sábado, 21 de junio de 2014

SABIDURÍA BABILÓNICA Y BÍBLICA

                                                                                         Francesc Ramis Darder


El Doliente y su Amigo constituye una meditación sobre la miseria humana. Comenzó a entretejerse en Babilonia (XI a.C.), pero las copias más antiguas proceden de la biblioteca de Asurbanipal. Las primeras letras de cada verso constituyen el acróstico que delata la identidad del compilador: Yo soy Saggil-kinam-ubbib, sacerdote, cantor, siervo de la asamblea divina y del gran rey. El poema constituye el diálogo entre un hombre hastiado de la vida, y su amigo que discute con él.

    Recuerda la disputa de Job con sus amigos. Job, harto de dolores, pregunta a sus compañeros la razón de su penar. Los amigos le hablan de la bondad de Dios con los justos, pero Job les pregunta: ¿Por qué siguen vivos los malvados, que envejecen y acrecen su poder? (Job 21,7; Jr 12,1; Ecl 8,14). La respuesta es pareja a la del Doliente a su amigo: "Quienes se olvidan de sus dioses prosperan […] los pecadores triunfan, mientras yo he fracasado" (Lin. 66-67).

    El Eclesiastés subyaga la identidad del hombre que no encuentra sentido a la vida. Proclama con hastío: A lo largo de la vida, he observado que en el puesto de la Ley está el delito; en el puesto de la justicia, la injusticia (Ecl 3,16). De modo análogo, clama el Doliente: He buscado orden en el mundo, pero todo está al revés (Lin 243-253). El Eclesiastés suplica el auxilio divino: Respóndeme, Señor, pues tu amor es bondadoso; por tu inmensa ternura vuélvete hacia mí (Ecl 69,17). De modo parejo, exclama el Doliente: Que la asamblea divina, que me abandonó, tenga misericordia de mí (Lin 287-297). Ahora bien, el Doliente, apegado al politeísmo, requiere el auxilio de la pluralidad de dioses, alejados del ser humano. Mientras el Eclesiastés demanda la bondad de Dios, capaz de colmar la vida de sentido; pues sentencia: Confía en Dios y guarda sus mandamientos, porque en esto consiste ser hombre (Ecl 12,13).

    Como sucede con el Diálogo, la Lamentación constituye un género literario común a la Escritura y al pensamiento mesopotámico. La Lamentación por la Ciudad de Ur aparece en una colección de tablillas descubiertas en Nippur.

    La Lamentación gime por la caída de la ciudad de Ur bajo la espada de Kindattu, rey de Elam (2004 a.C.). Señala con tristeza como hasta los mejores monarcas y las urbes esplendentes, tarde o temprano, sucumben. No obstante, una ciudad devastada puede levantarse de nuevo. Como sabemos, el eje de toda ciudad recaía en el templo, por eso quienes rehicieron Ur comenzaron reconstruyendo el santuario. Cuando lo alzaban, recitaban la Lamentación para recordar a los dioses, como sucedía entre los antiguos, que los constructores eran ajenos a quienes lo habían devastado.

    El libro de las Lamentaciones describe la destrucción de Jerusalén por la espada de Nabucodonosor: Ha hundido en tierra sus puertas […] el rey y sus príncipes están entre paganos (Lam 2,9). De modo análogo, señala la Lamentación por Ur: el dios Enlil ha huido de Nippur (urbe vecina de Ur) el viento pasa por la puerta de la ciudad (LUr 1,37). Ambos poemas lloran la caída de una urbe. No obstante, la debacle de Ur, lamenta la huída del dios Enlil, mientras la Lamentación gime por la huída del rey y los príncipes. Los moradores de Nippur, apegados al politeísmo, pensaban que cada ciudad estaba regida por un dios que pugnaba con los otros para mantener su prebenda; por eso, cuando caía la villa, la divinidad huía para que la poseyera otro dios, enemigo del anterior. Ahora bien, la Escritura afirma la unicidad de Yahvé; por eso, aunque Jerusalén haya caído, Dios continúa velando por ella (Is 54,8), mientras los nobles, culpables del desastre, abandonan la ciudad con el acíbar de la derrota (Jr 52).

    La Escritura recoge el calado de Diálogos y Lamentaciones, habituales en la cultura mesopotámica. Aún así, les confiere un valor teológico más hondo. Asentada en el monoteísmo, la Escritura no aboca al ser humano hacia la desesperación, le ofrece el horizonte hacia el que orientar la vida: la observancia de los mandamientos (Ecl 12,13), y el consuelo divino (Job 42,1-6).

     Para ampliar información, pueden consultar mi libro "Los sabios, testigos del Dios de la vida":
http://bibliayoriente.blogspot.com.es/2013/01/los-sabios-testigos-del-dios-de-la-vida.html

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