domingo, 27 de septiembre de 2015

LUCAS, EVANGELISTA DE LA TERNURA DE DIOS

                                                                               
                                                                           Francesc Ramis Darder

Lucas, evangelista de la ternura de Dios


F. Ramis - La Casa de la Biblia

Verbo Divino

Lucas es el evangelista que mejor nos describe la ternura y la misericordia de Dios. El objetivo de estas páginas es recorrer el itinerario de la misericordia del Padre con la finalidad de animarnos en el seguimiento de Jesús. Mediante diez catequesis intentaremos aproximarnos al tercer evangelio y descubrir al Dios de la misericordia. La exposición de cada uno de estos temas se realiza mediante una estructura determinada: introducción, situación del episodio en el conjunto del evangelio, lectura del texto, elementos de la narración, síntesis final, propuesta de trabajo en grupo y reflexión personal.

El libro comienza explicando, en líneas generales, la estructura y los grandes temas del evangelio. A través de esas páginas se pone de manifiesto el núcleo de la reflexión: Jesús es el Señor que actúa en nuestra vida mediante la misericordia. A partir de ese bloque introductorio, el trabajo se desarrolla en un juego de preguntas y respuestas: ¿cómo actúa el Dios de la misericordia?, ¿dónde puedo encontrarme con el Señor?, ¿qué actitudes debemos tener para percibir en la Eucaristía y en los pobres a Dios de la misericordia?, ¿a dónde me lleva el encuentro con este Dios nuestro? Las respuestas, en diversos pasajes del mismo evangelio: la narración de Zaqueo, la curación de los diez leprosos, los discípulos de Emaús, la parábola del buen samaritano?

La lectio divina es el método propuesto para actualizar la Palabra en los avatares de la vida. Recordemos que el evangelio no se estudia solo para conocer a Cristo mejor. El evangelio se lee y se estudia para seguir a Cristo mejor. Tan solo desde el seguimiento fiel de Jesús podemos llegar a conocer bien al Dios de la ternura.
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viernes, 18 de septiembre de 2015

¿QUÉ DICE EL SEGUNDO ISAÍAS? Is 40-55 Primera parte


EL SEGUNDO ISAIAS. LA ZARZA CONVERTIDA EN CIPRES (Is 40-55).

                                                 Francesc Ramis Darder.

 (Sumario).

    La palabra profética no es un recuerdo del pasado, sino la voz de Dios que, cuando halla eco en nuestra vida, nos transforma de raíz. El Segundo Isaías describe poéticamente cómo la Palabra de Dios transformó a Israel devastado, y lo convirtió en el pueblo capaz de proclamar la gloria de Dios ante las naciones. La voz de Dios no sólo habló a Israel antiguo, sino que se dirige hoy a todos nosotros y nos comunica su fuerza liberadora.



EL SEGUNDO ISAIAS: LA PALABRA LIBERADORA (Is 40-55).


    Nuestra existencia cae a menudo en el desaliento. También Israel experimentó ese sentimiento y percibió su vida sumida en la sequedad. Ante las dificultades, sólo Dios permanece fiel con su Palabra. La fuerza de la Palabra transformó a Israel yermo en el  pueblo que manifiesta la gloria de Dios.


INTRODUCCION.

   El inicio del Segundo Isaías describe al Israel agostado. El pueblo es un desierto (40, 3), hierba seca y flor marchita (40, 7); mientras Jerusalén ha sufrido la amarga consecuencia de su pecado (40, 3).

   Dios no se resigna ante la muerte de su pueblo, sino que decide regenerarlo: "Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios, hablad al corazón de Jerusalén, gritadle que se ha cumplido su condena y que está perdonada su culpa ... entonces se revelará la gloria del Señor y la verán todos los hombres" (40, 1-5).

    La transformación que Dios pretende no es superficial, alcanza la entraña de Israel: "Hablad al corazón de Jerusalén" (40, 2). El corazón representa el eje de la persona, el lugar donde se asienta la relación con Dios, y la morada de los sentimientos humanos. Cuando Dios habla al corazón troca a Israel de raíz, el pueblo de hierba marchita (40, 7) manifestará la gloria de Dios (40, 5).

    El pueblo, quizás, esperara la reforma con prodigios externos: un templo esplendoroso o un monarca brillante. Dios sorprendre a Israel y adopta el medio inusitado de la Palabra: "Hablad al corazón de Jerusalén" (40, 2).

