domingo, 18 de diciembre de 2011

¿QUIÉN ES AMÓS? AMÓS: ¡SÓLO LA SOLIDARIDAD TIENE FUTURO!

     La nación levantada tenazmente por David se dividió en dos estados a la muerte de su hijo Salomón (930 aC). El reino del Norte se llamó Israel; y, con el tiempo, estableció la capital en Samaría. El reino del Sur, denominado Judá, mantuvo la capital en Jerusalén.

    La desigualdad social entre el Norte y el Sur dio lugar a la emigración desesperada. Muchos habitantes de Judá no veían otra solución a su miseria sino la huida hacia el norte, a Israel. Allí esperaban iniciar una nueva vida y encontrar la acogida de sus hermanos de religión, pues no debemos olvidar que tanto los moradores de Judá como de Israel creían en el mismo Dios. Pero los emigrantes del Sur no sólo eran mal acogidos en Israel, sino que sufrían la explotación de los poderosos del país.

    La desigualdad social en Israel alcanzó su cenit durante el reinado de Jeroboam II (784-744 aC). El monarca conquistó nuevos territorios, reconstruyó ciudades, desarrolló el comercio y embelleció los palacios; pero, a costa de una desigualdad social exorbitante: los ricos eran cada vez más ricos y los pobres más pobres.

    El libro de Amós describe sin tapujos la injustica social de Israel y especialmente de su capital, Samaría. Los palacios de las grandes familias estaban decorados con marfil (Am 3, 15). El oro y la plata son metales valiosos, pero el marfil además de riqueza denota ostentosidad. Los poderosos no sólo explotaban a los pobres, sino que abofeteaban, mediante la fastuosidad de sus mansiones, el dolor de los humildes. En contraste con el lujo de los pudientes, el texto bíblico señala la miseria de los pobres que debían venderse a cambio de un par de sandalias (Am 2, 6). El papel de la religión israelita era triste. No condenaba la injusticia sino que mantenía el orden establecido. 

    A pesar de la desidia religiosa, la Sagrada Escritura es muy clara: Dios no abandona nunca al pobre que clama justicia. Dios escuchó al pueblo oprimido y suscitó dos profetas: Amós y Oseas. Amós con el tono encendido de su palabra expondrá la volutad divina: ¡El Señor exige justicia social! El testimonio de la vida de Oseas será la metáfora de la intimidad del Dios liberador: ¡El Señor que exige la justicia tiene entrañas de misericordia!

    Amós denunció la injusticia y exigió la solidaridad, se enfrentó con las clases dirigentes y sufrió la persecución de los poderosos. Despreciado por las élites opulentas, el mensaje profético caló en el corazón de los pobres.

    El mensaje de Amós es muy claro: un sistema social basado en la explotación no tiene capacidad de sobrevivir; solamente la solidaridad tiene futuro, porque en la lucha por la solidaridad y la justicia late la intervención de Dios en la Historia humana.

    Nuestra época presenta aspectos concomitantes con la época de Amós. Muchos hombres y mujeres del Sur huyen de la miseria desperada, para recomenzar su vida en las tierras del Norte; igual que durante la vida de Amós los habitantes del Sur (Judá) emigraban al Norte (Israel) para sobrevivir. Depositaban su confianza en la acogida fraterna, pues los moradores de Judá e Israel creían en el mismo Dios. Pero los emigrantes topaban con la ostentosidad de los palacios revestidos de marfil y la explotación de la clase dirigente. Aquella sociedad opulenta se quebró aplastada por el peso de la soberbia y la codicia de su dinero. ¿Sucederá lo mismo con la nuestra?

    Dios exige justicia social, y sus entrañas de misericordia mantienen la esperanza de que optemos por la solidaridad, el único futuro feliz.

                                                                                    Francesc Ramis Darder.  

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