domingo, 11 de octubre de 2015

¿QUÉ ES EL RESTO DE ISRAEL?


                                                                                                  Francesc Ramis Darder


Imaginemos que nos encontramos en el campo junto a unas gramíneas al borde del camino. Observamos que las semillas de las plantas han caído y yacen en tierra. Simplificando las cosas, podríamos decir que a las semillas les aguardan dos posibilidades contrapuestas. Algunas, cubiertas de tierra y empapadas de agua, fructificarán y engendrarán una nueva planta; otras, serán recogidas por las hormigas, almacenadas en el hormiguero, y devoradas durante el invierno.

Como sabemos, cuando plantamos una semilla en tierra húmeda, germina rápidamente. El proceso biológico es muy preciso. Abreviando la descripción, podríamos decir que la semilla se compone de “germen” y “gluten”. Conforman el “germen” un conjunto de células que, en contacto con la tierra mojada y a la temperatura idónea, desencadenan el nacimiento del nuevo vegetal. El “gluten”, junto con el agua, proporciona los nutrientes necesarios para que el “germen” inicie y mantenga el proceso embrionario del desarrollo vegetal. Mientras el “gluten” se consume, el “germen” se transforma en el embrión de la nueva planta. Como hemos observado, las hormigas, durante el verano, llenan el hormiguero con las semillas que les servirán de alimento a lo largo del invierno. Las semillas están enterradas en el hormiguero y, debido a las lluvias, están en contacto con el agua; pero, por mucha tierra que las sepulte y agua que las empape, las semillas nunca llegan a germinar. ¿Por qué? Cuando las hormigas introducen las semillas en el hormiguero, destruyen el “germen”; de ese modo, a la semilla, incapaz de germinar, sólo le aguarda la extinción, pues si no se la comen las hormigas, acabará descomponiéndose en la tierra, incapaz de engendrar una nueva planta.

A simple vista, no podemos distinguir una semilla capaz de engendrar una planta de otra que, mordida por las hormigas, ha perdido el germen y es incapaz de alumbrar un nuevo vegetal; ambas parecen iguales, pero en realidad son muy distintas. Mientras una engendrará la vida, a la otra le aguarda la extinción. Las semillas que conservan el germen y que, empapadas en tierra, engendrarán un nuevo vegetal constituyen, metafóricamente, el “resto” de las semillas; las que se amontonan en el hormiguero, conforman un “residuo”, han perdido el germen, la posibilidad de convertirse en una nueva planta.

Agucemos el sentido de la alegoría, apelando desde la sugerencia de la metáfora a los conceptos de “novedad” y “credibilidad” que antes hemos reseñado. Desde la perspectiva simbólica, las semillas que componen el “resto” están dotadas de “credibilidad” y “novedad”, pues en sí mismas contienen el “germen (credibilidad/fuerza)” que engendrará una “nueva” planta, productora a su vez de nuevas semillas. Las semillas que constituyen el “residuo” carecen de “credibilidad” y “novedad”, pues, huérfanas de germen, no pueden engendrar un nuevo vegetal. A través del “resto” siempre puede amanecer la vida, mientras el “residuo” está condenado al ocaso definitivo.

En analogía con el ejemplo de las semillas, la comunidad hebrea que conforma el Resto de Israel no constituye un “residuo”; no se constriñe a un grupo israelita que, acosado por la idolatría o la persecución, aguarda la extinción definitiva. La mención del Resto de Israel define la identidad de la comunidad hebrea dotada de “novedad (kaine)” y “credibilidad (exousia)”: el Resto de Israel conforma la comunidad que, a pesar del acoso de la idolatría o la barbarie de la persecución, conserva la “novedad” y la “credibilidad” capaz de ofrecer a la asamblea judía y a las naciones paganas una “forma de vida” que llene de “sentido” su singladura por el mar de la historia, sean los tiempos favorables o adversos. Desde la perspectiva sociológica, quizá fuera difícil distinguir el Resto de Israel de lo que podemos denominar el Residuo de Israel, pero, desde el prisma teológico la diferencia es esencial. El Resto de Israel goza de la “credibilidad” capaz de engendrar la “novedad” que ofrece una “forma de vida” que colma de “sentido” la existencia de la comunidad judía e ilumina el devenir de las naciones. A modo de contrapartida, el supuesto Residuo de Israel, sería incapaz de auspiciar cualquier “forma de vida” capaz de conferir “sentido” a la historia judía y al periplo de los gentiles; el Residuo de Israel iría disolviéndose en las aguas cenagosas de la idolatría, metáfora de la “carencia de sentido” que ahoga la existencia humana.