    Alguien oye una voz, la voz de Dios, que le dice "¡Grita!" (40, 6). Quién siente la invitación de Dios a proclamar la Palabra, se detiene a contemplar la realidad de su pueblo. Al ver la desolación de Israel, responde a Dios con desazón: "¿Qué voy a decir? ¡si todo el pueblo es hierba y su ilusión está marchita como la flor del campo!" (40, 7). A quien Dios ha llamado, le parece imposible que el pueblo se levante de la postración; desde la perspectiva humana no hay nada que hacer "Así es, el pueblo es hierba" (40, 7).

    Más adelante, quien siente el impulso divino de proclamar la Palabra, comienza a percibir las personas y las cosas con los ojos de Dios. Vuelve a observar a su pueblo, y constata que, humanamente, hay poco que hacer "se agosta la hierba y se marchita la flor ..." (40, 8). Aun así, su mirada no se detiene en la superficie, sino que alcanza la profundidad de la vida "... pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre" (40, 8).

    Ese "pero" es significativo. Indica la lectura creyente de la realidad. Quién capta la llamada de Dios, observa la desidia de su pueblo; pero junto al desaliento humano intuye lo esencial: la misma presencia de Dios que con su palabra mudará a Israel desde el hondón de su vida.

    Quien oyó una voz (40, 6) y luego aprendió a leer la vida con los ojos de Dios (40, 8), deviene profeta (40, 9-11). El profeta no hace cábalas sobre el futuro, para eso están los nigromantes y adivinos. Profeta es aquel que, sintiéndose forjado por la Palabra, comunica a los hombres de su tiempo; con lo que piensa, dice y hace, el designio liberador de Dios.

    El profeta sube a un monte y anuncia a las ciudades de Judá la Buena Nueva: "Aquí está vuestro Dios ... llega con poder ... su recompensa le precede ... como un pastor apacienta su rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos a los corderos y hace recostar a las madres" (40, 9-11). Sobre un pueblo ajado, el profeta vierte la Palabra. El Señor no es indiferente al sufrimiento de Israel yermo, es el Dios próximo que toma en brazos a su pueblo y lo hace revivir.

    El Segundo Isaías narra una bella historia. En el prólogo (40, 1-11), el profeta grita la Palabra de Dios al pueblo endeble como hierba (40, 1-11). El eco de la voz divina, engendrada en los labios del profeta, retumba en los oídos de Israel y, a lo largo del libro, lo convierte en pueblo nuevo (40, 12 - 55, 5). Al final, el epílogo constata que la Palabra ha renovado a Israel desde los cimientos: "En vez de zarzas crecerá el ciprés; en vez de ortigas, crecerán mirtos;  serán el renombre del Señor y monumento perpetuo imperecedero" (55, 13): El pueblo quebradizo y fugaz, zarza y ortiga, deviene verde y longevo como mirto y ciprés.

    La mediación divina para cambiar al pueblo es la Palabra: "Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar ... así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo" (55, 10-11). ¿ Qué significa la Palabra?.

    La zona más sagrada del Templo de Jerusalén se llamaba "Debir", conocido después como "Santo de los Santos": el sector reservado a Yahvé donde reposó el Arca de la Alianza. El término "Palabra" se pronuncia en hebreo "Dabar". Notemos la semejanza entre las voces "Debir" y "Dabar" al tener idénticas consonantes. El término "Dabar" recoge, como el "Debir", la profundidad y santidad del pensamiento de Dios. El "Dabar" es la Palabra que nace de Dios, alcanza el interior de la persona y la renueva. La Palabra de Dios no es cualquier palabra; es la expresión de la fuerza y la voluntad divina que, si la libertad humana lo permite, llega a lo más profundo del corazón y trastoca a la persona de raíz.

    La presencia de la Palabra regenera a Israel en cuatro etapas: 1ª El combate contra la idolatría (40, 12 - 44, 23). 2ª La misión de Ciro y la caída de Babilonia (44, 24 - 48, 22). 3ª El misterio del sufrimiento (49, 1 - 53, 12). 4ª Jerusalén reconstruida (54, 1 - 55, 5).




¿QUÉ DICE EL SEGUNDO ISAÍAS? is 40-55 Segunda parte

                                                             Francesc Ramis Darder


EL COMBATE CONTRA LA IDOLATRÍA (40, 12 - 44, 23).

