Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
Como narra el Génesis,
Dios creó el cosmos y confió al hombre la responsabilidad de conducirlo por la buena
senda; así la “casa común del hombre y los vivientes” podría ser la comunidad
“muy buena” deseada por Dios. No obstante, el ser humano, abrazado a la
idolatría, convirtió el proyecto de Dios en un yermo de “vacío y caos” (Jr
4,23).
Cuando la primitiva Iglesia palpó la
persecución, sintió la lejanía del triunfo del plan divino (Ap 3,1422;
9,13-21). Juan, testigo del Señor, quiso devolverle la esperanza; dijo a la
asamblea: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva. Habían desaparecido el antiguo
cielo y la antigua tierra” (Ap 21,1).
El antiguo cielo alude a la sociedad
dominada por los astros, metáfora de la idolatría que carcome el corazón humano
(Lc 21,25). La antigua tierra refiere la sociedad aherrojada en la injusticia
(Am 2,6-16). Cuando ambos desaparezcan, alboreará el cielo nuevo, eco de la
sociedad que refleja la gloria de Dios (Sal 19), y la tierra nueva, alegoría
del mundo que trasluce la bondad divina (Gn 1, 21). Ahora bien, la
transformación no advendrá por azar, sino por el testimonio cristiano, pues
“dar testimonio de Jesús y tener espíritu profético es una misma cosa” (Ap
19,10).
No hay comentarios:
Publicar un comentario