viernes, 24 de agosto de 2018

ASTRONOMÍA Y BIBLIA



                                                         Francesc Ramis Darder
                                                         bibliayoriente.blogspot.com



El planteamiento cosmológico de la ciencia mesopotámica fue cuestionado por los astrónomos griegos. Eudoxo de Cnido (408-355 a.C.) elaboró la teoría de las “esferas homocéntricas”; consideró que la Tierra estaba suspendida en el centro del Cosmos, rodeada por un conjunto de esferas que sostenían los planetas y las estrellas fijas. Heráclides del Ponto (388-312 a.C.) sentenció que la Tierra giraba sobre su propio eje, sin moverse del centro del cosmos. Al  contraluz de Eudoxo, Aristarco de Samos (310-230 a.C.) estableció la “teoría heliocéntrica”; afirmó que el centro del cosmos estaba ocupado por el Sol al que circundaban la tierra, los demás planetas y las estrellas. Cuando parecía que iba a imponerse la interpretación heliocéntrica, entró en escena Claudio Ptolomeo (90-170). En su obra, conocida posteriormente como “Almagesto”, estableció la teoría geocéntrica; sentenció que la Tierra ocupaba el centro del universo, mientras el sol, la luna, los planetas y las estrellas la circundaban. La hipótesis de Ptolomeo parecía casar con el planteamiento bíblico, “donde el sol salía por el este y se ponía por el oeste”, por eso la autoridad del científico, corroborada por la Escritura, se impuso en el Occidente medieval.

    Sin embargo, la irrupción del método científico, basado en la experimentación, quebró la cosmología medieval, asentada en el planteamiento de Ptolomeo y la concepción bíblica, y engendró la perspectiva del Renacimiento. Copérnico (1473-1543) fundamentó de nuevo la teoría heliocéntrica. Kepler (1571-1630) la precisó, estableciendo que las órbitas planetarias eran elípticas. Mientras Galileo (1564-1642) afinaba el conocimiento del sistema solar; su obra, “Diálogo entre los dos sistemas del Mundo”, daba al traste con el sistema de Ptolomeo y consagraba el heliocentrismo de Copérnico. La astronomía del Renacimiento desterró la interpretación de Ptolomeo, a la vez que cuestionó la comprensión de la Biblia como autoridad científica. A modo de ejemplo, si el sol permanecía inmóvil en el centro del cosmos, como sostenía Copérnico, ¿cómo habría podido Josué detener su marcha por el firmamento, como expone la Escritura? (Jos 10,6-15). La comprensión literal de la Biblia provocó un choque entre las Iglesia cristianas, asentadas en la verdad de la Escritura, y la astronomía renacentista, fundamentada en el método científico. El desencuentro pudo crecer, -y aún se mantiene en ambientes fundamentalistas-, a medida que la astronomía progresaba con las leyes de Newton, el descubrimiento de otras galaxias (Messier), el origen del universo, (Big Bang), la expansión del cosmos o la sugerencia de universos múltiples (Lemaître, Einstein, Gamow, Hawking).

   ¿Cómo afrontar la disyunción entre la astronomía contemporánea y el planteamiento bíblico? Como dijimos, la Escritura recogió la explicación del cosmos propia de la ciencia mesopotámica, pero la interpretó desde la perspectiva creyente para sentenciar, mediante el término “creación”, que en el origen del Cosmos y del hombre latía la presencia de Dios (Gn 1,1.27). La verdad de la Escritura no consiste en aseverar las afirmaciones de la ciencia mesopotámica, sino en confesar, desde la perspectiva de la fe, la presencia de Dios en el origen del mundo y del hombre. Así pues, contemplando el planteamiento de la actual astrofísica podemos percibir, acordes con la lectura creyente de la Escritura, el latido de Dios en la grandeza del cosmos y del ser humano; así lo hicieron los autores bíblicos que, atentos a la ciencia de su tiempo, afirmaron la presencia divina en los avatares del mundo y en el origen del ser humano.

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