    La palabra profética anuncia al pueblo que Dios viene a cuidarlo (40, 9.11); pero, la voz del profeta, topa con una dificultad: Israel está lejos de Dios y apegado a los ídolos. El profeta se ve en la necesidad de recordar la identidad de Dios y comentar sus maravillas. Yahvé es Creador, Señor de la Historia y Liberador de Israel. En contraposición a la grandeza divina; los ídolos son ridículos, efímeros, e incapaces de salvar.

    1.Yahvé es Señor de la Creación (40, 12-31).

       Dios crea los Cielos (40, 26) y la Tierra (40, 28), y es señor de la Historia (40, 28). Habita más allá del círculo de la Tierra (40, 22) pero no se desentiende del avatar humano, sino que fortalece al cansado y da energía a quien desfallece (40, 29). Ni el mundo (40, 11-12), ni las naciones (40, 15) son comparables a Dios, y ni siquiera el culto sondea su grandeza (40, 16). Frente a la magnificencia de Dios, señor del Cosmos y la Historia, los ídolos son entidades ridículas (40, 19-20): pequeñas figuras de fundición (oro, plata,  madera), forjadas en el taller del orfebre.

    2.Yahvé conduce la Historia (41, 1 - 42, 13).

         Ciro el Grande (555-529) conquistó Babilonia (538) y libero a Israel del dolor de su exilio (587-538). La lectura creyente de la realidad enseña que la Historia no es fruto del azar, sino que acontece según el proyecto de Dios. La ascensión de Ciro no es fortuita, sino que brota del designio divino (41, 2.25). Sólo Yahvé presagió de antemano las proezas de Ciro (41, 26), mientras los falsos dioses no pudieron anunciar el porvenir (41, 21-22), y fueron incapaces de cualquier acción (41, 24).

     Dios guía la Historia en favor de Israel. Yahvé trasformará el desierto, metáfora de Israel devastado, en vergel, símbolo del pueblo reconstruido (41, 17-20). Al contraluz de Dios que forja la Historia para bien de su pueblo; aparecen los idólatras que elaboran, con mucho esfuerzo,  imágenes incapaces de toda acción (41, 6-7).

    3.Yahvé libera a Israel (42, 14 - 44, 23).

       Dios concreta su poder sobre el Cosmos y la Historia en la Liberación de Israel. Yahvé es el "goel" de Israel (43, 14; 44, 6). En la sociedad israelita, el "goel" es el pariente más próximo de una persona que se encuentra obligado a defenderla y proteger sus derechos. Cuando un israelita vende bienes para pagar deudas, es preceptivo que el "goel" adquiera lo vendido y restablezca la propiedad del clan (Lv 25, 25-34); también, al venderse un israelita como esclavo a un extranjero, el "goel" debe rescatarlo (Lv 25, 47-54).

        Israel es un pueblo saqueado y despojado (42, 22). Yahvé, "goel" de Israel, le rescata (43, 1-7), y le otorga nueva vida (43, 14-21). No sólo actúa por la obligación que impone ser "goel", sino porque ama a su pueblo (43, 4.14). La vida nueva de Israel, engendrada por amor, es tan distinta a la anterior (42, 18-25) que se entiende como nueva creación (43, 4.15). Israel liberado, creado de nuevo, manifestará a las naciones la gloria de Dios (43, 7) y proclamará la alabanza del Señor (43, 21).

        En oposición a Yahvé que libera y vivifica a Israel; los idólatras destruyen la naturaleza, para elaborar imágenes muertas, incapaces de liberar a quien las invoca (44, 9-20).



LA MISION DE CIRO Y LA CAIDA DE BABILONIA (44, 24 - 48, 22).

    La Palabra cala en el pueblo. La verdad no está en los ídolos, sino en Yahvé, que actúa para propiciar la Liberación de Israel. El pueblo podría inquirir: ¿dónde acontece la actuación de Dios?. Israel esperaría captar la divinidad con las mediaciones del AT: sacerdote, profeta y rey. La palabra profética sorprende. Dios no actúa sólo con los medios propios del AT, acontece también en los signos de los tiempos. Ciro es el instrumento de Yahvé para salvar a Israel; Babilonia, el paradigma de la opresión y de la ausencia de Dios; e Israel, el testigo de la liberación del Señor.

    1º Ciro: mediación de Yahvé para salvar a Israel (44, 24 - 45, 19).

       Yahvé suscita a Ciro para liberar a Israel y posibilitar la reedificación de Jerusalén y las ciudades de Judá (44, 28; 45, 13). La elección de Ciro es tan crucial que se le llama "pastor" (44, 28) y "ungido" (45, 1). Israel se asombra de la elección de Ciro, un rey pagano, para su liberación (45, 9-11). Yahvé ama a Israel (45, 4) y lo engendra (45, 10), rige el universo y crea al hombre (45, 12); por eso tiene el mejor criterio para elegir la vía de liberación, y ese camino es Ciro (45, 9-13). Mediante la elección de Ciro, Yahvé probará que sólo él es Dios, y afirmará que donde acontece la liberación se manifiesta la actuación de Yahvé.

        Israel era un pueblo pequeño, aferrado a su Dios. Yahvé le revela que no sólo es Dios de Israel sino de todos los pueblos. Yahvé dirige la actuación de Ciro, un rey extranjero, hacia la salvación de Israel; con lo que demuestra el poder de su divinidad, no sólo sobre Israel, sino sobre todas las naciones. Yahvé dice a Ciro: "te he dado autoridad, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro Dios fuera de mí: Yo soy el Señor y no hay otro" (45, 5.6). Yahvé no es un dios entre otros. El único Dios, es el Dios de Israel "Sólo en ti se halla Dios, y no hay más dioses" (45, 14).

    La lección que nos da  44, 24 - 45, 19 es muy clara: Donde hay liberación social y humana actúa Dios. La acción de Ciro engendra la liberación de Israel, y los pueblos acuden a Israel liberado para encontrar al Salvador (45, 14-17).

    2º Babilonia: paradigma de la ausencia de Dios (45, 20 - 47, 15).

        Yahvé es el Dios único (45, 21) que guía la Historia (45, 21; 46, 9.10), para liberar a Israel (46, 3-4) y todos los pueblos (45, 22). La Palabra profética muestra en Ciro la presencia de Dios y en Babilonia la ausencia de Dios. El pueblo podría esperar el vacío divino con símbolos del AT: mal rey o falsos profetas. Yahvé elige un signo de los tiempos para recalcar su ausencia: Babilonia. ¿Por qué?.

        Yahvé es señor de la Historia (40, 28), pero Babilonia quiso ejercer el dominio de la Historia: "Decía: Por siempre seré soberana" (47, 7). Sólo Yahvé es Dios "yo soy Dios y no hay otro" (45, 22), pero Babilonia deseó ser su propio absoluto "Yo y sólo yo" (47, 8.10). Babilonia se disfraza de Dios; pero no es Dios, porque su actuación no libera: "no te apiadaste, abrumaste con tu yugo a los ancianos" (47, 6). Donde florece la liberación y la verdad, Ciro, actúa Yahvé (46, 4); donde acontece la opresión (47, 6) y la superstición, Babilonia, mora la idolatría.

    3º Israel: testigo de la divinidad de Yahvé (48, 1 - 22).

        El Israel devastado figura como desierto (40, 3) y hierba (40, 7). La postración no es casual, se debe a la injusticia (48, 1), infidelidad y rebeldía del pueblo (48, 8). Incluso el abatimiento permite al profeta la lectura creyente de la realidad. La sima en la que ha caído Israel por su pecado, desde la óptica divina, es la ocasión para que Israel vuelva a Yahvé y sea un pueblo nuevo: "Te he purificado, y no como se hace con la plata, sino que te he probado en el crisol de la desgracia" (48, 10).

         Israel deviene para todos los pueblos signo de la liberación de Yahvé: "Decid: el Señor ha rescatado a su siervo Jacob" (48, 20). Ahora comenzará para Israel lo difícil, la decisión de levantar el país siguiendo los criterios de Dios; que, como toda opción valiosa, implicará decisión y esfuerzo.



EL SUFRIMIENTO: MISTERIO DE FECUNDIDAD (49, 1 - 53, 12).

    La Palabra voceada por el profeta va trocando al pueblo que es hierba (40, 7) en mirto y ciprés (55, 13). La Palabra ha revelado que Yahvé es el Liberador de Israel. El pueblo podría conformarse con su descubrimiento; pero el encuentro con Dios no adormece la existencia, sino que la proyecta hacia el futuro: la vida se vive hacia adelante.

     La Palabra descubre a Israel su intimidad con Dios, pero le desvela un desafío apasionante: la necesidad de convertirse en pueblo nuevo, plasmado en la reconstrucción de Jerusalén. La opción por crecer como pueblo implica confianza en Dios, ilusión por construir el futuro, y decisión para dejar el lastre del pasado.

    1º Israel: La pasividad ante el futuro.

