Francesc Ramis Darder
El
quinto mandamiento “No matarás” (Ex 20,13) prohíbe todo
asesinato, pero va mucho más lejos al proscribir cualquier
violencia. Una forma de violencia que conmueve a la sociedad es la
violencia doméstica que padecen mujeres y niños. En España muere
una mujer cada semana como consecuencia de la agresión de un hombre
que convive o ha convivido con ella, y son bastantes las que sufren
en silencio la crueldad psicológica y la agresión física. Durísima
es la violencia contra los niños sometidos a la pederastia o a
cualquier abuso.
La
violencia contra mujeres y niños no es nueva. Los raros relatos que
nos permiten entrar en la intimidad de la familia israelita presentan
a la mujer amada y escuchada por su marido, y tratada por él como
igual (1Sam 1,4-23). Sin embargo desde el aspecto social y jurídico,
la situación de la mujer en el Israel más antiguo era, al parecer,
inferior a la que disfrutaba en los países vecinos como Egipto o
Babilonia. De todos modos en la colonia judía de Elefantina, en el
Alto Egipto, la mujer adquirió ciertos derechos civiles: podía ser
propietaria y por eso estaba sujeta al pago de impuestos.
Ante
los padecimientos de mujeres y niños por el simple hecho de serlo,
no es extraño que los profetas levantaran la voz en su defensa: “...
socorred a los huérfanos, defended a la viuda” (Is 1,17). Y Jesús
tuvo a los niños por privilegiados en su Reino (Mt 18,2-5), e hizo
de las mujeres los primeros testigos de la resurrección (Mt
28,1-10). La militancia cristiana no debe circunscribirse a las
necesidades estructurales, sino comenzar por hacer de nuestros
hogares ámbitos donde se respire amor y respeto.
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