domingo, 15 de septiembre de 2019

ECOLOGÍA BÍBLICA VIII



                                                                        Francesc Ramis Darder
                                                                        bibliayoriente.blogspot.com




Desierto y Vergel

Bajo la metáfora de la tierra ajada por la degradación ecológica, la Escritura denuncia las zarpas de la injusticia que devastan la sociedad. Cuando Adán y Eva, símbolo de la humanidad, devoraron el fruto del árbol, perdieron el paraíso, alegoría de la comunidad feliz, para malvivir en tierra de “espinas y cardos”, eco de la sociedad enfrentada por el odio (Gn 3,14-19).

    Demasiadas veces Israel, asentado en la injusticia, aparece bajo la mención del “desierto, la estepa, y el páramo” (Is 34,6-7); tras el símbolo de la tierra yerma, aflora la identidad del pueblo idólatra, incapaz de conducirse por la senda “muy buena” (Gn 1,13), planeada por Dios al comienzo del tiempo.

    No obstante, el Señor no consiente la esterilidad de su pueblo; por eso proclama: “Haré brotar ríos […] y fuentes […] para transformar el desierto en estanque, y la estepa en manantiales de agua” (Is 41,18). Los ríos y las fuentes constituyen la metáfora de quienes comprometen su vida en irrigar la tierra estéril, esbozo de la sociedad injusta, con el agua, alegoría de la solidaridad, con que el desierto alumbrará el vergel, metáfora de la humanidad hermanada en la fraternidad.


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