        Soñar un futuro esplendente es fácil, construirlo con el sudor cotidiano, difícil. Jerusalén teme el esfuerzo del crecimiento personal, y atribuye su desidia al designio divino: "Me ha abandonado Dios, el Señor me ha olvidado" (49, 14). Sión se complace en su desidia: "No hay nadie que la guíe entre los hijos que dio a luz, nadie que la lleve de la mano" (51, 18). Jerusalén sumida en su pesar se acomoda a su fracaso.

     2º Yahvé: el Dios fiel.

          Yahvé no es culpable de la ruina de Israel. El Señor aclara la causa de la aflicción de su pueblo. La quiebra de Israel no se debe al capricho divino, sino a la infidelidad del pueblo: "Si habéis sido vendidos como esclavos se debe a vuestros crímenes ... es por culpa de vuestros pecados" (50, 1).

          El ocaso de Israel no es definitivo, Yahvé anima al pueblo a alzarse: "¡Despiértate Jerusalén, despiértate y ponte en pie ... ponte tus vestidos de fiesta ... sacúdete el polvo y levántate!" (51, 17; 52, 1-2). Lo definitivo es el alba que Dios anuncia para su pueblo: "Consuela el Señor a Sión y a sus ruinas; convertirá su desierto en Edén, su estepa en jardín del Señor" (51, 3).
    
         Cuando el pueblo decida edificar su futuro Dios estará a su lado con amor apasionado. Aunque una madre pudiera olvidar el fruto de sus entrañas, Yahvé nunca olvidará a Israel (49, 15), porque Sión es su pueblo (51, 16). Yahvé es fiel (49, 7), no defrauda (49, 23), cobija a Israel en sus manos (51, 16), defiende su causa y lo salva (49, 26).

     3º El Siervo: La opción por engendrar el pueblo nuevo.

         Dios alienta la nueva vida de Israel, pero engendrar el futuro conlleva sufrimiento y esperanza. Implica abandonar el anclaje del pasado y comprometerse en la construcción de la nueva Jerusalén. Israel renunció a la institución antigua que denotaba la presencia de Dios: la Dinastía de David. En el exilio de Babilonia (587-538) fenecen los reyes descendientes de David. Israel opta por edificarse sobre bases nuevas: Yahvé será su rey (43, 15; 52, 7), y el mismo pueblo (43, 1-7) manifestará el destello de Dios en su seno (43, 7).

        El Siervo de Yahvé es un personaje misterioso que aparece en cuatro poemas del Segundo Isaías (42, 1-4; 49, 1-6; 50, 4-9; 52, 13 - 53, 12). Los comentaristas atribuyen al Siervo identidades diversas: Israel, el Israel fiel al Señor, Jeremías, Ciro, el mismo profeta, Zorobabel, etc. En lugar de indagar su identidad, maticemos su significado: El Siervo representa el misterio del sufrimiento.

         El término "misterio" alude en el lenguaje cotidiano a lo intrincado y oscuro. La significación es distinta en el vocabulario religioso: misterio es el ámbito donde acontece el encuentro entre Dios y el hombre, encuentro que implica siempre el crecimiento personal y comunitario. No hay amor sin dolor, ni nacimiento sin llanto. La Palabra de Dios penetra en Israel y lo acrece convirtiéndolo en pueblo nuevo. La Palabra no actúa mecánicamente, su eficacia depende de la libertad humana. La opción de la libertad implica dolor: dejar la carga del pasado y desplegar velas al futuro. El siervo representa el sufrimiento por crecer; la opción por desprenderse de las ataduras del pasado, y la decisión por dejar actuar la Palabra que transformará en mirto las ortigas de Israel (cf. 55, 13).

        El Siervo se deja tomar por la Palabra. Con su opción anula la desidia de Israel que se cerraba a la fuerza de Dios y se condenaba a ser un pueblo vencido. La decisión del Siervo acarrea un padecimiento tan intenso que cambia su semblante: "No había en él belleza ni esplendor, su aspecto no era atractivo" (53, 3). La angustia del Siervo no pasa desapercibida al resto del pueblo: "eran nuestras rebeliones las que lo traspasaban, y nuestras culpas las que lo trituraban. Sufrió el castigo por nuestro bien y con sus llagas nos curó" (53, 5-6).

        La decisión del Siervo por imbuirse de la Palabra, en contra de la abulia de Jerusalén, hace triunfar el proyecto de Dios: "Por haberse entregado en lugar de los pecadores, tendrá descendencia, prolongará sus días, y por medio de él, tendrán éxito los planes del Señor" (53, 10).

