Francesc Ramis Darder
bibliayoriente.blogspot.com
Como hemos comentado,
la ciudad de Babilonia veía erguirse, detrás del Palacio Real, un gran zigurat,
llamado Etemenanki, “enlace entre el cielo y la tierra”. Tenía siete pisos, con
una base cuadrangular (91m), y una altura estimada de 100 metros; según algunos
arqueólogos no llegó a terminarse del todo. Los siete pisos corresponden a los
siete cielos planetarios; estaban pintados con colores adecuados a cada
planeta. La edificación era de adobe en el interior y de ladrillo en el
exterior. Disponía de escaleras adosadas en la zona exterior y una escalinata
perpendicular para ascender hasta el segundo piso; después, subiendo por las
escaleras laterales podía alcanzarse el séptimo piso donde se alzaba el
santuario, ámbito de sacrificios, y lugar de hierogamia, la relación íntima
entre un dios, representado por un sacerdote, y una mujer (Herodoto, Historia,
1,181). La tradición babilónica atribuye al zigurat la simbología de la escala
que quiere tocar el cielo; el zigurat simbolizaba el descenso de los dioses
sobre la tierra y la ascensión del hombre hacia el cielo.
El relato de la “Torre de Babel” (Gn
11,19), situada al final de la “Historia Primera” (Gn 1-11), evoca, desde la
óptica metafórica, el Etemenanki, que contemplaron los desterrados.
Seguramente, el recuerdo del gran zigurat de Babilonia influyó en la
composición de la narración de la Torre, cuando fue escrita en Jerusalén,
después del exilio. El recuerdo babilonio de la construcción de los zigurats
aflora el relato de la Torre. El Enuma Elis expone la técnica para edificar un
zigurat: “los dioses (annunanki) moldearon ladrillos” (VI, 60-62); técnica que
recoge la Escritura: “dijeron los hombres: Vamos a hacer ladrillos y a cocerlos
al fuego” (Gn 11,3). El Poema subraya el motivo para la erección de zigurat:
“Alzaron la cabeza de Esagila para igualar a Apsu […] habiendo edificado un
zigurat tan alto como Apsu” (VI, 63); la Escritura parece indicar un motivo
parejo en la intención de los hombres: “Vamos a edificar una ciudad y una torre
cuya cúspide llegue hasta el cielo” (Gn 11,4).
Los redactores bíblicos conocían
la técnica constructiva babilónica, pero al componer el relato de la Torre
aludieron al zigurat para resaltar un motivo teológico: el fracaso de la
idolatría.
Los versos del Segundo Isaías censuran y
ridiculizan la idolatría con el mayor empeño (Is 40,18-21; 41,6-7; 44,9-20).
Arremeten también contra la idolatría representada por Babilonia (Is 46-47).
Desde la perspectiva teológica, la profecía entiende que Babilonia intentó
parangonar su poderío con la exclusiva divinidad del Dios de Israel sobre la
historia humana. Decía la Gran Potencia: “Yo y solo yo” (Is 47,8.10); de ese
modo, quería enfatizar que era la divinidad que conducía el curso de la
historia.
A modo de contrapunto, la profecía pone en boca del Dios de Israel su
propia identidad: “Yo soy el Señor, y no hay otro” (Is 45,3.6); a la vez que
establece su exclusivo señorío sobre el cosmos y el devenir humano: “Yo hice la
tierra y creé al hombre sobre ella […] yo he hecho surgir a Ciro para libraros,
y voy a allanar sus caminos” (Is 45,12-13).
La idolatría de Babilonia estriba
en su pretensión de asimilarse con el Dios de Israel, el único Dios. Notemos,
en ese sentido, como la Escritura asimila la identidad de Babilonia, “Yo y solo
yo” (Is 47,8), con la identidad de Dios, “Yo soy el Señor” (Is 45,6), eco de la
revelación divina en la zarza que arde sin consumirse, “Yo soy el que soy […]
Yo soy” (Ex 3,14; cf. Is 43,25). Al decir de la Escritura, intentar investirse
de la autoridad del Señor, el único Dios, constituye el hondón de la idolatría.
Como sucede con cualquier ídolo, Babilonia se desvanece entre los dedos del
Señor. Así, la profecía proclama la sentencia divina contra el imperio
idólatra: “Baja a sentarte en el suelo, joven Babilonia; siéntate en tierra,
sin trono, capital caldea […] te sobrevendrá una desgracia que no podrás
conjurar” (Is 47,1.10).
El escenario del relato de Torre se sitúa
en la región de Senaar, en un lugar llamado Babel; el topónimo alude a la
ciudad de “Babilonia (Babilu)”, significa “Puerta de Dios”. Unos emigrantes de
Oriente alcanzan el territorio y se proponer “edificar una ciudad y una torre
cuya cúspide llegue has el cielo; dicen: así nos haremos famosos” (Gn 11,4). La
tarea evoca la decisión de Babilonia expuesta por la profecía: “subiré a la
cima de las nubes, seré igual al Altísimo” (Is 14,14; cf. 47,7).
Afinando la
cuestión, observamos también como quienes levantan la torre utilizan la forma
plural para describir su trabajo: “vamos a hacer ladrillos […] nos haremos
famosos” (Gn 11,3.4). Desde la óptica simbólica, la forma plural sugiere la
manera en que Dios decidió crear al ser humano: “Hagamos el hombre a nuestra
imagen y semejanza” (Gn 1,26). Así, la paralaje insinúa que la pretensión de
los recién llegados, como sucedía con Babilonia, intenta equiparar su tarea con
la del Señor, el único Dios; por eso constituye, como acontecía con Babilonia,
el eco de la idolatría.
Como toda tentación idolátrica, la soberbia
por alzar la torre, se desvanece ante la intervención del Señor. Dijo Dios:
“Voy a bajar a confundir su idioma para que no se entiendan” (Gn 11,7); algo
semejante obró Dios contra Babilonia: “Voy a vengarme (de tu idolatría) y seré
implacable” (Is 47,3).
El Señor dispersó a los constructores de la torre; y
añade, “por eso se llamó Babel, porque allí el Señor confundió la lengua de
todos” (Gn 11,9). La raíz “confundir (bll) presenta relación con la idolatría.
Así lo sentencia Oseas: “Efraín se mezcló (bll) con los pueblos” (Os 7,8), pues
mezclase con otros pueblos significa confundir la religión israelita con el culto
extranjero, culto idolátrico; dicho de otro modo, Efraín se ahogó en la
idolatría (cf. Is 44,19-20). Desde el horizonte metafórico, también Babilonia
quedó en la confusión después la intervención divina; pues la urbe que se
proclamaba “soberana de reinos” (Is 47,5), tuvo que atenerse, como las
esclavas, a “tomar el molino y moler el trigo” (Is 47,2).
Quienes se asentaron en Jerusalén, después
del destierro, recordaban el terror babilónico que devastó Judá (2Re
23,28-25,26). Quizá por eso colorearon Babilonia con el aura del gran ídolo que
había pretendido usurpar la exclusiva autoridad del Señor sobre la historia
humana (Is 14; 46-47). Recogiendo un mito oriental que atribuía la
multiplicidad de idiomas a la decisión divina de dividir la única lengua
hablada por la humanidad primigenia, y haciendo memoria del gran zigurat,
compusieron el relato de la Torre de Babel para establecer la banalidad de la
idolatría y enfatizar, a modo de contraluz, el exclusivo señorío del Dios de
Israel sobre la historia humana.
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