viernes, 18 de septiembre de 2015

¿QUÉ DICE EL SEGUNDO ISAÍAS? is 40-55 Segunda parte

                                                             Francesc Ramis Darder


EL COMBATE CONTRA LA IDOLATRÍA (40, 12 - 44, 23).

    La palabra profética anuncia al pueblo que Dios viene a cuidarlo (40, 9.11); pero, la voz del profeta, topa con una dificultad: Israel está lejos de Dios y apegado a los ídolos. El profeta se ve en la necesidad de recordar la identidad de Dios y comentar sus maravillas. Yahvé es Creador, Señor de la Historia y Liberador de Israel. En contraposición a la grandeza divina; los ídolos son ridículos, efímeros, e incapaces de salvar.

    1.Yahvé es Señor de la Creación (40, 12-31).

       Dios crea los Cielos (40, 26) y la Tierra (40, 28), y es señor de la Historia (40, 28). Habita más allá del círculo de la Tierra (40, 22) pero no se desentiende del avatar humano, sino que fortalece al cansado y da energía a quien desfallece (40, 29). Ni el mundo (40, 11-12), ni las naciones (40, 15) son comparables a Dios, y ni siquiera el culto sondea su grandeza (40, 16). Frente a la magnificencia de Dios, señor del Cosmos y la Historia, los ídolos son entidades ridículas (40, 19-20): pequeñas figuras de fundición (oro, plata,  madera), forjadas en el taller del orfebre.

    2.Yahvé conduce la Historia (41, 1 - 42, 13).

         Ciro el Grande (555-529) conquistó Babilonia (538) y libero a Israel del dolor de su exilio (587-538). La lectura creyente de la realidad enseña que la Historia no es fruto del azar, sino que acontece según el proyecto de Dios. La ascensión de Ciro no es fortuita, sino que brota del designio divino (41, 2.25). Sólo Yahvé presagió de antemano las proezas de Ciro (41, 26), mientras los falsos dioses no pudieron anunciar el porvenir (41, 21-22), y fueron incapaces de cualquier acción (41, 24).

     Dios guía la Historia en favor de Israel. Yahvé trasformará el desierto, metáfora de Israel devastado, en vergel, símbolo del pueblo reconstruido (41, 17-20). Al contraluz de Dios que forja la Historia para bien de su pueblo; aparecen los idólatras que elaboran, con mucho esfuerzo,  imágenes incapaces de toda acción (41, 6-7).

    3.Yahvé libera a Israel (42, 14 - 44, 23).

       Dios concreta su poder sobre el Cosmos y la Historia en la Liberación de Israel. Yahvé es el "goel" de Israel (43, 14; 44, 6). En la sociedad israelita, el "goel" es el pariente más próximo de una persona que se encuentra obligado a defenderla y proteger sus derechos. Cuando un israelita vende bienes para pagar deudas, es preceptivo que el "goel" adquiera lo vendido y restablezca la propiedad del clan (Lv 25, 25-34); también, al venderse un israelita como esclavo a un extranjero, el "goel" debe rescatarlo (Lv 25, 47-54).

        Israel es un pueblo saqueado y despojado (42, 22). Yahvé, "goel" de Israel, le rescata (43, 1-7), y le otorga nueva vida (43, 14-21). No sólo actúa por la obligación que impone ser "goel", sino porque ama a su pueblo (43, 4.14). La vida nueva de Israel, engendrada por amor, es tan distinta a la anterior (42, 18-25) que se entiende como nueva creación (43, 4.15). Israel liberado, creado de nuevo, manifestará a las naciones la gloria de Dios (43, 7) y proclamará la alabanza del Señor (43, 21).

        En oposición a Yahvé que libera y vivifica a Israel; los idólatras destruyen la naturaleza, para elaborar imágenes muertas, incapaces de liberar a quien las invoca (44, 9-20).



LA MISION DE CIRO Y LA CAIDA DE BABILONIA (44, 24 - 48, 22).

    La Palabra cala en el pueblo. La verdad no está en los ídolos, sino en Yahvé, que actúa para propiciar la Liberación de Israel. El pueblo podría inquirir: ¿dónde acontece la actuación de Dios?. Israel esperaría captar la divinidad con las mediaciones del AT: sacerdote, profeta y rey. La palabra profética sorprende. Dios no actúa sólo con los medios propios del AT, acontece también en los signos de los tiempos. Ciro es el instrumento de Yahvé para salvar a Israel; Babilonia, el paradigma de la opresión y de la ausencia de Dios; e Israel, el testigo de la liberación del Señor.

    1º Ciro: mediación de Yahvé para salvar a Israel (44, 24 - 45, 19).

       Yahvé suscita a Ciro para liberar a Israel y posibilitar la reedificación de Jerusalén y las ciudades de Judá (44, 28; 45, 13). La elección de Ciro es tan crucial que se le llama "pastor" (44, 28) y "ungido" (45, 1). Israel se asombra de la elección de Ciro, un rey pagano, para su liberación (45, 9-11). Yahvé ama a Israel (45, 4) y lo engendra (45, 10), rige el universo y crea al hombre (45, 12); por eso tiene el mejor criterio para elegir la vía de liberación, y ese camino es Ciro (45, 9-13). Mediante la elección de Ciro, Yahvé probará que sólo él es Dios, y afirmará que donde acontece la liberación se manifiesta la actuación de Yahvé.

        Israel era un pueblo pequeño, aferrado a su Dios. Yahvé le revela que no sólo es Dios de Israel sino de todos los pueblos. Yahvé dirige la actuación de Ciro, un rey extranjero, hacia la salvación de Israel; con lo que demuestra el poder de su divinidad, no sólo sobre Israel, sino sobre todas las naciones. Yahvé dice a Ciro: "te he dado autoridad, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro Dios fuera de mí: Yo soy el Señor y no hay otro" (45, 5.6). Yahvé no es un dios entre otros. El único Dios, es el Dios de Israel "Sólo en ti se halla Dios, y no hay más dioses" (45, 14).

    La lección que nos da  44, 24 - 45, 19 es muy clara: Donde hay liberación social y humana actúa Dios. La acción de Ciro engendra la liberación de Israel, y los pueblos acuden a Israel liberado para encontrar al Salvador (45, 14-17).

    2º Babilonia: paradigma de la ausencia de Dios (45, 20 - 47, 15).

        Yahvé es el Dios único (45, 21) que guía la Historia (45, 21; 46, 9.10), para liberar a Israel (46, 3-4) y todos los pueblos (45, 22). La Palabra profética muestra en Ciro la presencia de Dios y en Babilonia la ausencia de Dios. El pueblo podría esperar el vacío divino con símbolos del AT: mal rey o falsos profetas. Yahvé elige un signo de los tiempos para recalcar su ausencia: Babilonia. ¿Por qué?.

        Yahvé es señor de la Historia (40, 28), pero Babilonia quiso ejercer el dominio de la Historia: "Decía: Por siempre seré soberana" (47, 7). Sólo Yahvé es Dios "yo soy Dios y no hay otro" (45, 22), pero Babilonia deseó ser su propio absoluto "Yo y sólo yo" (47, 8.10). Babilonia se disfraza de Dios; pero no es Dios, porque su actuación no libera: "no te apiadaste, abrumaste con tu yugo a los ancianos" (47, 6). Donde florece la liberación y la verdad, Ciro, actúa Yahvé (46, 4); donde acontece la opresión (47, 6) y la superstición, Babilonia, mora la idolatría.

    3º Israel: testigo de la divinidad de Yahvé (48, 1 - 22).

        El Israel devastado figura como desierto (40, 3) y hierba (40, 7). La postración no es casual, se debe a la injusticia (48, 1), infidelidad y rebeldía del pueblo (48, 8). Incluso el abatimiento permite al profeta la lectura creyente de la realidad. La sima en la que ha caído Israel por su pecado, desde la óptica divina, es la ocasión para que Israel vuelva a Yahvé y sea un pueblo nuevo: "Te he purificado, y no como se hace con la plata, sino que te he probado en el crisol de la desgracia" (48, 10).

