Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
El relato de la pasión del Señor expresa, mejor que
ningún otro, la delicadeza con que Jesús vierte su misericordia tanto en el
corazón de sus discípulos como en el alma de quienes le condenan; pues, como
señala el Evangelio, la misericordia modela el estilo de vida de Jesús. Por
eso, la Iglesia nos invita durante la Semana Santa a meditar la pasión del
Señor para que podamos forjar nuestra vida a imagen de Jesús, la presencia
misericordiosa de Dios entre nosotros.
Sentado a la mesa, dice Jesús a sus discípulos: “Esto es
mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía”. Así, Jesús certifica
que estará siempre con nosotros, especialmente en la celebración de la
Eucaristía; pues la Eucaristía no es un mero recuerdo del pasado, sino la
presencia misericordiosa del Señor entre nosotros (ver: 1Cor 11,23-25). A
continuación, Jesús explica a los discípulos la identidad del verdadero
apóstol: “el que gobierna ha de actuar como el que sirve”; sin duda, el
servicio al prójimo, expresión señera de la misericordia, constituye el emblema
de la conducta cristiana.
Jesús sabe que
Pedro le negará tres veces antes de que el gallo cante; pero, aún así, le dice:
“Yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague”. Estas palabras esconden la
confianza de Jesús, otra expresión de su misericordia, hacia el apóstol débil.
Jesús no nos elige “a causa de que seamos buenos”, sino “a fin de que podamos
ser buenos”; no será la entereza de Pedro, sino la misericordia de Jesús la que
convertirá al hombre que le niega en el apóstol que predica el Evangelio en
Pentecostés (ver: Hch 2,1-36).
En Getsemaní,
Jesús oraba con intensidad. Cuando oramos, dejamos que la misericordia de Dios
penetre en nuestra vida hasta transformarnos en testigos del Evangelio. En
Getsemaní, Jesús, angustiado ante la pasión inminente, se entrega a la voluntad
del Padre: “Padre […] que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Cuando nos
entregamos a la voluntad de Dios, renunciamos a que las ambiciones humanas
orienten nuestra vida, y dejamos que la misericordia se convierta en la brújula
de nuestra existencia. Abandonándose en las manos del Padre, Jesús llevará a
plenitud el precepto del amor, pues verterá su misericordia sobre el alma de
sus enemigos; así curará al criado del sumo sacerdote que, acompañado por la
turba, había ido al huerto a prenderle.
Más tarde, en
casa del sumo sacerdote, Jesús echará una mirada a Pedro; entonces Pedro,
recordando que ha negado tres veces al Señor, saldrá afuera para llorar
amargamente su pecado. La mirada de Jesús no incrimina la conducta de Pedro.
Bajo la mirada de Jesús, aflora la misericordia del Señor que se derrama en
forma de perdón sobre el apóstol; y Pedro, sintiéndose perdonado, llorará su
culpa anhelando el encuentro definitivo con el Señor (ver: Jn 20,18; 21,15-24).
Sabiéndose en
las manos del Padre, Jesús dará testimonio de valentía ante el Sanedrín; cuando
le pregunten “¿tú eres Hijo de Dios?”, dirá sin miedo, “vosotros lo decís, yo
lo soy”. La valentía de Jesús no debe confundirse con el arrojo o la temeridad;
la valentía de Jesús nace de la seguridad que le confiere saberse sostenido en
las manos misericordiosas del Padre. Como señala la Escritura, “ser valiente es
ser fiel”; Jesús no manifiesta su valentía enfrentándose con el Sanedrín, sino
manifestando ante sus acusadores la mayor fidelidad al proyecto que el Padre le
ha confiado, pues subraya que él es el Hijo de Dios. Sin duda, la “valentía
cristiana”, la decisión de dar testimonio del Evangelio, constituye la puesta
en práctica de la misericordia, pues ofrecemos al prójimo lo mejor que tenemos:
la presencia salvadora de Jesús.
A raíz del
juicio de Jesús, Pilato y Herodes, señala el Evangelio, se hicieron amigos.
Notemos el detalle; incluso en silencio y soportando la adversidad, la vida de
Jesús, expresión de la misericordia de Dios, propicia la reconciliación de dos
adversarios para unirlos con los lazos de la amistad, la mayor riqueza del ser
humano (Eclo 6,15). Camino del Calvario, Simón de Cirene ayudó a Jesús a llevar
la cruz; tras el rostro del cirineo, aflora el rostro misericordioso del
cristiano que compromete su vida para ayudar al prójimo en la adversidad que
tan a menudo depara la vida.
Sobre la cruz,
Jesús perdona a sus adversarios: “Padre, perdónalos porque no saben lo que
hacen”. El perdón, manifestación del amor a los enemigos, expresa la hondura de
la misericordia de Jesús que, en lugar de llevar cuentas del mal, ofrece a sus
adversarios la posibilidad de rehacer su vida. Sobre la cruz, la misericordia
de Jesús abre al buen ladrón las puertas del cielo: “En verdad te digo: hoy
estarás conmigo en el paraíso”. Sobre la cruz, Jesús deposita su confianza en
las manos del Padre: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. La cruz es el
ámbito donde Jesús vive la misericordia con mayor hondura; por eso el
centurión, constatando la misericordia y la confianza de Jesús, dirá:
“Realmente, este hombre era justo”; de ahí que, cuando vivimos la misericordia,
damos testimonio del Evangelio ante nuestro prójimo.
En esta Eucaristía, pidamos al Señor que la
meditación de la pasión oriente nuestra vida hacia la vivencia de la
misericordia y la ternura de Dios.
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