Francesc Ramis Darder
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Cuando Hammurabi empuñó
el cetro (1792-1750 a.C.), después de la muerte de su padre, Sîn-muballit, el
territorio babilónico era pequeño, abarcaba el contorno del antiguo Acad, y
estaba rodeado de estados poderosos que aspiraban, en diversa medida, a su
conquista. Asiria, regida por Shamshi-Adad I (1812-1780 a.C.); Larsa, gobernada
por Rîm-Sîn (1822-1763 a.C.); Eshnunna, dirigida por Dâdusha (1794-1785 a.C.); Mari,
gobernada por un hijo de Shamshi-Adad,
Iasmad-Adad; e incluso Elam, asentado sobre una nueva dinastía (ca. 1850
a.C.), intrigaba contra Babilonia. Sin embargo, Hammurabi, con sagacidad
diplomática y habilidad política, aprovechó la coyuntura propicia para llegar a
enseñorearse de Mesopotamia.
Durante los primeros años de reinado,
Hammurabi se aseguró el control de
Babilonia y organizó el ejército. Después, emprendió la conquista de Uruk e Isin
(1787 a.C.), arrebatándoselas al reino de Larsa, así amplió y aseguró la
frontera meridional de Babilonia. A continuación, lanzó una campaña contra Iamutbal, región oriental
situada al este entre el Tigris y los Zagros, hasta tomar Malgum, la ciudad más
relevante de la zona (1786 a.C.); hasta entonces, la región había estado en
manos de los descendientes de los amorreos que habían penetrado en la región tras
la caída del imperio de Ur. Más tarde, conquistó Rapiqum y Shalibi, también en
la región levantina. De ese modo, Hammurabi dominaba Babilonia y asuraba la
frontera meridional y el levante. Con intención de acrisolar su autoridad,
erigió y embelleció numerosos templos; para acrecer la productividad del reino,
emprendió obras hidráulicas, como el gran canal que irrigaba las tierras del
sur; y a fin de proteger el territorio, amuralló ciudades, consolidó el
ejército y acondicionó las vías comerciales.
Como dijimos en el capítulo anterior, a la
muerte de Shamshi-Adad I (1781 a.C.), la corona de Asiria recayó en su hijo
Ishme-Dagan, mientras otro hijo, Iasmad-Adad, permanecía como virrey de Mari. Cuando
el virrey asirio dirigía el destino de Mari, Zimri-Lim, hijo de Iahdun-Lim,
antiguo rey de Mari, sufría el destierro en Mesopotamia septentrional. Sin
embargo Zimri-Lim, ayudado por su suegro, Iarim-Lim, rey de Yamhad, destronó al
asirio Iasmad-Adad y ciñó la corona de Mari (ca. 1780-1759 a.C.), sin que su
hermano Ishme-Dagan, rey de Babilonia, pudiera ayudarle, pues seguramente confutaba la amenaza de Eshnunna y
de los nómadas del noreste. A las órdenes de Zimri-Lim, Mari experimentó un
notable progreso; quizá el mejor testigo
del auge del país lo constituya el palacio real de Mari, reconocido por las
arqueólogos como joya de la arquitectura oriental antigua. El rey refutó el
ataque de los nómadas, asentados en el entorno de las ciudades; confirmó su
autoridad sobre el Eúfrates medio y el valle del Harbur, rico en el aspecto
agropecuario; reconstruyó los muelles del Eúfrates en la ciudad de Mari para
acrecer el comercio; y drenó el Harbur, entre otras obras hidráulicas, para
desarrollar la agricultura. No obstante, cuando Zimri-Lim sintió la amenaza de
Ibal-pî-El II, rey de Eshnunna (ca. 1777 a.C.), buscó la alianza con Hammmurabi
para defenderse del peligro.
La fiereza de Ibal-pî-El II concitó una
alianza de estados que pretendían acabar con el poderío babilónico (1764 a.C.).
Así Eshnunna, los subarteos (término que designa a los asirios, o a los pueblos
más septentrionales de Mesopotamia), Qutium antigua patria de los qutu, los
rebeldes de la región de Malgûm al este del Tigris, y Elam en la meseta irania,
atacaron Babilonia. Hammurabi derrotó a la coalición con ayuda de las tropas de
Mari, su aliado; y por si fuera poco, conquistó Larsa y deportó a su rey,
Rîm-Sîn (1763 a.C.), a Babilonia. La victoria y la conquista confirmaron la
realeza de Hammurabi sobre “Sumer y Acad”. De todos modos, Eshnunna trenzó una
segunda alianza contra Babilonia; se asoció con los subarteos, los qutu, y el
país de Malgium, situado en el Eúfrates medio, para tacar Babilonia. Hammurabi
derrotó a la coalición y, avanzando por la orilla del Tigris, llegó a la
frontera de Subartu, la región más septentrional de Mesopotamia (1762 a.C.). A
continuación, Hammurabi emprendió una campaña contra Mari y Malgum. El motivo
de la campaña resulta incierto, pues Mari, mantenía una alianza con Babilonia;
al decir de los estudiosos, la razón pudiera estar en que Mari, temiendo la
pujanza de Babilonia, hubiera quebrado el pacto con Hammurabi para buscar el cobijo
de Malgum. Hammurabi conquistó ambos reinos, pero permitió que Zimri-Lim
permaneciera en el trono de Mari como vasallo de Babilonia (1761 a.C.). No
obstante, Zimri-Lim se rebeló contra Hammurabi, por eso el babilonio arrasó
Mari y acabó con su rey (1759 a.C.). Con la destrucción de Mari, las tareas
administrativas de la región fueron trasladadas a la ciudad de Terqa donde
amaneció una dinastía local, los llamados “reyes de Hana”, bajo tutela
babilónica.
Más tarde, Hammuarabi aprovechó la catástrofe provocada por las
inundaciones de Eshnunna para conquistar la ciudad y su territorio (1756 a.C.);
aun así, asentó al sucesor de Ibal-pî-El II, Silli-Sîn, como gobernador de
Eshnunna sometido al vasallaje babilonio. Aunque Asiria reconoció la sumisión a
Babilonia (ca. 1757 ó 1755 a.C.), pudo conservar su independencia nominal,
aislada en el norte y con su territorio mermado; pues su rey, Ishme-Dagan,
permaneció en el trono como vasallo hasta 1741 a.C. A pesar de su pujanza
militar, Hammurabi renunció a la conquista de la zona más occidental de
Mesopotamia ocupada por los hurritas, tribus de origen indoeuropeo, que
comenzaban a fundar reinos independientes; de ese modo, dominó toda
Mesopotamia, con excepción de los principados hurritas.
Orgulloso de su imperio, Hammurabi añadió a su
titulatura real la designación de “Rey del Universo” o “Rey de las Cuatro
Partes del Mundo”, título adoptado antaño por Sagón I, emperador de Acad. Como
veremos más adelante, también pasó a la historia por la legislación recogida en
el llamado “Código de Hamurabi”. La erudición de sus escribas determinó la
composición del magno poema “Enuma Elish”, mientras la recopilación de la
tradición sumerio alumbró las primeras once tablillas de la “Epopeya de
Gilgamesh”, entre otros numerosos escritos. La grandeza de Hammurabi alentó la
leyenda, surgida en vida del soberano y ensalzada por la propaganda imperial para
magnificar las cualidades del monarca.
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