naciones que, subyugadas por su autoridad, asumen la
misión de servir al monarca.
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