Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
El planteamiento
cosmológico de la ciencia mesopotámica fue cuestionado por los astrónomos griegos.
Eudoxo de Cnido (408-355 a.C.) elaboró la teoría de las “esferas
homocéntricas”; consideró que la Tierra estaba suspendida en el centro del
Cosmos, rodeada por un conjunto de esferas que sostenían los planetas y las
estrellas fijas. Heráclides del Ponto (388-312 a.C.) sentenció que la Tierra
giraba sobre su propio eje, sin moverse del centro del cosmos. Al contraluz de Eudoxo, Aristarco de Samos
(310-230 a.C.) estableció la “teoría heliocéntrica”; afirmó que el centro del
cosmos estaba ocupado por el Sol al que circundaban la tierra, los demás planetas
y las estrellas. Cuando parecía que iba a imponerse la interpretación
heliocéntrica, entró en escena Claudio Ptolomeo (90-170). En su obra, conocida
posteriormente como “Almagesto”, estableció la teoría geocéntrica; sentenció
que la Tierra ocupaba el centro del universo, mientras el sol, la luna, los planetas
y las estrellas la circundaban. La hipótesis de Ptolomeo parecía casar con el
planteamiento bíblico, “donde el sol salía por el este y se ponía por el oeste”,
por eso la autoridad del científico, corroborada por la Escritura, se impuso en
el Occidente medieval.
Sin embargo, la irrupción del método
científico, basado en la experimentación, quebró la cosmología medieval,
asentada en el planteamiento de Ptolomeo y la concepción bíblica, y engendró la
perspectiva del Renacimiento. Copérnico (1473-1543) fundamentó de nuevo la
teoría heliocéntrica. Kepler (1571-1630) la precisó, estableciendo que las
órbitas planetarias eran elípticas. Mientras Galileo (1564-1642) afinaba el
conocimiento del sistema solar; su obra, “Diálogo entre los dos sistemas del
Mundo”, daba al traste con el sistema de Ptolomeo y consagraba el
heliocentrismo de Copérnico. La astronomía del Renacimiento desterró la
interpretación de Ptolomeo, a la vez que cuestionó la comprensión de la Biblia
como autoridad científica. A modo de ejemplo, si el sol permanecía inmóvil en
el centro del cosmos, como sostenía Copérnico, ¿cómo habría podido Josué
detener su marcha por el firmamento, como expone la Escritura? (Jos 10,6-15). La
comprensión literal de la Biblia provocó un choque entre las Iglesia
cristianas, asentadas en la verdad de la Escritura, y la astronomía
renacentista, fundamentada en el método científico. El desencuentro pudo
crecer, -y aún se mantiene en ambientes fundamentalistas-, a medida que la
astronomía progresaba con las leyes de Newton, el descubrimiento de otras
galaxias (Messier), el origen del universo, (Big Bang), la expansión del cosmos
o la sugerencia de universos múltiples (Lemaître, Einstein, Gamow, Hawking).
¿Cómo afrontar la disyunción entre la
astronomía contemporánea y el planteamiento bíblico? Como dijimos, la Escritura
recogió la explicación del cosmos propia de la ciencia mesopotámica, pero la
interpretó desde la perspectiva creyente para sentenciar, mediante el término
“creación”, que en el origen del Cosmos y del hombre latía la presencia de Dios
(Gn 1,1.27). La verdad de la Escritura no consiste en aseverar las afirmaciones
de la ciencia mesopotámica, sino en confesar, desde la perspectiva de la fe, la
presencia de Dios en el origen del mundo y del hombre. Así pues, contemplando
el planteamiento de la actual astrofísica podemos percibir, acordes con la
lectura creyente de la Escritura, el latido de Dios en la grandeza del cosmos y
del ser humano; así lo hicieron los autores bíblicos que, atentos a la ciencia
de su tiempo, afirmaron la presencia divina en los avatares del mundo y en el
origen del ser humano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario