miércoles, 28 de marzo de 2012

ORAR CON LA BIBLIA: SALMO 119, 129-136: “DICHOSO QUIEN SIGUE LA LEY DEL SEÑOR”


                                                                         Francesc Ramis Darder



    Localizamos el Salmo 119, 129-136 en la Biblia. Guardamos unos momentos de silencio para serenar nuestro espíritu. Pedimos al Señor que el Salmo nos ayude a vivir con intensidad la vida cristiana. Después iniciamos los tres pasos de la plegaria.


1º. ¿Qué dice el Salmo 119, 129-136?

    Leemos el texto con calma. El Salmo 119 es muy largo, leemos sólo ocho versículos (129-136) pero intentando saborear y entender cada palabra. Si no entendemos algún término, podemos consultar las notas de la Biblia que constan a pie de página.


2º. ¿Qué me dice el Salmo 119, 129-136?

    Leemos otra vez el Salmo despacio; podemos leerlo varias veces, pero tranquilamente. Nos fijamos en alguna palabra o frase que nos llame la atención. Por ejemplo, podríamos elegir una de estas: “Vuélvete y ten piedad de mí”, “Asegura mis pasos”, “Rescátame de la opresión”, “Ilumina tu rostro sobre mí”. Vamos repitiendo la frase en nuestro interior con la certeza de que Dios está a nuestro lado y nos acompaña.


3º. ¿Qué le respondo a vida?

    La frase elegida que repetimos no es fruto de la casualidad. Seguro que hay en nuestra vida situaciones que provocan la elección de la frase. Pensemos en la situación donde necesitamos la ayuda de Dios; tal vez un momento de angustia, de miedo, de tristeza, etc. Apliquemos a nuestra vida las palabras del Salmo. Recemos en nuestro interior: “Señor asegura mis pasos”, “ayúdame a vencer la opresión”, “ilumina mi camino”, “vuelve hacia mí tu misericordia”. La oración nos concede la gracia de sentir a Dios a nuestro lado, en los momentos de gozo y cuando el camino se hace difícil.

    Por último, leemos otra vez el Salmo; y con la fuerza del Señor nos lanzamos a la tarea cotidiana. Esta oración puede durar quince minutos. Si la hacemos cada mañana, iluminará nuestra jornada y nos ayudará a detectar la presencia misericordiosa de Dios en el rostro de los hermanos y en el fondo de nuestra alma.

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