Volvamos por un instante al ejemplo de las semillas. Desde el ángulo simbólico, una semilla perteneciente al “resto” goza de “credibilidad” para engendrar una “nueva” planta. Ahora bien, la semilla por si misma no engendra el germen que la dota de “credibilidad” y “novedad”, el gluten no puede producir ningún tipo de germen, sólo la planta madre conforma el germen y el gluten de la semilla. Diríamos, valiéndonos una vez más de la alegoría, que el germen le “han sido dado” a la semilla por la planta madre que la engendró.

Regresemos ahora al cauce de la reflexión sobre el Resto de Israel. Como sucedía analógicamente con la semilla, el Resto de Israel no gesta por sí mismo la “credibilidad” y la “novedad” que definen su naturaleza. Desde la perspectiva teológica, la “credibilidad” y la “novedad” que palpitan en el alma del Resto de Israel han sido aportadas gratuitamente por Dios y acogidas generosamente por la comunidad. Veamos algunos ejemplos.

Asentado el pueblo peregrino en los llanos de Moab, Moisés, en nombre de Dios, amonesta a la asamblea, dispuesta a penetrar en la tierra prometida. Dice Dios por boca de Moisés: “No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahvé de vosotros y os ha elegido […] sino por el amor que os tiene y por guardar el juramento que hizo a vuestros padres, por eso […] Yahvé […] os ha librado […] del poder del faraón” (Dt 7,5-6; cf. Jn 15,16; 1Cor 1,26-29). No es el pueblo liberado de Egipto, metáfora del Resto de Israel, quien se ha ganado con esfuerzo el beneplácito divino, es el Señor quien se lo ha regalado por amor, gratuitamente; el pueblo ha acogido la dádiva divina.

Cuando las huestes de Senaquerib zapan los muros de Sión, el Señor, por medio de Isaías, devuelve el aliento a la ciudad abatida, parábola del Resto de Israel, acosado por los asirios. Proclama el Señor entre los labios del profeta: “Yo protegeré esta ciudad para salvarla, por quien soy yo y por mi siervo David” (Is 37,35; cf. 2Re 19,32-34). De nuevo apreciamos que no es el esfuerzo ni la religiosidad de Jerusalén quienes arrancan la misericordia divina a favor del pueblo angustiado, es el Señor quien, apelando a su dignidad y a sus antiguas promesas, mantiene erguidos los muros de la Ciudad Santa.


A pesar de la elocuencia de los ejemplos anteriores, quizá la expresión más emblemática de la gratuidad divina figure en Is 43,1-7. El poema describe el proceso teológico que culmina con la liberación de Israel de las zarpas de los ídolos. Entre las palabras del último verso, el poema pone en labios de Dios la identidad del pueblo redimido: “los que llevan mi nombre, a los que creé (br’) para mi gloria, a los que yo he hecho y formado” (Is 43,7). Notémoslo bien, es el Señor quien crea a su pueblo, símbolo del Resto de Israel, para gloria suya; es el Señor quien por pura gratuidad establece una relación nueva con su comunidad. El Resto de Israel constituye la comunidad que vive de la certeza que confiere creer que Dios ha trenzado una relación especial con ella; sólo desde la certeza de saberse la comunidad privilegiada de Dios, la comunidad se convierte en el Resto de Israel.

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