         Israel deviene para todos los pueblos signo de la liberación de Yahvé: "Decid: el Señor ha rescatado a su siervo Jacob" (48, 20). Ahora comenzará para Israel lo difícil, la decisión de levantar el país siguiendo los criterios de Dios; que, como toda opción valiosa, implicará decisión y esfuerzo.



EL SUFRIMIENTO: MISTERIO DE FECUNDIDAD (49, 1 - 53, 12).

    La Palabra voceada por el profeta va trocando al pueblo que es hierba (40, 7) en mirto y ciprés (55, 13). La Palabra ha revelado que Yahvé es el Liberador de Israel. El pueblo podría conformarse con su descubrimiento; pero el encuentro con Dios no adormece la existencia, sino que la proyecta hacia el futuro: la vida se vive hacia adelante.

     La Palabra descubre a Israel su intimidad con Dios, pero le desvela un desafío apasionante: la necesidad de convertirse en pueblo nuevo, plasmado en la reconstrucción de Jerusalén. La opción por crecer como pueblo implica confianza en Dios, ilusión por construir el futuro, y decisión para dejar el lastre del pasado.

    1º Israel: La pasividad ante el futuro.

        Soñar un futuro esplendente es fácil, construirlo con el sudor cotidiano, difícil. Jerusalén teme el esfuerzo del crecimiento personal, y atribuye su desidia al designio divino: "Me ha abandonado Dios, el Señor me ha olvidado" (49, 14). Sión se complace en su desidia: "No hay nadie que la guíe entre los hijos que dio a luz, nadie que la lleve de la mano" (51, 18). Jerusalén sumida en su pesar se acomoda a su fracaso.

     2º Yahvé: el Dios fiel.

          Yahvé no es culpable de la ruina de Israel. El Señor aclara la causa de la aflicción de su pueblo. La quiebra de Israel no se debe al capricho divino, sino a la infidelidad del pueblo: "Si habéis sido vendidos como esclavos se debe a vuestros crímenes ... es por culpa de vuestros pecados" (50, 1).

          El ocaso de Israel no es definitivo, Yahvé anima al pueblo a alzarse: "¡Despiértate Jerusalén, despiértate y ponte en pie ... ponte tus vestidos de fiesta ... sacúdete el polvo y levántate!" (51, 17; 52, 1-2). Lo definitivo es el alba que Dios anuncia para su pueblo: "Consuela el Señor a Sión y a sus ruinas; convertirá su desierto en Edén, su estepa en jardín del Señor" (51, 3).
    
         Cuando el pueblo decida edificar su futuro Dios estará a su lado con amor apasionado. Aunque una madre pudiera olvidar el fruto de sus entrañas, Yahvé nunca olvidará a Israel (49, 15), porque Sión es su pueblo (51, 16). Yahvé es fiel (49, 7), no defrauda (49, 23), cobija a Israel en sus manos (51, 16), defiende su causa y lo salva (49, 26).

     3º El Siervo: La opción por engendrar el pueblo nuevo.

         Dios alienta la nueva vida de Israel, pero engendrar el futuro conlleva sufrimiento y esperanza. Implica abandonar el anclaje del pasado y comprometerse en la construcción de la nueva Jerusalén. Israel renunció a la institución antigua que denotaba la presencia de Dios: la Dinastía de David. En el exilio de Babilonia (587-538) fenecen los reyes descendientes de David. Israel opta por edificarse sobre bases nuevas: Yahvé será su rey (43, 15; 52, 7), y el mismo pueblo (43, 1-7) manifestará el destello de Dios en su seno (43, 7).

