Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
Como enseña la geología, la corteza terrestre está
constituida por “placas tectónicas” que, al desplazarse entre sí, originan los
continentes o las cordilleras, entre otros accidentes. A causa del movimiento
de las placas, la región mesopotámica tiene una gran actividad tectónica. A lo
largo del Plioceno y el Pleistoceno, las placas llamadas “africana” y “árabe”
choraron con las placas “turca” e “iraní”; fruto del impacto se alzaron los
montes Zagros y las montañas de Armenia. Además, la placa “árabe” quedó
incrustada bajo la placa “iraní” dando lugar al Golfo Pérsico y a las llanuras
aluviales que observamos entre el Tigris y el Eúfrates.
Tanto el
calentamiento como el enfriamiento global que ha experimentado la Tierra a lo
largo del tiempo, han provocado la variación del nivel del mar en el Golfo
Pérsico. Durante la última glaciación, la zona bañada por las aguas del actual Golfo
Pérsico era una inmensa llanura aluvial surcada por extensas prolongaciones de
los ríos que después se llamaron Tigris y Eúfrates. Cuando acabó la glaciación,
el hielo fue derritiéndose hasta que las aguas alcanzaron su nivel actual en el
Golfo; aun así, los cambios de temperatura sufridos por al planeta han
provocado pequeñas oscilaciones del nivel de las aguas, durante los tiempos
históricos. Como también señala la geología, el final de la glaciación dio
lugar a un período más cálido y húmedo que culminó con una cierta desecación
que modeló las áreas desérticas que también presenta la región. Sin duda, las
oscilaciones climáticas que contempló la historia cincelaron el carácter de las
diversas culturas que crecieron en Mesopotamia.
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