Francesc Ramis Darder
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Cuando la coalición
medo-babilónica conquistó Nínive (612 a.C.), obligó al rey asirio,
Asut-ubal-lit II, a refugiarse en Jarán. Entonces, Necao II (610-594 a.C.),
deseoso de frenar el auge babilónico, marchó a Carquemis para auxiliar al rey
de Asiria. Cerca de Meguido, Josías trabó combate con el farón; Necao venció al
ejército judaíta y acabó con la vida de Josías (609 a.C.). Enterrado el monarca
en Sión, el pueblo ungió a Joacaz, hijo de Josías (2Re 23,30). Necao fracasó en
el empeño de salvar Asiria, pero acantonó sus tropas en Carquemis y dominó la
región Siro-palestina; Judá quedó sometido a la vara faraónica. Cuando Joacaz
llevaba tres meses en el trono (609 a.C.), Necao le hizo comparecer en Riblá,
le destronó e impuso al país una indemnización; después nombró rey a Eliaquín,
hijo de Josías, cambiando su nombre por el de Joaquín (609-598 a.C.).
El cambio de nombre certificaba el
vasallaje de Judá ante Egipto. El faraón llevó a Joacaz a Egipto, donde murió. Joaquín entregó
el tributo al faraón; pero, para reunir el montante, impuso un gravamen al país
(2Re 23,31-35). Cuando el tributo recayó sobre las espaldas del pueblo, la
miseria inundó Judá (17,11). El rey se edificó un palacio (22,13-19), y se
rodeó de cortesanos adictos (14,14-18).
Jeremías recriminó la liturgia pomposa, ciega ante la injusticia:
“explotáis al forastero, al huérfano y a la viuda” (7,6). Conocedor del trágico
final del santuario de Siló, anunció la ruina del templo de Sion. Denunció el
desdén del rey hacia los profetas que antaño alentaron la reforma de Josías,
fustigó la mendacidad de los escribas, y embistió contra la idolatría (8,1-11,23).
Alertó sobre la hipocresía de los judaítas provocada por el miedo ante los
egipcios (9,7). Jeremías propuso como modelo de conducta el estilo de los
recabitas: los herederos de Jonadab, hijo de Recab, que vivían en tiendas,
signo de equidad social (35,1-19).
La saña con que embistió contra los
desmanes de Joaquín, desencadenó el furor de la corte; así Pasjur, mayordomo
del templo, mandó azotar al profeta y lo metió en la cárcel (20,1). Jeremías, fiel
a su vocación, lamentó la desgracia de Joacaz y exigió la decencia de Joaquín:
“Tu padre (Josías) […] practicó el derecho y la justicia” (22,15). La respuesta
de los sacerdotes, los profetas y la turba fue cruel: “Eres reo de muerte”
(26,8). Ante el tribunal, Jeremías desoyó la amenaza: “haced de mí lo que os
parezca”, y exigió la coherencia ética: “enmendad vuestra conducta” (26,13.14).
Algunos ancianos solicitaron el indulto, y Ajicán, hijo de Safán, impidió que
la turba acabara con su vida (26,24).
Las tropas babilónicas vencieron a los
egipcios en Carquemis (605 a.C.). Tras la muerte de Nabopalasar (626-602 a.C.),
Nabucodonosor II subió al trono babilónico (605-562 a.C.). Cuando el nuevo rey
subyugó Filistea (604 a.C.), Joaquín rompió el vasallaje egipcio para someterse
a Babilonia. Jeremías, alarmado por la decisión, dictó un discurso a Baruc, su
secretario, para que lo leyera ante quienes iban al templo. El discurso
recogía, por una parte, la reflexión del
profeta sobre la situación del país; y, por otra, proclamaba la exigencia
ética: “A ver si […] abandona cada cual su mala conducta” (36,7). Atónitos por
la proclama, algunos nobles conminaron a Jeremías y Baruc a buscar refugio ante
la amenaza de la corte. No obstante, informaron al monarca del contenido del
escrito; el escriba Jehudí lo leyóen la sala del trono. A medida que Joaquín
escuchaba el escrito, arrancaba las páginas y las arrojaba al fuego. Tras la
lectura, Joaquín ordenó la detención de Jeremías y Baruc, pero no pudo
encontrarlos.
La obsesión de Joaquín por conservar el
cetro ponía en jaque el futuro de Judá. La historia confirmó el presagio de
Jeremías. Nabucodonosor fracasó en la conquista de Egipto (601 a.C.); entonces
Joaquín, después de tres años de sumisión babilónica (604-601 a.C.), hincó la
rodilla ante el faraón. El emperador, dolido de la afrenta, desplegó bandas de
salteadores contra Judá. A finales de 598 a.C., Nabucodonosor embistió contra
Judá; en el fragor de la confusión, murió Joaquín y Jeconías ciñó la corona (22,18;
36,30).
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