sábado, 12 de mayo de 2018

¿QUÉ SIGNIFICA LA ASCENSIÓN DE JESÚS?



                                                                  Francesc Ramis Darder
                                                                  bibliayoriente.blogspot.com




El libro de los Hechos de los Apóstoles constituye la continuación teológica del evangelio de Lucas; por eso la narración de la ascensión figura al final del evangelio (Lc 24,50-53) y al inicio de los Hechos (Hch 1,9-11). El libro de los Hechos sitúa la Ascensión en el Monte de los Olivos; como hemos reiterado, la montaña constituye el ámbito privilegiado para el encuentro entre Dios y el ser humano (Lc 9,28-36).

    Durante la ascensión, los discípulos vieron cómo Jesús “fue elevado hasta que una nube lo ocultó de su vista” (Hch 1,9). El verbo “elevar” aparece en voz pasiva, “fue elevado”; así el relato subraya que no es Jesús quien se eleva, sino que alguien lo eleva. Entre las líneas de la Escritura, este tipo de verbo en voz pasiva se conoce como “pasivo teológico” y presenta a Dios por sujeto. En el caso de la Ascensión, es el Padre quien eleva a Jesús hacia el cielo y lo lleva a la vida plena con Él, pues la nueva vida de Jesús resucitado estriba en participar plenamente de la vida del cielo, la morada de Dios.

    En las narraciones bíblicas, la nube suele manifestar la presencia divina. Así la nube guío a Israel por el desierto (Ex 13,21), y durante la transfiguración envolvió a Pedro, Santiago y Juan, y de su interior nació la voz del Padre que decía: “Este es mi Hijo elegido, escuchadle” (Lc 9,35). La nube que envuelve a Jesús durante la ascensión  manifiesta la presencia del Padre que le engloba para devolverle el regazo divino.

    Durante la ascensión, los discípulos contemplan los signos que resaltan la nueva vida de Jesús, a saber, la montaña, la nube, el cielo hacia el que Jesús es elevado. Aún así, les falta lo esencial, el “don de Dios” que les revele la hondura de la vida nueva de Jesús. Por eso, al unísono con las mujeres que fueron al sepulcro, “dos hombres con vestidos refulgentes” (Hch 1,10; Lc 24,7) revelan a los Once la nueva vida de Jesús: “este Jesús que ha sido elevado de vuestro lado hacia el cielo” (Hch 1,11). Los signos externos permiten discernir la vida nueva de Jesús en el seno de Dios; pero sólo la revelación divina planta en el corazón humano, abierto a la fe, el calado de la nueva existencia de Jesús resucitado, su intimidad con Dios en el cielo.


3.La nueva vida de Jesús: “ha resucitado” (Lc 24,6) y “ha sido elevado” (Hch 1,11).

El vocabulario humano es insuficiente para explicar la profundidad de la vida nueva del Resucitado, por eso el NT, como acabamos de exponer, se vale de dos tipos de lenguaje, el de “resurrección” y el de “ascensión”. El lenguaje de “resurrección” responde a una concepción temporal de la realidad; es decir existe un “antes” y un “después”: antes Jesús estaba muerto y después ha resucitado. La ventaja del lenguaje de “resurrección” estriba en destacar la identidad de Jesús; o sea, subraya que Jesús resucitado es el mismo que predicaba en Palestina entes de su muerte. Aún así, presenta una dificultad, pues no especifica en qué consiste la nueva vida del resucitado. Ante la dificultad, el NT introduce el lenguaje de la “ascensión” para especificar la novedad de la vida de Jesús resucitado.

    El AT sitúa la presencia de Dios en el cielo y establece la vida humana en la tierra. Cuando el AT desea expresar la vida plena de alguien en las manos de Dios afirma que ha sido elevado al cielo; por eso Elías fue transportado al cielo en un carro de fuego (2Re 2,11-12). Como señala el lenguaje de “ascensión”, Jesús es elevado desde el ámbito humano, representado por la cima de la montaña, hasta el cielo, ámbito de la presencia divina. Cuando el NT afirma que Jesús “acaba de ser elevado de vuestro lado hacia el cielo” (Hch 1,11), indica que la vida nueva de Cristo resucitado consiste en participar de la gloria de Dios; por eso “ante el nombre de Jesús debe doblarse toda rodilla [...] para proclamar que Jesucristo es Señor a gloria de Dios Padre (Flp 2,10-12).

    Los redactores del NT comprendieron la importancia de utilizar conjuntamente los dos tipos de lenguaje: “resurrección” y “ascensión”. La afirmación “Jesús ha resucitado” indica que la persona que anunciaba el evangelio en Palestina es la misma que se aparece resictada a los discípulos (Hch 1,3-8). La locución “Jesús ha sido elevado al cielo” señala que la vida nueva de Jesús resucitado no consiste en otro tipo de vivencia terrenal, sino en la existencia celestial en comunión plena con Dios.

    Cada una de las imágenes, resurrección y ascensión, imprime en los discípulos un signo específico de la vida cristiana. Cuando las mujeres hubieron escuchado la voz de los dos hombres con vestidos refulgentes, “anunciaron esto a los Once y a todos los demás” (Lc 24,9). La experiencia de la resurrección empuja al cristiano a convertirse en misionero del evangelio.

    Sobre el monte de los Olivos, los Once contemplan como Jesús es elevado al cielo, de ese modo perciben la intimidad de Jesús con el Padre, comprenden que el cielo es la meta cristiana y se sienten seguros de que el Resucitado les abre la senda hacia el cielo; por eso los dos hombres con vestidos refulgentes les dicen: “Este Jesús que acaba de ser elevado de vuestro lado hacia el cielo, vendrá como lo habéis visto marcharse” (Hch 1,11). Desde la perspectiva conjunta de la resurrección y la ascensión, expresión plena de la vida nueva del Resucitado, afloran los dos pilares de la vida cristiana: la certeza de que Jesús resucitado acompaña el caminar de nuestra vida, y el compromiso que adquirimos los cristianos para anunciar el evangelio a toda la humanidad.



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