        Desde la perspectiva humana la opción del Siervo carecía de sentido. "Jerusalén piensa para sus adentros: Si no tengo hijos y soy estéril ... si he estado desterrada y repudiada ... si quedé del todo sola" (49, 21): ¿para qué el esfuerzo de abrise a la Palabra de Dios?. Desde la óptica de Dios, la decisión del Siervo, el esfuerzo por dejarse transformar por la Palabra, es lo único que permitirá la reconstrucción de Jerusalén: "Dice Dios: Después de una vida de aflicción comprenderá que no ha sufrido en vano. Mi siervo traerá a muchos la salvación" (53, 11).

        El misterio del sufrimiento revela que la Palabra es eficaz pero no actúa mecánicamente, sino a través de la decisión humana de permitirle entrar en el carazón y transformarnos. 


JERUSALEN RECONSTRUIDA (54, 1 - 55, 5).

    La opción por abrir la libertad al eco de la Palabra implica dolor, pero posibilita engendrar la nueva Jerusalén. La novedad de la Ciudad no reside sólo en su reedificación material. Decía Yahvé a Israel: "Ahora te revelo cosas nuevas, secretos que tú no conoces" (48, 6). Las "cosas nuevas" que hacen de Jerusalén una ciudad distinta son sus nuevos esponsales con Dios, sobre los que crece la ciudad reconstruida y la alianza inquebrantable del Señor.

    1º El nuevo desposorio de Yahvé con Jerusalén (54, 1-10).

        Jerusalén es la ciudad estéril y abandonada, avergonzada de su soltería y afrentada de su viudez (54, 1.4). Dios le dice: "Por un breve instante te abandoné, pero ahora te acojo con cariño inmenso. En un arrebato de ira te oculté mi rostro por un momento, pero mi amor por ti es eterno" (54, 7-8). El sufrimiento ha dispuesto el corazón del pueblo para recibir con plenitud al esposo (cf. 48, 10), un marido especial:: "tu esposo es tu Creador, su nombre es el Señor todopoderoso; tu libertador es el Santo de Israel, se llama Dios de toda la Tierra" (51, 5).

        Los profetas reflejan con la alegoría nupcial la relación de amor entre Dios y su pueblo (Os 2, 21-22; Jr 2, 2; Ez 16, 8), pero en 54, 1-10 adquiere un tono singular. Yahvé, por un momento (54, 7) y a causa del pecado (50, 1), abandona a Jerusalén, su esposa (54, 7). La Ley prohibe volver a casarse con la mujer repudiada (Dt 4, 4), pero el amor de Dios por Israel supera toda norma: "¿Podrá ser repudiada la esposa de juventud? ... aunque los montes cambien de lugar ... no cambiará mi amor por ti, dice el Señor, que está enamorado de ti" (54, 6.10). El nuevo semblante de Jerusalén reside en la ternura con que Yahvé la desposa: sólo el amor apasionado crea las cosas nuevas.

    2º La reconstrucción de Jerusalén (54, 11-17).

        El amor de Yahvé pone nuevos cimientos a la ciudad zarandeada que deviene hermosa, próspera y segura (54, 11). La belleza de Jerusalén aparece en los materiales con que Yahvé la levanta: malaquita, zafiro, rubíes, diamantes y piedras preciosas (54, 11-12). La arqueología prueba que Jerusalén no se edificó sobre alhajas, más bien señala la pobreza de sus edificios. El encanto de la Ciudad no nace de sus piedras, sino del amor de Quien erige sus muros. Las gemas son metáfora de la presencia de Dios en Jerusalén: el esposo que desposa la Ciudad y la reconstruye.

        La presencia de Dios se manifiesta en la prosperidad y la seguridad: "Esta es la suerte de quienes sirven al Señor, la salvación que yo les doy" (54, 17). El bienestar de la Ciudad brota de la instrucción del Señor a sus hijos (54, 13). Su seguridad es definitiva, pues nadie la atacará de parte de Dios, y si alguien lo intenta fracasará (54, 15-16).

    3º La alianza inquebrantable del Señor.

        Los esponsales de Yahvé y Jerusalén no son el final de un camino, sino el inicio del proyecto de Dios con la Humanidad: "Sellaré con vosotros una alianza perpetua, seré fiel a mi amor por David" (54, 3). Dios marchará siempre con su pueblo, pero no suplirá la libertad humana. Israel vivirá y se saciará del amor, sólo si escucha atentamente y bebe el agua que Dios le da (55, 1.2.3). El agua que colma la sed del pueblo (44, 20; 55, 1) es el espíritu y la bendición de Dios (44, 3), que derramada sobre el yermo de Israel lo troca en la alameda de Yahvé (44, 4).

        El pueblo que bebe el agua y escucha la palabra, expresa el honor de Dios y se convierte en su testigo ante las naciones (54, 4.5): manifiesta a todos los pueblos la gloria de Dios (43, 7). El pueblo transformado por Dios deviene la mediación para extender la alianza a todos los pueblos: "llamarás a un pueblo desconocido y un pueblo que te ignora correrá hacia ti" (55, 5).


CONCLUSION FINAL.


    Israel era un pueblo sumido en el fracaso; pero más importante que eso, es la certeza de que Dios no abandona a ninguno de los que ha llamado. El Señor con la fuerza de su Palabra regeneró a Israel hasta convertirlo en el pueblo que manifestaba la gloria de Dios ante las naciones. La Palabra de Dios inicia su tarea en el Prólogo (40, 1-11) y la consuma en el Epílogo (55, 6-13). Entre el Prólogo y el Epílogo figuran las etapas en que Dios vivifica a su pueblo: Combate contra la Idolatría (40, 12 - 44, 23), Misión de Ciro y caída de Babilonia (44, 24 - 48, 22), el Sufrimiento como Misterio de Fecundidad (49, 1 - 53, 12), Jerusalén Reconstruida (54, 1 - 55, 5).

miércoles, 9 de septiembre de 2015

¿QUÉ SIGNIFICA TENER FE?

                                                                     Francesc Ramis Darder



Cuando Jesús predicaba por las comarcas de Palestina, la situación social era difícil. El despotismo de Poncio Pilato oprimía a la población sin medida. Los descendientes del rey Herodes vivían en la opulencia mientras los habitantes del país sufrían la pobreza. Las malas cosechas y algún terremoto sumían la región en la miseria. La situación era tan adversa que los israelitas imploraban de Dios la llegada del Mesías. Según la tradición del Antiguo Testamento, el Mesías era el personaje enviado por Dios que pondría remedio a las penurias que entenebrecían el país.

    Ahora bien, el Mesías que suspiraba la gente no era el Mesías prometido en la Antigua Alianza. El Mesías que deseaba el pueblo tenía tres características claras. La gente quería un Mesías poderoso que, encabezando un ejército, expulsase a los romanos de Palestina. El pueblo deseaba un Mesías poseedor de una gran riqueza, capaz de resolver con la fuerza del dinero todos los problemas. Los israelitas esperaban un Mesías de apariencia deslumbrante; un Mesías orgulloso que dejase a la gente aturdida de espanto.

    Cuando el apóstol Pedro empezó a seguir a Jesús, tenía la misma idea del Mesías que el resto del pueblo. Embebido en la religiosidad popular, querría un Mesías poderoso, opulento y de aspecto deslumbrante. Un Mesías que, llegado del cielo, resolvería los males del mundo, sin que el ser humano tuviera que esforzarse lo más mínimo para edificar un mundo mejor. Como señalaba la carta de Santiago, Pedro “tenía una fe sin obras”; tan solo tenía una creencia en un falso Mesías que le permitía dar la espalda a la miseria del prójimo; desentendiéndose del compromiso que implica la fe, tenía, como dice Santiago, una fe muerta.

    Cuando Jesús percibe la ignorancia de Pedro, se acerca para explicarle de qué manera Él es el Mesías esperado. Como insinúa el evangelio que hemos leído, Jesús diría a Pedro: “Mira, yo soy el Mesías; pero no soy un Mesías como tú deseas: poderoso, opulento y deslumbrante.” Afinando lo que explica el Antiguo Testamento, Jesús dice a Pedro: “Yo soy el Mesías, pero lo soy con las características del Hijo del Hombre.” Notemos la importancia de la expresión: Jesús es el Mesías, pero lo es a la manera del Hijo del Hombre. ¿Qué quiere decir la locución Hijo del Hombre?

