Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
Como explicita el evangelio, Jesús de Nazaret anunció el
advenimiento del Reinado de Dios (Lc 17,21) y proclamó que Dios es el Padre
bueno (abba) que ama sin medida a todo ser humano (Lc 10,21). No se contentó
con predicar un mensaje con la radicalidad del entusiasmo y la pedagogía de las
parábolas (Lc 10,1-16; Mt 13,1-52); lo puso en práctica mediante signos y
prodigios (Mt 8,1-9,38), y lo conjugó con la relación personal con su Padre en
la intimidad de la plegaria (Mc 14,36).
Quien se adhería a la persona y a la Buena
Nueva de Jesús se adentraba por la senda de la conversión (Mc 1,15); la senda que
abría la puerta a la experiencia de salvación manifestada en la vivencia de las
Bienaventuranzas (Mt 5,1-12) y la espiritualidad del Padrenuestro (Mt 6,715).
La radicalidad de la misión de Jesús determinó su muerte en la cruz (Mt
27,45-56), pero, como había anunciado (Mt 17,22-23), la bondad del Padre le
abrió las puertas de la resurrección (Mt 28,1-8; Hch 2,22-36). Como decía Jesús
a sus discípulos, también ellos sorberían el acíbar de la persecución (Mc
13,5-13), pero, a imagen del Maestro, palparían el gozo de la vida con Dios
para siempre (Lc 23,39-43).
Como señala el libro de los Hechos de los
Apóstoles, Jesús, después de resucitar, se apareció a los apóstoles y les dijo:
“recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis
mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta el confín de la
tierra” (Hch 1,8). Los apóstoles, metáfora de la Iglesia, llenos del Espíritu
Santo en Pentecostés (Hch 2,1-11), sembraron la semilla del evangelio desde
Jerusalén hasta Roma, eco de la Buena Nueva que germina en los surcos del mundo
entero.
Acabamos de
sintetizar, en pocas líneas, el mensaje y la vida de Jesús, junto al eco de los
albores de la Iglesia. Ahora bien, a nuestro entender, si tuviéramos que elegir
dos términos teológicos que subrayaran el atractivo de la vida y la predicación
de Jesús en la sociedad de su tiempo, escogeríamos los vocablos “autoridad
(exousia)” y “novedad (kaine).
La palabra “autoridad (exousia)” subraya el
contraste entre la enseñanza de Jesús y la docencia de los legistas. A modo de
ejemplo, cuando Jesús predicó en la sinagoga de Cafarnaún, “la gente quedó
admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad (exousia), y no
como los maestros de la ley” (Mc 1,22). En la misma sinagoga, Jesús curó a un
enfermo poseído por un espíritu inmundo; entonces, la gente clamó estupefacta:
“¿Qué es esto? ¡Una enseñanza nueva (kaine), expuesta con autoridad (exousia)!
Manda a los espíritus y le obedecen” (Mc 1,27). Mediante el término “autoridad (exousia)”,
el planteamiento teológico del evangelio recalca que la actuación de Jesús
brotó de la certeza de saberse sostenido por Dios tanto en su estilo de vida
como en su mensaje; en definitiva, con el término “autoridad (exousia)” los
evangelios certifican que la enseñanza de Jesús está imbuida en la certeza de
contener la verdad salvadora (Mt 28,18).
Por su parte, el término “nueva
(kaine)” sentencia que la enseñanza y la actuación de Jesús son nuevas en el
sentido de que no se conocía nada igual en Israel hasta entonces (Mc 1,27). Por
eso podía decir Jesús a sus oyentes: “Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y
diente por diente; pero yo os digo: no resistáis al mal, antes bien, al que te
abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra” (Mt 5,38; cf. Ex
21,24); de ese modo, se atrevía a matizar la enseñanza de la ley.
Como señala el
evangelio, Jesús entregó la “autoridad (exousia)” a sus discípulos, pues
“llamando a los Doce, les dio autoridad “exousia” sobre los espíritus inmundos
para que pudieran expulsarlos, y también para curar toda enfermedad y dolencia”
(Mt 1,10). Y, apelando a su propia autoridad, les envió a proclamar la Buena
Nueva: “Me ha sido concedida toda autoridad (exousia) en el cielo y en la
tierra; id, pues, y haced discípulos entre todas las gentes bautizándolas en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,18-19).
La “autoridad” (exousia) de los apóstoles,
recibida de Jesús, también rezumaba “novedad” (kaine); así parece indicarlo le
pregunta que los filósofos dirigen a Pablo en el Areópago: “¿podemos saber cuál
es esa doctrina nueva (kaine) que expones?” (Hch 17,19). Los escritos paulinos remiten, sin cesar, a
la “novedad cristiana”. Señalan la invitación a imbuirse en la “vida nueva
(kaine)” (Rm 6,4), la “novedad del espíritu (kaine)” (Rm 7,6), la mención de la “nueva alianza (kaine)” (2Cor 3,6), la
existencia cristiana como “nueva creación (kaine)” (Gal 6,15).
En analogía con
el Maestro, la comunidad cristiana primigenia se entendió a sí misma desde el
horizonte de la novedad. No en vano, el adjetivo “nuevo” califica la identidad
de la Iglesia naciente: la “nueva Jerusalén (kaine)” (Ap 3,12; 21,2) o la
comunidad de la “nueva alianza (kaine)” (Hb 8,8), los cristianos se
identificaron desde el prisma del “hombre nuevo (kaine)” (Ef 4,24). Así, la
“doctrina nueva llena de autoridad (exousia)” (Mc 1,27) convirtió a los
seguidores de Jesús en “hombres nuevos (kaine)” (Ef 4,24).
En definitiva, la
entraña del cristianismo, posee la “novedad (kaine)” y la “autoridad (exousia)”
capaz de ofrecer una “forma de vida” que colma el “sentido de la existencia” a
todo ser humano. A tenor de lo expuesto, el atractivo de la primitiva comunidad
cristiana, y de la Iglesia de todos los tiempos, radica en el empeño por vivir
y proclamar el evangelio con la “novedad (kaine)” y la “autoridad (exousia)” con
que Jesús causaba asombro entre la gente de su tiempo.
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