        El Siervo de Yahvé es un personaje misterioso que aparece en cuatro poemas del Segundo Isaías (42, 1-4; 49, 1-6; 50, 4-9; 52, 13 - 53, 12). Los comentaristas atribuyen al Siervo identidades diversas: Israel, el Israel fiel al Señor, Jeremías, Ciro, el mismo profeta, Zorobabel, etc. En lugar de indagar su identidad, maticemos su significado: El Siervo representa el misterio del sufrimiento.

         El término "misterio" alude en el lenguaje cotidiano a lo intrincado y oscuro. La significación es distinta en el vocabulario religioso: misterio es el ámbito donde acontece el encuentro entre Dios y el hombre, encuentro que implica siempre el crecimiento personal y comunitario. No hay amor sin dolor, ni nacimiento sin llanto. La Palabra de Dios penetra en Israel y lo acrece convirtiéndolo en pueblo nuevo. La Palabra no actúa mecánicamente, su eficacia depende de la libertad humana. La opción de la libertad implica dolor: dejar la carga del pasado y desplegar velas al futuro. El siervo representa el sufrimiento por crecer; la opción por desprenderse de las ataduras del pasado, y la decisión por dejar actuar la Palabra que transformará en mirto las ortigas de Israel (cf. 55, 13).

        El Siervo se deja tomar por la Palabra. Con su opción anula la desidia de Israel que se cerraba a la fuerza de Dios y se condenaba a ser un pueblo vencido. La decisión del Siervo acarrea un padecimiento tan intenso que cambia su semblante: "No había en él belleza ni esplendor, su aspecto no era atractivo" (53, 3). La angustia del Siervo no pasa desapercibida al resto del pueblo: "eran nuestras rebeliones las que lo traspasaban, y nuestras culpas las que lo trituraban. Sufrió el castigo por nuestro bien y con sus llagas nos curó" (53, 5-6).

        La decisión del Siervo por imbuirse de la Palabra, en contra de la abulia de Jerusalén, hace triunfar el proyecto de Dios: "Por haberse entregado en lugar de los pecadores, tendrá descendencia, prolongará sus días, y por medio de él, tendrán éxito los planes del Señor" (53, 10).

        Desde la perspectiva humana la opción del Siervo carecía de sentido. "Jerusalén piensa para sus adentros: Si no tengo hijos y soy estéril ... si he estado desterrada y repudiada ... si quedé del todo sola" (49, 21): ¿para qué el esfuerzo de abrise a la Palabra de Dios?. Desde la óptica de Dios, la decisión del Siervo, el esfuerzo por dejarse transformar por la Palabra, es lo único que permitirá la reconstrucción de Jerusalén: "Dice Dios: Después de una vida de aflicción comprenderá que no ha sufrido en vano. Mi siervo traerá a muchos la salvación" (53, 11).

        El misterio del sufrimiento revela que la Palabra es eficaz pero no actúa mecánicamente, sino a través de la decisión humana de permitirle entrar en el carazón y transformarnos. 


JERUSALEN RECONSTRUIDA (54, 1 - 55, 5).

    La opción por abrir la libertad al eco de la Palabra implica dolor, pero posibilita engendrar la nueva Jerusalén. La novedad de la Ciudad no reside sólo en su reedificación material. Decía Yahvé a Israel: "Ahora te revelo cosas nuevas, secretos que tú no conoces" (48, 6). Las "cosas nuevas" que hacen de Jerusalén una ciudad distinta son sus nuevos esponsales con Dios, sobre los que crece la ciudad reconstruida y la alianza inquebrantable del Señor.

    1º El nuevo desposorio de Yahvé con Jerusalén (54, 1-10).

        Jerusalén es la ciudad estéril y abandonada, avergonzada de su soltería y afrentada de su viudez (54, 1.4). Dios le dice: "Por un breve instante te abandoné, pero ahora te acojo con cariño inmenso. En un arrebato de ira te oculté mi rostro por un momento, pero mi amor por ti es eterno" (54, 7-8). El sufrimiento ha dispuesto el corazón del pueblo para recibir con plenitud al esposo (cf. 48, 10), un marido especial:: "tu esposo es tu Creador, su nombre es el Señor todopoderoso; tu libertador es el Santo de Israel, se llama Dios de toda la Tierra" (51, 5).

