lunes, 12 de octubre de 2020

¿QUÉ ES UN DIÁCONO?

 


                                                       Francesc Ramis Darder

                                                      bibliayoriente.bogspot.com


El kerigma ya mostraba al cristiano el compromiso divino en bien de la humanidad entera (Flp 2,6-11). Jesús, presencia encarnada de Dios entre nosotros (Jn 1,1.14), enfatizó la opción por los pobres durante toda su vida (Hch 10,38); no en vano, el Sermón de la Montaña comienza con palabras certeras: “Bienaventurados los pobres de Espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5,3).

     La catequesis recogía modelos vivenciales que certificaban como Jesús había estado siempre cerca del sufrimiento humano (Viuda de Naín: Lc 7,11-17); Buen ladrón: Lc 23,39-43). La catequesis recogía la predica de Jesús en favor de los pobres. “Dad y se os dará […] porque en la medida con que midáis seréis medidos” (Lc 6,36-38).  También tenía en cuenta la catequesis, apelando al mensaje de Jesús, sobre los consejos de Jesús en bien de los pobres; así decía Pablo a los presbíteros de Éfeso: “Hay que tener presentes las palabras del Señor: “Mayor felicidad hay en dar que en recibir” (Hch 20,35).

     La celebración constituía un acicate en el empeño cristiano por compartir los bienes y servir a los pobres; quizá por eso los sumarios sobre la primera comunidad relacionan la fracción del pan, metáfora de la Eucaristía, con la decisión de compartir los bienes. “Se mantenían constantes […] en la fracción del pan […] Todos los creyentes estaban de común acuerdo y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno” (Hch 2,42-45; cf. 4,32-35; 5,12-16).

     En definitiva, el kerigma, la catequesis y la celebración contenían la diakonía, el empeño comunitario por compartir los bienes y servir a los pobres; aun así, la Iglesia primigenios supo vertebrar aspectos que le conferían originalidad y atractivo entre los necesitados. Veámoslo.

Creación de un servicio especial, el diaconado, para servir a los pobres. Los Doce escucharon las quejas de los cristianos de origen gentil contra los cristianos hebreos porque sus viudas eran desatendidas en la asistencia cotidiana; entonces dijeron a la comunidad: “Hermanos, buscad entre vosotros a siete hombres de buena fama, llenos de Espíritu y de saber y los pondremos al frente de esta tarea; mientras nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra” (Hch 6,1-7).

     La elección del diácono no era una cuestión banal; la Iglesia requería de los diáconos fidelidad evangélica y madurez personal: “Deben ser dignos, sin doblez […] que guardan el ministerio con una conciencia pura. Primero se les someterá a prueba y después, si fuesen irreprensibles, serán diáconos” (Tim 3,8-13). Al parecer, el servicio diaconal también incluía a las mujeres: “Las mujeres igualmente deben ser dignas, no calumniadoras, sobrias, fieles en todo” (Tim 3,11); desde esta óptica, Pablo señala: “Os recomiendo a Febe, nuestra hermana, diaconisa de la Iglesia de Cencreas. Recibidla en el Señor de una manera digna de los santos, y asistidla en cualquier cosa que necesite de vosotros, pues ella ha sido protectora de muchos, incluso de mí mismo” (Rm 16,1-2).

    La radicalidad de la entrega determinó que Esteban se convirtiera, como hemos dicho, en un modelo martirial para la comunidad primitiva (Hch 7,1-60).

    Además de los sumarios (Hch 2,42-45; cf. 4,32-35; 5,12-16), testigos del empeño por compartir que caracterizaba a la comunidad primitiva, destacan las dádivas personales de los conversos; a modo de ejemplo: “José, llamado por los apóstoles Bernabé […] tenía un campo; lo vendió, trajo el importe y lo puso a los pies de los apóstoles” (Hch 4,36-37).

    Sorprende la caridad de la Iglesia entera, sobre todo por parte de las comunidades nacidas del paganismo, la disposición por ayudar a la Iglesia de Jerusalén, caracterizada por su pobreza. Así lo certifica Pablo cuando comenta los avatares del Concilio de Jerusalén (cf. Hch 15,5-29) en su Carta a los Gálatas: “Reconociendo la gracia que me había sido concedida, Santiago, Cefas y Juan […] nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé, para que nosotros fuéramos a los gentiles y ellos a los circuncisos. Sólo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, cosa que he procurado cumplir” (Gal 2,9-10). A lo largo de las Cartas, Pablo recuerda el compromiso por reunir la colecta y llevarla a Jerusalén (1Cor 16,1). El empeño por compartir alcanzaba rasgos peculiares: “Que el catecúmeno comparte sus bienes con el catequista” (Gal 6,6).

    En síntesis; la caridad practicada por la Iglesia nacía del mandato y el ejemplo de Jesús; pero supo crear también ministerios, diáconos/diaconisas; también instituciones, colectas en favor de los pobres; y, sobre todo, determinar, como enfatizan los sumarios, que la comunidad destara por la fraternidad y el empeño por compartir los bienes.

 


No hay comentarios: