martes, 6 de mayo de 2014

¿QUÉ SIGNIFICA PENSAR?


                                                                              Francesc Ramis Darder


La capacidad de pensar no supone la posesión de muchos títulos académicos, sino que implica actuar como un profeta y vivir como un sabio. El pensamiento israelita estaba marcado por la cultura mesopotámica y egipcia, pero estableció diferencias capitales que le confirieron  identidad propia.

    Mesopotamia era la región de las leyes. No en vano, el monumento más recordado es el “Código de Hamurabi” (1728-1686 aC.): cuerpo legal, grabado en piedra, que regula los ámbitos de la existencia humana. Tres cosas llaman especialmente la atención en las leyes mesopotámicas: la crueldad, los excesos en la pena de muerte y los castigos vicarios; es decir, la posibilidad de que un inocente cumpla, por orden del juez, la pena del culpable. Catequéticamente la ley mesopotámica da la impresión de dureza y parece tender a eliminar la vida, aparece poco la posibilidad del perdón.

    El pueblo hebreo se inspiró en la ley mesopotámica pero cambió su raíz: disminuyó la pena de muerte, castigo normal en la cultura antigua; dulcificó la crueldad de las penas; impidió que el inocente cumpliera la condena del culpable; y, sobre todo, prohibió los sacrificios humanos. La ley israelita regulaba la existencia favoreciendo la vida. Los profetas exigían al pueblo y a los gobernantes que la ley acrecentara la vida del pueblo y de cada persona: Amós advierte que la plenitud humana pasa por la justicia, Oseas rememora la misericordia, e Isaías destaca la fe como baluarte del crecimiento humano.

    Egipto era el país de los sabios. La ilusión de todo egipcio era poseer elocuencia para hablar con Dios. La obra central de la cultura egipcia es el “Libro de los Muertos”. Redactado durante siglos educa en muchas cosas; pero, desde una óptica catequética, habilita al hombre para conversar con Dios a fin de que le deje entrar en el cielo después del juicio.

     La sabiduría egipcia es muy profunda y muy valiosa, pero los antiguos intentando emularla sin conseguirlo, le conferían un matiz burlesco. Refiramos una anécdota. Un ladrón muere y, al llegar a la puerta del cielo, es juzgado por Dios que le recrimina sus robos. Pero el ladrón, con la elocuencia adquirida en Egipto, convence a Dios de que sus hurtos fueron apropiaciones temporales de bienes que pensaba devolver en el futuro. Dios, admirado por la habilidad del bandido, le abre las puertas celestes. Desde la visión caricaturizada de un hebreo, la sabiduría egipcia no implica la responsabilidad ante la vida, sino que resalta “la habilidad para responder” a Dios en el día final y a cualquiera en todo acontecimiento de la vida saliendo siempre airoso.

    Israel asimiló la sabiduría egipcia aplicándole una mutación decisiva: la sabiduría no debe fomentar la “habilidad para responder” sino la “responsabilidad” ante la vida; es decir, el esfuerzo por desarrollar nuestras virtudes y atemperar las limitaciones. La sabiduría israelita deviene el arte de vivir en plenitud entre los condicionantes impuestos por la existencia.

    Pensar no es sólo razonar sino adquirir el estilo de vida del sabio y del profeta. Siguiendo a los sabios no se trata de ser “hábiles para responder” sino “responsables” ante la vida desarrollando nuestras virtudes y moderando nuestros límites. Imitando a los profetas, pensar implica dedicar la existencia a sembrar la vida promoviendo la justicia, la confianza, la fe y la misericordia.

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