Francesc Ramis Darder
En palabras de
Pablo VI uno de los dramas de nuestro tiempo es la ruptura de relaciones entre
la fe y la cultura. Un ejemplo luminoso de la integración de la fe en el ámbito cultural lo
hallamos en el proceso de traducción de la Biblia hebrea a la lengua griega.
Por un cúmulo
de razones, parte de la comunidad israelita emigró a Egipto estableciéndose en
la ciudad de Alejandría. Los judíos continuaban con sus tradiciones, y alababan
al Señor proclamando la Sagrada Escritura. Rápidamente, percibieron la
situación: Alejandría era el foco de la cultura helenista donde la lengua y el
pensamiento eran griegos.
Los judíos con
la intención de divulgar su fe y ofrecer el Antiguo Testamento a la cultura
universal, tradujeron la Biblia hebrea al griego. No fue tarea fácil sino el
resultado de un proceso que abarcó tres siglos (III-I aC). Dicha traducción se
denomina de “los Setenta”, porque según cuenta la tradición referida en la
“Carta de Aristeas” (I aC) fue realizada
por 70 traductores.
Cuando nació la
Iglesia, los cristianos se preguntaron qué edición del AT escoger: ¿la hebrea o
la griega? Los misioneros adoptaron el AT griego, no con la intención de
despreciar el hebreo, sino percibiendo un detalle básico: la Iglesia es
misionera por naturaleza, y como la cultura imperante era el helenismo, la
mejor manera de sembrar el cristianismo era transmitirlo con la mentalidad
griega. Y así se hizo.
El diálogo entre la fe y la cultura es clave en nuestro
época, pero dicho diálogo fructifica cuando en el corazón de los cristianos
late el deseo de anunciar sin miedo a Jesucristo resucitado, escuchando los
desafíos de nuestro mundo y ofreciéndole la radicalidad evangélica a toda persona de buena voluntad.
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