   Jesús no es un Mesías que se caracterice por el poder, sino por la actitud de servicio; dirá en el evangelio: “Yo no he venido a ser servido, sino a servir a los demás y entregar la vida por todos.” Jesús no es un Mesías que destaque por la riqueza, sino por la capacidad de compartir; el apóstol Pablo citaba un dicho de Jesús que recalcaba la decisión de compartir, decía: “Hay más alegría en dar que en recibir.” Jesús no es un Mesías de apariencia deslumbrante; nace en la humildad de la cueva de Belén y muere en el oprobio de la cruz. He aquí lo que es el Hijo del Hombre: el Hijo del Hombre es el Mesías que edifica un mundo nuevo; pero no lo hace con los criterios que el mundo descreído espera, sino con los criterios de la Biblia: la capacidad de servir, el ansia por compartir y la práctica de la humildad.

    Cuando el apóstol Pedro entienda que seguir el Evangelio no quiere decir solo creer en la existencia de una mano poderosa, sino que implica servir, compartir y ser humilde, comenzará a tener, como dice la carta de Santiago, una fe viva; una fe que siembra en el mundo la buena semilla del Reino de Dios que el Espíritu hace fructificar en el quehacer diario.


    Como todos sabemos, la fuerza humana no basta para vivir el Evangelio; para vivir el Evangelio necesitamos la fuerza que Dios nos da. En la Eucaristía, presencia de Dios entre nosotros, pidamos al Señor la gracia de una fe viva, una fe que transforme nuestra vida en presencia salvadora de Cristo entre la humanidad sedienta de paz y de concordia.            

sábado, 5 de septiembre de 2015

¿CUÁL ES EL SENTIDO RELIGIOSO DE LAS IMÁGENES?

                                                      Francesc Ramis Darder


La religión israelita se caracterizó por el culto carente de imágenes (Éx 20,4; Dt 5,8-10); las representaciones que había en el templo (Éx 36,35-36), y más tarde en la sinagoga tenían un sentido decorativo. Durante los cinco primeros siglos, los cristianos continuaron la costumbre judía; por eso las representaciones de escenas bíblicas, o de la figura de Cristo y los santos que aparecen en las catacumbas tenían un sentido más bien  instructivo y decorativo.

 Sin embargo, algunos concilios locales y varios Santos padres rechazaron la elaboración de imágenes, aun en sentido decorativo (Epifanio, Carta LI, PL XXII, 526). La razón era obvia. Muchos cristianos eran conversos del paganismo, religión fastuosa en cuanto a las imágenes; por eso, pensaban los padres y los concilios, la presencia de imágenes puede favorecer que los cristianos las adoren, como habían hecho mientras eran paganos, creyendo que la imagen tiene por sí misma una fuerza capaz de auxiliar al adorador. Cuando los restos del paganismo antiguo comenzaron a desaparecer, comenzó a valorarse el aspecto catequético de las imágenes; algunos Santos Padres aconsejaban las representaciones bíblicas y las representaciones de los santos como método catequético privilegiado para los analfabetos (Gregorio Magno, Carta 13, PL LXXVII, 1128).

    Los testimonios primigenios sobre el culto a las imágenes del Señor proceden del siglo VII, acontecen en el marco de los debates teológicos de los concilios que se ocuparon de definir teológicamente la humanidad de Cristo. Recogiendo el debate teológico, el Concilio II de Nicea, en el año 787, aprobó el culto a las imágenes (DS 600-603). Ahora bien, como recalcó el Concilió, cuando se venera una imagen no se venera la materialidad de la representación, sino la realidad representada; cuando se veneras un crucfico, no se adora la materialidad de la madera como si tuviera fuerza salvífica, se adora lo que el crucifijo representa, la entrega redentora de Jesús en la cruz.

    La Reforma protestante, atenta a la prohibición del AT (Éx 20,4), proscribió la legitimidad del culto a las imágenes. Respondiendo al desafío, la Reforma católica abordo la aparente contradicción que existe entre las disposiciones del AT la costumbre cristiana de venerar las imágenes del Señor, los santos, o las representaciones de escenas propias de la Escritura. Volvió a establecer, recogiendo el criterio del II Concilio de Nicea, que los gestos de veneración no se dirigen a la materialidad de la representación, sino a quienes están representados por las figuras (Concilio de Trento, año 1563, DS 1823). Como sentenció la Reforma católica, el empeño por creer que en las imágenes existe algún poder divino o alguna presencia de la divinidad constituye, como atestigua la Carta de Jeremías, una actitud propia de paganos, ajena a la espiritualidad cristiana. Los paganos orientan el culto hacia la materialidad del ídolo, mientras los cristianos dirigen la plegaria hacia la persona representada con los trazos de la imagen.