Francesc Ramis Darder
El exilio es el período en que parte del pueblo hebreo vivió desterrado en Babilonia (597-538 aC .). Tiempo difícil y apasionante: posibilitó la vivencia más auténtica de la fe.
Nabucodonosor, rey de Babilonia, conquistó Jerusalén (597 aC .), deportó a los dirigentes y artesanos a la capital de su Imperio, y sometió a la Ciudad Santa a tributo. Diez años más tarde, Sedecías, rey de Jerusalén, rehusó pagar el impuesto. Nabucodonosor arremetió contra Sión (587 a C.): destruyó las murallas, deportó otro grupo de población, e impuso al gobernador Godolías. Los hebreos se rebelaron contra Godolías. Nabucodonosor intervino (582 aC .): desterró otro contingente judío, y acabó con el estado de Israel incorporándolo a la provincia babilónica de Transeufratina. Posteriormente, Ciro el Grande, rey de medos y persas, conquistó Babilonia (538 a .C); y permitió a los judíos volver a Palestina (2Cr 36, 22-23).
El exilio de Babilonia (597-538 aC .) fue muy duro para el pueblo hebreo: perdió la tierra, el Templo, las fiestas religiosas, el rey, y los signos de su identidad. El destierro fue un tiempo difícil, como toda experiencia crítica, fue la época privilegiada para reflexionar sobre la fe y buscar nuevas mediaciones para vivirla.
El pueblo dijo: Perdimos al rey, intentemos que Dios sea el auténtico rey y guía de Israel. No tenemos Templo para celebrar la fe, creemos la Sinagoga como lugar de plegaria. Es imposible oficiar el culto esplendoroso de nuestras fiestas, potenciemos el Sábado como día sagrado para honrar el Señor. Carecemos de Tierra, intentemos agruparnos en fraternidades donde vivir la fe. Hemos perdido los signos de nuestra cultura, hagamos de la circuncisión la señal externa de nuestra identidad.
Nuestra vida cristiana pasa, a veces, por épocas de destierro. Momentos en que parece que nuestra fe se extingue. La prueba es difícil, pero puede provocar nuestro crecimiento cristiano. En épocas de desanimo acerquémonos el Señor de la misericordia, busquemos el consejo de los hermanos, y seamos solidarios con quienes sufren más que nosotros. Así, convertiremos las etapas de dificultad en una buena ocasión para hacer crecer los valores que Dios ha sembrado en nuestro corazón para bien de la humanidad entera.
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