        Los profetas reflejan con la alegoría nupcial la relación de amor entre Dios y su pueblo (Os 2, 21-22; Jr 2, 2; Ez 16, 8), pero en 54, 1-10 adquiere un tono singular. Yahvé, por un momento (54, 7) y a causa del pecado (50, 1), abandona a Jerusalén, su esposa (54, 7). La Ley prohibe volver a casarse con la mujer repudiada (Dt 4, 4), pero el amor de Dios por Israel supera toda norma: "¿Podrá ser repudiada la esposa de juventud? ... aunque los montes cambien de lugar ... no cambiará mi amor por ti, dice el Señor, que está enamorado de ti" (54, 6.10). El nuevo semblante de Jerusalén reside en la ternura con que Yahvé la desposa: sólo el amor apasionado crea las cosas nuevas.

    2º La reconstrucción de Jerusalén (54, 11-17).

        El amor de Yahvé pone nuevos cimientos a la ciudad zarandeada que deviene hermosa, próspera y segura (54, 11). La belleza de Jerusalén aparece en los materiales con que Yahvé la levanta: malaquita, zafiro, rubíes, diamantes y piedras preciosas (54, 11-12). La arqueología prueba que Jerusalén no se edificó sobre alhajas, más bien señala la pobreza de sus edificios. El encanto de la Ciudad no nace de sus piedras, sino del amor de Quien erige sus muros. Las gemas son metáfora de la presencia de Dios en Jerusalén: el esposo que desposa la Ciudad y la reconstruye.

        La presencia de Dios se manifiesta en la prosperidad y la seguridad: "Esta es la suerte de quienes sirven al Señor, la salvación que yo les doy" (54, 17). El bienestar de la Ciudad brota de la instrucción del Señor a sus hijos (54, 13). Su seguridad es definitiva, pues nadie la atacará de parte de Dios, y si alguien lo intenta fracasará (54, 15-16).

    3º La alianza inquebrantable del Señor.

        Los esponsales de Yahvé y Jerusalén no son el final de un camino, sino el inicio del proyecto de Dios con la Humanidad: "Sellaré con vosotros una alianza perpetua, seré fiel a mi amor por David" (54, 3). Dios marchará siempre con su pueblo, pero no suplirá la libertad humana. Israel vivirá y se saciará del amor, sólo si escucha atentamente y bebe el agua que Dios le da (55, 1.2.3). El agua que colma la sed del pueblo (44, 20; 55, 1) es el espíritu y la bendición de Dios (44, 3), que derramada sobre el yermo de Israel lo troca en la alameda de Yahvé (44, 4).

        El pueblo que bebe el agua y escucha la palabra, expresa el honor de Dios y se convierte en su testigo ante las naciones (54, 4.5): manifiesta a todos los pueblos la gloria de Dios (43, 7). El pueblo transformado por Dios deviene la mediación para extender la alianza a todos los pueblos: "llamarás a un pueblo desconocido y un pueblo que te ignora correrá hacia ti" (55, 5).


CONCLUSION FINAL.


    Israel era un pueblo sumido en el fracaso; pero más importante que eso, es la certeza de que Dios no abandona a ninguno de los que ha llamado. El Señor con la fuerza de su Palabra regeneró a Israel hasta convertirlo en el pueblo que manifestaba la gloria de Dios ante las naciones. La Palabra de Dios inicia su tarea en el Prólogo (40, 1-11) y la consuma en el Epílogo (55, 6-13). Entre el Prólogo y el Epílogo figuran las etapas en que Dios vivifica a su pueblo: Combate contra la Idolatría (40, 12 - 44, 23), Misión de Ciro y caída de Babilonia (44, 24 - 48, 22), el Sufrimiento como Misterio de Fecundidad (49, 1 - 53, 12), Jerusalén Reconstruida (54, 1 - 55, 5).

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